Francia
¡De su padre y de su madre!
Francisco Leonarte

¿Qué
le pedimos a los creadores? Que creen. ¿Cuál es la diferencia entre el (o la,
por supuesto) creador y el artesano? Este crea dentro de unos moldes, aquel se
salta los moldes a la torera y si lo cree oportuno inventa moldes nuevos. Pues
bien, Busoni fue, sin ningún género de dudas, un creador. Incluso cuando le dio
por hacer arreglos (magníficos) para piano de la obra de J. S. Bach, Busoni
creaba.
Busoni,
alentador de vanguardias (propició la difusión de Debussy, Sibelius, Weill o
Schoenberg), admirado por generaciones sucesivas de jóvenes creadores, no puede
en puridad ser adscrito a ninguna de tales vanguardias en concreto, porque
siempre fue espíritu inquieto y libre cuyas composiciones rezuman originalidad,
desorientando al más templado.
Como
muestra este Concierto para piano, el más largo del repertorio -de hecho
era obra única en la velada que nos ocupa-, de más de una hora de duración, con
participación, poco habitual en el repertorio concertístico, de un coro de
hombres.
¿Influencias
en Busoni? Por supuesto, muchas, y todas ellas asumidas y hechas propias,
mezcladas y condensadas hasta crear un algo completamente personal. De hecho el
Concierto para piano comienza un poco como una obra post-brahmsiana,
bonita sin más, y poco a poco uno entra en un mundo que no sospechaba. En
cuanto el piano ataca de forma obstinada... Y entonces empieza el auditor a
notar, por aquí por allá, influencias de la escuela francesa (Saint-Saëns,
Debussy sobre todo) pero también italiana (con un irresistible pastiche rossiniano),
pero también alemana (no están lejos Humperdinck o Wagner)... Y pronto no son «influencias»
lo que el oyente detecta, sino más bien magníficas intuiciones que ya están
anticipando lo que harán algunos años (e incluso a veces algunas décadas) más
tarde Respighi, Schoenberg, Stravinsky, Ravel...
El
director de orquesta, el finlandés Sakari Oramo, da las entradas con la mano,
con la cabeza, con los ojos... Oramo sobre todo articula el discurso,
haciéndolo no coherente -porque este concierto no es una cuestión de coherencia-
pero sí dándole su lógica interna, que incluye sobresaltos y cambios
intempestivos, con particulares momentos de lujuria sonora (permítanme
la expresión) absolutamente exaltantes. En tales momentos no siempre se
escuchará con nitidez a todos los pupitres, pero tampoco creo que eso sea un
problema, antes bien ha de considerarse tal vez como una logica consecuencia
del desmadre sonoro que la partitura parece pedir.
El
Coro de hombres de Radio France tiene una muy hermosa sonoridad, muy buen
empaste, buena comprensión, tanta suavidad como potencia, y su llegada suena
casi mágica, dando un giro místico al concierto.
En
cuanto al solista, Kirill Gerstein, no es ya sólo su
energía, que se nos antoja descomunal, extrayendo del piano un volumen casi
brutal, es también su delicadeza por momentos, acariciando las teclas. Es sobre
todo su aguante -porque está frente al teclado, tan pronto dulce tan pronto
bestial, siempre intenso- durante más de una hora, sin descuidar la
concentración.
De suerte que al terminar, la sala prorrumpe
en aplausos y bravos. Orquesta, Coro, directora del coro, director de orquesta
y pianista saludan repetidamente.
El crítico piensa que debería haber
cronometrado el tiempo de saludos, que le parece inusualmente largo, pero es
que el crítico también estaba aplaudiendo.
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