Ópera y Teatro musical

Pfitzner

Palestrina: una obra fundamental (I/V)

Josep Mª. Rota
viernes, 11 de octubre de 2024
Hans Pfitzner en 1910 © by Mahler Foundation Hans Pfitzner en 1910 © by Mahler Foundation
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El 22 de mayo se cumplieron 211 años del nacimiento de Richard Wagner y 75 años de la muerte de Hans Pfitzner (Moscú, 1869 - Salzburgo, 1949). No se trata pues de un aniversario redondo, como el bicentenario de Anton Bruckner o de Bedrich Smetana. Sin embargo, sí puede ser un motivo de recuerdo para el compositor de Palestrina, el centenario de cuyo estreno en 2017 pasó desapercibido por estos lares. 

Palestrina, Musikalische Legende, es una obra fundamental en la historia de la música en general y del siglo XX en particular. No es una obra fácil, como no lo es su autor. Ambos no han escapado a la crítica, furibunda a veces. Descomunal en el reparto, asimétrica de proporciones, moderna y arcaica en su armonía, quien la conoce no queda indiferente. Una obra verdaderamente grande.

La soledad del artista

Palestrina es él mismo, es Pfitzner, es Wagner y es tantos otros; artista solitario, incomprendido, apabullado por el mundo, abandonado; lo sublime al servicio del poder religioso, político o económico. Palestrina es el artista sin fuerzas para seguir componiendo y para seguir viviendo. “No soy el compositor adecuado... ¡jamás lo seré!”. La vejez prematura, la ausencia de fuerzas le lleva a perder a “el último amigo”, Borromeo. Ni siquiera el Papa puede ordenar a su musa; “Dios ya no le habla a su alma” En última instancia, el sentido del arte y el sentido de la vida: “¿Para qué todo eso?” El conflicto con su pupilo Sila es eterno; es el de Sachs y Stolzing. 

Parece haberlo perdido todo, la fe en sí mismo y la fe en Dios. Pero le queda el amor. Amor conyugal para con su difunta Lucrecia y amor paternal para con su joven hijo Ighino. Son sus “amigos y hermanos” del pasado quienes lo empujan, por orden de Él. Y es Él, precisamente, a través de sus mensajeros (eso significa ángel en griego) quien lo consigue. La redención le llega finalmente por el amor, como al Holandés o como a Tannhäuser. En este caso, por el amor a su difunta esposa. La redención le lleva a la paz.

El conflicto mundano

En la sesión de clausura del Concilio de Trento se discuten cuestiones como el uso de las lenguas vernáculas en la Misa, el Breviario, la comunión bajo las dos especies y, naturalmente, la música sacra. Bajo la apariencia del conflicto religioso entre aquellos que quieren una rápida conclusión y aquellos que quieren debatir punto por punto, se descubre un serio conflicto político entre las cuatro naciones: Alemania, Italia, España y Francia. 

Aparecen enfrentadas ya por un conflicto de preeminencia en dignidad, ya por una cuestión de dominio sobre el mundo cristiano, ya por la posesión de la verdad absoluta (“llevan consigo el Espíritu Santo en la mochila”). En medio de tanta intriga y tanta aversión, queda el Legado papal, un verdadero hombre de Dios, un visionario, un hombre de paz. Sin embargo, la sesión se levanta después de un enorme tumulto y la sala, ocupada por la chusma, se desaloja a tiros de arcabuz.

Feliz y en paz

Igual que el Bautista oyó la voz de Dios en el Jordán, el mismo Santo Padre ha oído la voz de Dios por obra de otro Juan, Palestrina, la última piedra forjada por Dios en uno de sus mil anillos.

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