España - Galicia
Enigmas e incertidumbres
Alfredo López-Vivié Palencia
Para el comienzo de la
temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Roberto González-Monjas
y el gerente Andrés Lacasa salieron al escenario a fin de agradecer los
muchísimos años de dedicación del Jefe de Producción de la orquesta, a quien se
dedica este primer concierto: José Manuel Queijo se jubila con todos los
honores, es decir, con ovación desde ambos lados del escenario. Un precioso y
merecidísimo detalle. Enseguida les cuento que, además de Queijo,
González-Monjas cumplió con su obligación; pero ahora es el momento de llamar
la atención sobre los severos problemas financieros que padece la orquesta,
cuya lidia corresponde a su gerente.
Sin ir más lejos, esta semana
el diario La Opinión recogía unas
declaraciones radiofónicas de González-Monjas manifestando que con los fondos
actuales “no podemos terminar la temporada”. Al parecer, las instituciones que
conforman el Consorcio que rige la OSG no atienden sus insuficiencias
dinerarias -empezando por el alquiler de las instalaciones del Palacio de la
Ópera-, al punto de que -según González-Monjas- ahora se dispone de un
presupuesto equivalente al diez por ciento de lo que había hace quince años. Para
este concierto he pagado por mi butaca un diez por ciento más que el curso
pasado, y sigue siendo un regalo (la prueba es el aforo registrado en este
sábado), de modo que ese incremento no es más que el chocolate del loro. Confío
en que darán con la solución más pronto que tarde, porque la Sinfónica de
Galicia es uno de los más elevados referentes del panorama cultural español y
como tal debe tratarse.
Mientras tanto, vaya por
delante que maestro y orquesta dieron una función a la altura de su categoría. Pan y Eco es un poema sinfónico en
miniatura (cinco minutos) que lleva consigo todas las características que hacen
de Sibelius un autor fundamental del siglo XX, con ese típico espesor sonoro
tanto en los momentos calmados como en los agitados, y con esa extraña habilidad
para provocar sutilmente continuos cambios de situación en la historia (sea
cual sea) de los personajes de la mitología griega. Al final se trata de una
pieza brillante, como brillante fue la prestación de la orquesta, que tocaba
esta obra por primera vez.
Se suele achacar al Concierto en Mi menor de Chopin una
orquestación deficiente. Para mí el problema principal es su excesiva duración,
pecado venial de la juventud e inexperiencia del autor cuando lo escribió. En
todo caso, González-Monjas se quitó cualquier prejuicio de encima y proporcionó
a su solista un acompañamiento precioso y cuidado hasta el más mínimo detalle.
En ningún momento la orquesta sonó rutinaria: al contrario, el maestro pucelano
le dio impulso a la cosa al tiempo que se ponía a disposición del pianista
sirviéndole cada entrada en bandeja de terciopelo.
Lástima que el canadiense Jan
Lisiecki (Calgary, 1995) no lo aprovechase. Su lectura del concierto sólo fue
eso, una lectura. La pieza contiene multitud de repeticiones temáticas como
para que el solista pueda dejar volar la imaginación y frasear cada una de modo
diferente. Pues no, Lisiecki tocó toda la obra como lo haría un ordenador (las
dio todas, pero nada más). Por poner un ejemplo, el segundo tema del último
movimiento, ése que se mueve con la cuerda balanceándose a ritmo casi de
habanera: Lisiecki lo tocó exactamente igual una y otra vez. Para mí, un
aburrimiento insufrible; para el público no, porque aplaudió con ganas hasta
que Lisiecki correspondió con el “Preludio maldito”: así llamaba Sergei
Rachmaninov a su pieza más famosa. Yo me quedo con el hermosísimo fraseo del
primer fagot -Steve Harriswangler- en el tiempo lento del concierto (con
justicia González-Monjas le hizo levantar para saludar).
Qué poco se escuchan las Variaciones Enigma a este lado del Canal
de la Mancha; y cuánto se agradece poder hacerlo en una interpretación tan
sobresaliente como la de esta noche. González-Monjas acertó con el concepto:
flema británica en las variaciones solemnes, seriedad brahmsiana en las
variaciones saltarinas, y la inteligencia suficiente para dar a la
circunstancia su mayor valor por encima de la pompa. La orquesta respondió a
las mil maravillas, como se demostró en estos tres ejemplos: limpieza sonora en
el ritmo sutil de la segunda variación, grandeza sin apabullar en la última
(estupendo control de metales y percusión), y empaste de ensueño en la cuerda
junto con una sabia regulación de la potencia orquestal para esa maravilla de
nombre “Nimrod”.
Comentarios