Alemania
Dos entrañables amigos se reencuentran en la Elbphilharmonie de Hamburgo
Juan Carlos Tellechea

La NDR
Elbphilharmonie Orchester dirigida por David
Robertson abrió este muy ovacionado concierto con una emblemática
composición de Claude
Debussy, el Prélude à
l'après-midi d'un faune, escrita entre 1892 y 1894.
Sería éste uno de los tres grandes hitos de
La siesta de
un fauno de Stéphane Mallarmé, cuya
obra lírica marcaría la culminación y superación del simbolismo francés.
El poeta había pedido a Debussy que le pusiera
música a la égloga que había terminado en 1875 y quedaría encantado con el
resultado, reconociendo que “esta música prolonga la emoción de mi poema y
ambienta la escena con más pasión que el color”, según palabras transmitidas
por el propio Debussy a la posteridad.
Lascivia
La pieza fue (y sigue siendo) un éxito
innegable. La visión del director
La lasciva flauta de Yeojin Han,
sobre todo en la segunda parte, es delicia pura, en medio de una apasionante
interpretación del colectivo musical. Es admirable además la serenidad del
flujo, que no se entretiene en subrayar los numerosos rasgos de las otras
maderas ni de la campana de plata que puntúa suavemente el final de la
composición.
Adagio
Al final de la primera parte de este recital,
la exquisitez y finura de la NDR Elbphilharmonie Orchester bajo la égida de
David Robertson hizo florecer en toda su resplandeciente belleza el cosmos de
Gustav
La gran sección de cuerda encuentra aquí su
tema seductoramente austero, los metales ponen en marcha su poderosa máquina de
viento y la trompa solista muestra inmediatamente sus colores. Esta despedida
de Mahler, profeta de la era moderna, muestra arrebato, dolor y tensión
catastrófica.
Comenzada en 1910, Mahler no pudo terminarla
cuando murió en mayo de 1911 en Viena. Pocas personas sabían de ella; una era
su viuda, Alma Mahler. Al menos tenían conocimiento de la existencia de bocetos
de composición detallados para esta Décima Sinfonía.
Algo mitológicamente transfigurado se cernía
sobre esta obra. Se decía en aquel entonces que había sido creada por un titán
conocedor de la proximidad de la muerte y de la frágil perspectiva del más
allá. Además de sus ingeniosas ideas, el compositor siempre utilizaba en sus
obras sinfónicas piezas fijas que constituían algo así como el núcleo de su
música.
Cambios
Está la orquestación, que tiene un alto valor
de reconocimiento, la preferencia por determinados instrumentos, su disposición
a asumir riesgos en la armonía, el uso de elementos rítmico-característicos y
mucho más que puede analizarse y adaptarse; también en esta joya inexplorada.
El extenso Adagio (1er. Movimiento) era el
único disponible en forma de partitura ejecutable, aunque no pueda considerarse
completo en sentido estricto; Mahler seguramente habría cambiado muchas cosas
más tarde, especialmente la orquestación.
Sin embargo, la elocuente interpretación de la
NDR Elbphilharmonieorchester dirigida por Robertson permitió echar así un
vistazo al fantástico taller de este genio antes de partir hacia el infinito
universo de la música.
Schoenberg
La segunda parte de esta velada en la monumental sala auditorio de la Elbphilharmonie de Hamburgo fue dedicada al pianista Pierre-Laurent
Aimard. y Robertson se conocen del círculo en torno al
compositor Pierre Boulez
en el conjunto de nueva música Ensemble intercontemporain
de Paris, en el que uno era el director principal (1992-1999) y el otro el mago
del teclado.
Ambos combinaron esta vez el Concierto para
piano op 42 (1942) de Arnold Schoenberg, música
de tiempos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y supremamente intelectual,
con las lujuriosas Variaciones sobre “I Got Rhythm“ (1930)
de George . A Aimard le encantan los caracteres tan diferentes de los
cuatro movimientos del Concierto de Schönberg. A Robertson le parecía
interesante armar este programa con dos obras sorprendentes de ambos
compositores, sin perder de vista además un hilo conductor.
Modelo
Mahler fue un ídolo de Schönberg, si bien éste
tardó un poco en sumergirse en el mundo musical mahleriano. Pero, después de
haber buceado en él no hubo quien le parara. Su música puede sonar diferente,
pero Schönberg diría en 1912 en su “Discurso de Praga”, en memoria del
compositor fallecido un año antes:
Creo firme e inquebrantablemente que Gustav Mahler fue una de las personas y artistas más grandes.
Mahler había cumplido 50 años cuando murió tras
complicaciones cardíacas; Schoenberg sobreviviría en cambio décadas a su modelo,
y también a su amigo Gershwin, compañero en innumerables partidas de tenis y competente pintor como Schoenberg.
Similitudes
Mahler y Schönberg procedían del imperio en
decadencia de los Habsburgo, ambos abandonaron el judaísmo en el que habían
nacido. Schönberg, sin embargo, volvió más tarde a la fe mosaica cuando tuvo
que abandonar definitivamente su patria y exiliarse en América.
Aunque el Concierto para piano de Schönberg es
una pieza de música absoluta que no reniega de sus raíces tradicionales, los
acontecimientos mundiales de principios del siglo XX juegan en cada compás de
esta música. Pierre-Laurent Aimard defiende desde hace tiempo con acribia,
claridad y diafanidad esta obra difícil y compacta, que ejecuta con gran pasión
y que merece aún más atención.
Lo que aquí, en 1942, tercer año de la Segunda
Guerra, producía una estricta técnica de doce tonos con el trasfondo emocional
de un Schönberg desplazado en 1933/1934, también justo en el límite de la
tonalidad habitual, eran sonidos de jazz groovy y divertidos con
pinceladas subliminales.
Gershwin
Robertson y Aimard enviaron las virtuosísticas
partes de piano a través del caleidoscopio orquestal de la receptiva NDR
Elbphilharmonie Orchester deleitándose con tales refracciones y similitudes.
Una lección objetiva especialmente para aquellos que subestiman a Gershwin como
animador.
Al director de la Segunda Escuela de Viena,
exiliado en los Estados Unidos de América, le tocó pronunciar otro discurso
tras el deceso de ese jaranero de gran talento que fue Gershwin en su bendita
tierra de oportunidades:
George Gershwin era uno de esos raros músicos para los que la música no es una cuestión de mayor o menor habilidad. Para él, la música era el aire que respiraba, el alimento que le nutría, la bebida que le refrescaba. La música era lo que le hacía sentir y la música era el sentimiento que expresaba. Este tipo de franqueza solo se da en los grandes hombres. Y no cabe duda de que fue un gran compositor. Lo que ha logrado no ha sido solo en beneficio de una música nacional americana, sino también una contribución a la música de todo el mundo. En este sentido quiero expresar el más profundo pesar por la deplorable pérdida para la música. Pero permítanme mencionar que pierdo también a un amigo cuya amable personalidad me era muy querida.
Delgada línea
Schönberg y Gershwin probablemente habrían
pensado que era casi imposible que dos de sus obras para piano y orquesta se
interpretarían juntas en un concierto como el de esta tarde en la
Elbphilharmonie de Hamburgo. Sin embargo, tanto el refugiado judío de Viena
como el hijo de inmigrantes ruso-judíos pisaban la delgada línea del modernismo
musical.
Aimard fue ovacionado y vivado con gran
entusiasmo por el público tras su intervención, una vez más excepcional. La
platea quería un bis a toda costa y Aimard agradeció tanta euforia con una
improvisación sobre el ragtime The Entertainer de Scott Joplin, mientras
Robertson, quien había dejado expresamente el escenario en manos del mago
protagonista del teclado, se sentaba en medio de la percusión de la orquesta
para disfrutar de la brillante ejecución. Aclamaciones y más aclamaciones
cerraron esta maravillosa velada.
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