España - Cataluña
Muy buena inauguración
Jorge Binaghi
Si he mirado bien, al menos hace quince años que he visto
por última vez esta obra maestra en Barcelona. Aunque me queda la semana
próxima un segundo reparto, no sé si esta será mi última reseña de la misma.
Cierto que dentro un año Chailly abrirá el que parece su último año en la Scala
con una nueva producción, pero a ciertas alturas un año puede equivaler a
quince o más…
En todo caso bien ha hecho el Liceu en volver a proponer
a la atención del público la obra que tantos dolores de cabeza le costó a su
autor, ejemplar caso de censura e idiotez política (la primera vez que me
tropecé con ella fue en la versión ‘post censura’, Katerina Ismailova, gracias al entonces gran Teatro Colón de Buenos
Aires aunque en traducción italiana).
Y como era nueva producción de su artista en residencia
cabe decir que, pese a detalles o algo más que no me parecen acertados, este es
en conjunto el mejor trabajo de Ollé. Si la sensatez fuera una virtud entre los
directores de escena de hoy tal vez habríamos tenido una obra ambientada donde
trascurre la ópera y el relato original, que es de 1865 y hasta está en el
título, por las dudas. En cambio, estamos en una casa burguesa acomodada más o
menos atemporal o actual (como el pobre Pasolini se ha puesto de moda en el
mundo lírico diría que he pensado en algún ambiente de Teorema), que no equivale a una sociedad rural rusa aunque sea de
propietario rico.
Pero al menos se sigue la trama muy bien, hay pocos
elementos de decorado, y espacios confinados por practicables movidos por
caballeros, algunos medio desnudos. Hay agua en el escenario y proyecciones de
la misma, supongo que en alusión al destino final de la protagonista.
Lástima que en el último acto es cuando menos se nota y
la forma de plantear la escena (con cómodas camas para los convictos que,
aunque están en Siberia, van bastante ligeros de ropas) motiva que el final no
sea el que corresponde. El guardia dice ‘para esas dos ya no hay salvación’
(Katerina se ha lanzado sobre Sonietka, su rival en amores, y con ella se ha
precipitado al río helado) y se ve a Sonietka degollada mientras la
protagonista se suicida con calma del mismo modo.
Tampoco se sabe qué aporta que el monstruoso suegro espíe
a la pobre nuera no a solas, sino en compañía de amigos -mudos, claro- con los
que bebe, orina y juega a cartas. Y ya que estamos, si tal vez sea necesario
que veamos las posaderas de Sergei en la escena de la seducción (por suerte
últimamente los tenores acuden al gimnasio) no sabemos por qué el resto del
tiempo se exhibe en el mismo moderno slip (supongo que de ‘Intimissimi’, porque
Armani no era) incluso en Siberia (aunque así sea más creíble que le pida a
Katerina que le preste sus medias, pero no para regalarlas a la nueva amante).
Los actores están bien dirigidos y representan bien sus personajes, con un
aplauso especial para el campesino borracho.
Y, aunque como siempre he comenzado por la parte escénica,
lo que a mí me importa más es la musical porque finalmente de ella depende que
la función llegue a buen puerto. Y llegó.
No es novedad para nadie que este tipo de repertorio es
el que mejor se le da a Pons (recuerdo un excelente Shostakovich en el
Auditori), y la orquesta no sólo estuvo de notable alto sino que logró expresar
la ironía, amargura, aburrimiento, odio, devastación. Tal vez a veces pudo
controlarla algo más para mayor comodidad de los cantantes, pero se trató sólo
de momentos fugaces.
Notable también el coro (en su doble faceta musical y
escénica), siempre bajo la sabia dirección de Assante.
Y como además estamos en una ópera, los cantantes vaya sí
importan. En particular los roles protagónicos, pero no sólo. Excelente
elección la de Jakubiak (que debutaba ‘in loco’) como Katerina, y en una parte
bien difícil mostró buena técnica y buenos recursos (un agudo un tanto metálico
aquí no molesta y hasta contribuye a la caracterización del personaje), figura
creíble y buena actuación.
Muy acertada también la del desagradable Sergei, a cuyo
lado el Duque de Mantua parece un aprendiz, un Pavel Cernoch de buena voz, de
timbre no muy bello, pero extensa y pareja, y también buen actor y buena
figura.
Y aunque el marido reprimido, Zinobi, no tenga mucha
parte, el debutante Selivanov lo hizo bien. En cambio no fue tan acertado
contratar como Boris, el suegro terrible, a un Bontnarciuk, correcto cantante y
mejor actor, pero con voz no muy amplia y sobre todo carente de grave. Tampoco
se entiende por qué, en su aparición como fantasma, lo sustituyó Alejandro
López con amplificación.
Los demás fueron todos absolutamente adecuados a sus
papeles, más o menos pequeños, pero algunos de importancia. Con una excepción
notable: la parte del viejo convicto es breve pero su canto que inicia el
cuarto acto (y que hoy en día se presenta en los concursos) es importante no
sólo dramáticamente. ¿Qué sentido tiene contratar a un Burchuladze, que siempre
se ha destacado por sus medios (ya no, lamentablemente, y no es su culpa), pero
no por su musicalidad? Merecen nombrarse al menos Juric en el Pope y Wilde en
el jefe de policía, pero también la Sonietka de Pintó y sobre todo el campesino
borracho de (supongo) José Manuel Montero.
Hubo mucha atención en la sala, llena aunque con huecos
en los pisos superiores, sin ruidos molestos más que las inevitables toses, sin
llegadas tardías o marchas precipitadas antes de tiempo, sin abandonos tras el
único intervalo (ya habían pasado los dos primeros actos, con un total de 105
minutos, y con mucho menos y en títulos más tradicionales a veces se han
producido verdaderas desbandadas -en particular cuando las cosas se hacen mal-)
y, sobre todo, milagro entre milagros, sin celulares importunos. También se
aplaudió con fuerza en el final de la primera parte y sobre todo al final.
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