Alemania

Dos entrañables amigos se reencuentran en la Elbphilharmonie de Hamburgo

Juan Carlos Tellechea
viernes, 4 de octubre de 2024
George Gershwin pintando su retrato de Arnold Schoenberg en 1936 © Dominio Público George Gershwin pintando su retrato de Arnold Schoenberg en 1936 © Dominio Público
Hamburgo, viernes, 27 de septiembre de 2024. Gran sala auditorio de la Elbphilharmonie de Hamburgo . Solista Pierre-Laurent Aimard (piano). NDR Elbphilharmonie Orchester. Director David Robertson. Programa: Robertson & Aimard. Claude Debussy, Prélude à l'après-midi d'un faune. Gustav Mahler, Adagio (1er. Movimiento) de la Sinfonía nº 10 en fa sostenido mayor. Arnold Schönberg, Concierto para piano y orquesta op 42. George Gershwin, Variacionen über “I Got Rhythm” para piano y orquesta. Bis: “The Entertainer” (A Ragtime two Step) de Scott Joplin. 100% del aforo.
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La NDR Elbphilharmonie Orchester dirigida por David Robertson abrió este muy ovacionado concierto con una emblemática composición de Claude Debussy, el Prélude à l'après-midi d'un faune, escrita entre 1892 y 1894.

Sería éste uno de los tres grandes hitos de Debussy en su evolución estilística (además de Jeux y Nocturnes), sobre todo en cuanto a flexibilidad de la línea, prácticamente inédita en aquella época; y la mejor manera de dar vida al poema La siesta de un fauno de Stéphane Mallarmé, cuya obra lírica marcaría la culminación y superación del simbolismo francés.

El poeta había pedido a Debussy que le pusiera música a la égloga que había terminado en 1875 y quedaría encantado con el resultado, reconociendo que “esta música prolonga la emoción de mi poema y ambienta la escena con más pasión que el color”, según palabras transmitidas por el propio Debussy a la posteridad.

Lascivia

La pieza fue (y sigue siendo) un éxito innegable. La visión del director David Robertson al frente de la NDR Elbphilharmonie Orchester (Orquesta Filarmónica de la Radio y Televisión del Norte de Alemania y de la Elbphilharmonie) magnifica la flexibilidad de la escritura, trazando las líneas ondulantes, especialmente en el contrapunto. Así fue como se abrió paso en esta velada con seductora delicadeza.

La lasciva flauta de Yeojin Han, sobre todo en la segunda parte, es delicia pura, en medio de una apasionante interpretación del colectivo musical. Es admirable además la serenidad del flujo, que no se entretiene en subrayar los numerosos rasgos de las otras maderas ni de la campana de plata que puntúa suavemente el final de la composición.

Adagio

Al final de la primera parte de este recital, la exquisitez y finura de la NDR Elbphilharmonie Orchester bajo la égida de David Robertson hizo florecer en toda su resplandeciente belleza el cosmos de Gustav Mahler con la ejecución del primer movimiento (Adagio) de su inacabada Sinfonía nº 10 en fa sostenido mayor.

La gran sección de cuerda encuentra aquí su tema seductoramente austero, los metales ponen en marcha su poderosa máquina de viento y la trompa solista muestra inmediatamente sus colores. Esta despedida de Mahler, profeta de la era moderna, muestra arrebato, dolor y tensión catastrófica.

Comenzada en 1910, Mahler no pudo terminarla cuando murió en mayo de 1911 en Viena. Pocas personas sabían de ella; una era su viuda, Alma Mahler. Al menos tenían conocimiento de la existencia de bocetos de composición detallados para esta Décima Sinfonía.

Algo mitológicamente transfigurado se cernía sobre esta obra. Se decía en aquel entonces que había sido creada por un titán conocedor de la proximidad de la muerte y de la frágil perspectiva del más allá. Además de sus ingeniosas ideas, el compositor siempre utilizaba en sus obras sinfónicas piezas fijas que constituían algo así como el núcleo de su música.

Cambios

Está la orquestación, que tiene un alto valor de reconocimiento, la preferencia por determinados instrumentos, su disposición a asumir riesgos en la armonía, el uso de elementos rítmico-característicos y mucho más que puede analizarse y adaptarse; también en esta joya inexplorada.

El extenso Adagio (1er. Movimiento) era el único disponible en forma de partitura ejecutable, aunque no pueda considerarse completo en sentido estricto; Mahler seguramente habría cambiado muchas cosas más tarde, especialmente la orquestación.

Sin embargo, la elocuente interpretación de la NDR Elbphilharmonieorchester dirigida por Robertson permitió echar así un vistazo al fantástico taller de este genio antes de partir hacia el infinito universo de la música.

Schoenberg

La segunda parte de esta velada en la monumental sala auditorio de la Elbphilharmonie de Hamburgo fue dedicada al pianista Pierre-Laurent Aimard. Aimard y Robertson se conocen del círculo en torno al compositor Pierre Boulez en el conjunto de nueva música Ensemble intercontemporain de Paris, en el que uno era el director principal (1992-1999) y el otro el mago del teclado.

Ambos combinaron esta vez el Concierto para piano op 42 (1942) de Arnold Schoenberg, música de tiempos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y supremamente intelectual, con las lujuriosas Variaciones sobre “I Got Rhythm (1930) de George Gershwin. A Aimard le encantan los caracteres tan diferentes de los cuatro movimientos del Concierto de Schönberg. A Robertson le parecía interesante armar este programa con dos obras sorprendentes de ambos compositores, sin perder de vista además un hilo conductor.

Modelo

Mahler fue un ídolo de Schönberg, si bien éste tardó un poco en sumergirse en el mundo musical mahleriano. Pero, después de haber buceado en él no hubo quien le parara. Su música puede sonar diferente, pero Schönberg diría en 1912 en su “Discurso de Praga”, en memoria del compositor fallecido un año antes:

Creo firme e inquebrantablemente que Gustav Mahler fue una de las personas y artistas más grandes.

Mahler había cumplido 50 años cuando murió tras complicaciones cardíacas; Schoenberg sobreviviría en cambio décadas a su modelo, y también a su amigo Gershwin, compañero en innumerables partidas de tenis y competente pintor como Schoenberg.

Similitudes

Mahler y Schönberg procedían del imperio en decadencia de los Habsburgo, ambos abandonaron el judaísmo en el que habían nacido. Schönberg, sin embargo, volvió más tarde a la fe mosaica cuando tuvo que abandonar definitivamente su patria y exiliarse en América.

Aunque el Concierto para piano de Schönberg es una pieza de música absoluta que no reniega de sus raíces tradicionales, los acontecimientos mundiales de principios del siglo XX juegan en cada compás de esta música. Pierre-Laurent Aimard defiende desde hace tiempo con acribia, claridad y diafanidad esta obra difícil y compacta, que ejecuta con gran pasión y que merece aún más atención.

Arnold Schoenberg y George Gershwin en la casa de Schoenberg en el 1019 North Roxbury Drive, Beverly Hills, en 1936. © 2024 by Arnold Schönberg Center.Arnold Schoenberg y George Gershwin en la casa de Schoenberg en el 1019 North Roxbury Drive, Beverly Hills, en 1936. © 2024 by Arnold Schönberg Center.

Lo que aquí, en 1942, tercer año de la Segunda Guerra, producía una estricta técnica de doce tonos con el trasfondo emocional de un Schönberg desplazado en 1933/1934, también justo en el límite de la tonalidad habitual, eran sonidos de jazz groovy y divertidos con pinceladas subliminales.

Gershwin

Robertson y Aimard enviaron las virtuosísticas partes de piano a través del caleidoscopio orquestal de la receptiva NDR Elbphilharmonie Orchester deleitándose con tales refracciones y similitudes. Una lección objetiva especialmente para aquellos que subestiman a Gershwin como animador.

Al director de la Segunda Escuela de Viena, exiliado en los Estados Unidos de América, le tocó pronunciar otro discurso tras el deceso de ese jaranero de gran talento que fue Gershwin en su bendita tierra de oportunidades:

George Gershwin era uno de esos raros músicos para los que la música no es una cuestión de mayor o menor habilidad. Para él, la música era el aire que respiraba, el alimento que le nutría, la bebida que le refrescaba. La música era lo que le hacía sentir y la música era el sentimiento que expresaba. Este tipo de franqueza solo se da en los grandes hombres. Y no cabe duda de que fue un gran compositor. Lo que ha logrado no ha sido solo en beneficio de una música nacional americana, sino también una contribución a la música de todo el mundo. En este sentido quiero expresar el más profundo pesar por la deplorable pérdida para la música. Pero permítanme mencionar que pierdo también a un amigo cuya amable personalidad me era muy querida.

Delgada línea

Schönberg y Gershwin probablemente habrían pensado que era casi imposible que dos de sus obras para piano y orquesta se interpretarían juntas en un concierto como el de esta tarde en la Elbphilharmonie de Hamburgo. Sin embargo, tanto el refugiado judío de Viena como el hijo de inmigrantes ruso-judíos pisaban la delgada línea del modernismo musical.

Aimard fue ovacionado y vivado con gran entusiasmo por el público tras su intervención, una vez más excepcional. La platea quería un bis a toda costa y Aimard agradeció tanta euforia con una improvisación sobre el ragtime The Entertainer de Scott Joplin, mientras Robertson, quien había dejado expresamente el escenario en manos del mago protagonista del teclado, se sentaba en medio de la percusión de la orquesta para disfrutar de la brillante ejecución. Aclamaciones y más aclamaciones cerraron esta maravillosa velada.

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