España - Galicia
Bohemios en carrusel
Germán García Tomás
En el año del centenario del fallecimiento de Giacomo Puccini, la temporada lírica de la Asociación de Amigos de la Ópera de La Coruña, que llega a su 72ª edición, no podía resistirse a subir al escenario del Palacio de la Ópera uno de sus títulos más taquilleros, el que quizá más y mejor despierta el entusiasmo y la emoción del público.
En Coruña no han querido asumir grandes riesgos con este aniversario, pues saben que
, estrenada en el Teatro Regio de Turín en 1896, es una de las óperas más representadas de su autor (junto a Tosca y Madama Butterfly) y constituye la más pura idiosincrasia del verismo italiano tamizado por el maestro de Lucca.Lo cierto es que es comprensible y casi lógico que teatros que no sean el Real madrileño o el Liceo barcelonés no apuesten por títulos menos populares para evitar tentar a la suerte, la de la merma de ingresos en taquilla, sobre todo cuando los presupuestos no están muy boyantes.
En cualquier caso, una vez más no queda otra que rendirse a la evidencia de la inteligencia de recursos músico-teatrales con los que Puccini es capaz de tocar la fibra sensible del espectador en esta obra maestra, desplegando una gama de leitmotivs para potenciar el drama amoroso de Henri Murger que le sirve de base entre la malograda costurera y el enamorado poeta.
El interés en la urbe gallega era mayor si cabe, pues el público coruñés no disfrutaba de la taquillera ópera desde hacía nada menos que 17 años, por lo que resultaba comprensible que la expectación fuera total en las dos únicas funciones ofrecidas.
Al margen de aniversarios, La bohème se representa año tras año en los teatros líricos españoles y siempre es interesante acercarse a nuevas concepciones escénicas, aunque la ambientación realista y la fidelidad al libreto de Giacosa e Illica es siempre la opción más acertada y aconsejable.
Afortunadamente, sigue ese modelo el regista italiano Danilo
Junto a unas semicirculares cristaleras de dudoso gusto estético que sirven para la buhardilla, el Café Momus y la aduana, elementos de utilería como mesas, sillas, bancos de madera y farolas aportan el realismo obligado a la obra, pero se percibe una notoria pobreza de medios escénicos en los emplazamientos, dando la impresión de que todo representa un universo de cuento y los personajes son productos de fantasía. El invierno apenas se palpa en el ambiente general, por más que cantantes y coristas enfundan variados atrezzos (gabanes, gabardinas, chaquetas, chalecos, vestidos…) de anónima autoría, pues no se especifica en el programa de mano.
Musicalmente, la función se sostuvo por la experta batuta de José Miguel
, director musical del Teatro de la Zarzuela, versado operista y excelente concertador, que brindó una lectura refinada, pulcra y pulida en lo instrumental, sacando un rendimiento muy satisfactorio de la ya de por sí estupenda Sinfónica de Galicia, aunque tendente a recrearse y dilatar los tempi, sobre todo en los dúos de la pareja protagonista, como el del final del acto tercero, muy respirado y alargado, y el demoledor final, igualmente estirado.Aun así, en los arrebatos orquestales tan propios de Puccini, y que no precisamente escasean en su Bohème, el maestro madrileño tiende a potenciar el forte, haciendo resentir en parte la escucha vocal pero obteniendo una abrumadora y extraordinaria redondez orquestal. A pesar de todo, las voces estaban ahí, sobre el escenario del un tanto desagradecido Palacio de la Ópera, cuya acústica –percibido por primera vez por este cronista proveniente de la capital del reino- no contribuye a disfrutar de una experiencia vocal ideal.
Desafortunadamente, queda bastante damnificado de la misma el tenor Celso
La triunfadora indiscutible de la noche fue la soprano Miren Urbieta-Vega en el personaje titular, cantante que está teniendo en los últimos años gran proyección en nuestro país.
No nos decepcionó en demasía la siempre complicada Musetta, aquí una Menos dignidad vocal tuvo en sus escasas frases del acto cuarto, cuando se espera de ella un cambio drástico de carácter.
de instrumento pequeño, de hecho, una soubrette casi de libro. Aunque hubiéramos preferido algo más de consistencia en la voz, la cantante se manejó con holgura en sus cabriolas agudas y con enorme desenvoltura en su gran escena valseada del acto segundo (“Quando m’en vo”).El barítono Massimo compuso un Marcello de enorme rotundidad y enfático, aunque un tanto homogéneo; el también barítono brindó un timbrado y muy correcto Schaunard, y el Colline del bajo Simón , siempre haciendo gala de estupendo actor y cantante, fue vigoroso, regalando una magnífica aria “Vecchia zimarra”. Y Matteo revistió su doble faceta bufa de la dosis adecuada de histrionismo, más actuado el Benôit, más cantado el Alcindoro.
Buena prestación la que ofreció el
Antes de dar comienzo a la función, que se extendió bastante por la inclusión de dos pausas de 30 minutos -lo que considera excesivo el que escribe-, el director de Amigos de la Ópera de la Coruña, el tenor
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