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Alfredo López-Vivié Palencia
lunes, 14 de octubre de 2024
Sebastian Zinca © 2024 by Sebastianzinca.com Sebastian Zinca © 2024 by Sebastianzinca.com
Santiago de Compostela, jueves, 10 de octubre de 2024. Auditorio de Galicia. Real Filharmonía de Galicia. Sebastian Zinca, director. Eduardo Soutullo: All the echoes listen; Ralph Vaughan Williams: Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis; Jean Sibelius: Sinfonía nº 4 en La menor, op. 63. Ocupación: 70%
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La tormenta “Kirk” que azotó Santiago en el día de ayer se llevó por delante el tejado del Conservatorio Profesional de Música. Por fortuna, el Auditorio resistió incólume y el segundo concierto de abono de la Real Filharmonía de Galicia pudo celebrarse con normalidad, esta noche a cargo del director asistente Sebastian Zinca (Miami, 1994). Como es de ver en la ficha de esta reseña, Zinca tenía en atriles un programa muy arriesgado, y el resultado no fue todo lo satisfactorio que debiera.

Para empezar All the echoes listen de Eduardo Soutullo (Vigo, 1968), pieza firmada en el año 2005 e inspirada –según dice el autor- en un poema del escritor y galeno norteamericano Oliver Wendell Holmes. Por una vez me felicité al escuchar una obra actual que no es un Adagio: al contrario, sus apenas diez minutos transcurren en tiempo de desfile militar que recordaba mucho al arranque de la Sexta Sinfonía de Gustav Mahler. Los únicos ecos que percibí fueron los del vibráfono (apuesta ganadora para las intenciones del compositor), pero me alivió escuchar música de hoy sin borrones sonoros y sobre todo sin emplear un lenguaje antipático. Así que me sumé a los (breves) aplausos del público.

La Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis seguramente es la composición más conocida de Ralph Vaugan Williams. De lo que no hay duda es que se trata de una pieza que deja al desnudo los arcos de cualquier orquesta (por ese motivo Herbert von Karajan la interpretó muchas veces a lo largo de su mandato berlinés). El caso es que la cuerda de la Real Filharmonía salió más que airosa: Zinca no tuvo ninguna prisa en el deletreo de todas y cada una de las frases y se preocupó del cuidado de los planos sonoros –aquí sí hay ecos por doquier-, asegurando un empaste suficiente en sus músicos y un contraste muy logrado entre la “orquesta grande” y la “orquesta pequeña”. Buen trabajo y buena recepción del respetable.

Antes de tocar la Cuarta Sinfonía de Jean Sibelius, Zinca expuso micrófono en ristre sus impresiones sobre esta obra: acertó al describir su ambiente oscuro; acertó al aludir –respetuosamente- al estado de salud física y mental del autor; acertó cuando dijo que el clímax del tercer movimiento es una locura; y acertó cuando dejó a la interpretación de cada cual el significado de la conclusión de la sinfonía. Al menos en teoría Zinca tenía claro el concepto. Otra cosa muy distinta fue la realización.

La cosa empezó bien con la cuerda grave zambulléndose en el hielo y con Plamen Velev defendiendo con honra su solo de violonchelo (Sibelius no hace concesiones y hay que lograr la desolación desde el primer compás). Pero a Zinca le costó encontrar el pulso para mantener esa desolación de manera coherente, y nos perdimos la acumulación de tensiones sin resolver tanto en la cuerda como en el metal. Mejor traslación obtuvieron los laberintos en la madera del “Allegro molto vivace”. En el “tempo largo” al mencionado clímax le faltó ese punto de locura (tiene que haber al menos un rayo de luz ahí). Y en el Finale Zinca no atinó del todo con la articulación de la cuerda, por no mencionar que –contradiciéndose a sí mismo- impuso en la conclusión un significado inequívoco de derrota, cuando en realidad es un interrogante: no hay en esos últimos quince compases de la partitura indicación alguna que induzca a ralentizar el tiempo como deliberadamente hizo Zinca.

No es que la orquesta no tocase bien, sino que esa deficiente traducción sonora se debió a la inexperiencia de Zinca (lógica por su edad) para dar cuerpo a la cuerda –dificilísima misión en un conjunto del tamaño de la Real Filharmonía, pero no imposible como demostró Paul Daniel cuando interpretó esta sinfonía hace ya muchos años-, y al consiguiente error de pretender sustituir ese espesor orquestal con los decibelios de los metales. Tampoco le resto a Zinca un ápice del mérito que tiene atreverse con una obra tan complicada, pero esta noche quedó claro que aún no era el momento de hacerlo. 

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