Francia
El perfecto complemento de una obra maestra
Francisco Leonarte
Relativamente poco conocida fuera de las fronteras francesas, Ubu rey es sin embargo una de las obras fundadoras del teatro moderno. Texto en principio concebido por los hermanos Morin siendo adolescentes para burlarse de uno de sus profesores, cuando Alfred Jarry llegó al mismo internado que los citados hermanos, él también metió cuchara y amplió el gran chascarrillo contra el profesor. Pero lo que transformó a Jarry en uno de los pilares del teatro moderno no es tanto dicha participación en la escritura de una broma estudiantil, sino el considerar la antigua broma como una auténtica obra de teatro digna de ser presentada al gran público.
Porque fue Jarry quien publicó la obra en 1895 y la presentó al público parisino en 1896. En 1898 revistió la forma de representación de marionetas. Al piano, ocupándose de la música incidental, se hallaba uno de los mayores gamberros de la historia de la música, Claude Terrasse, autor de las operetas más irreverentes de su época como Au temps des Croisades o Hercules o La botte secrète. En 1908 la obra fue retomada, y para la ocasión, con más medios, Terrasse orquestó su música incidental.
Pues bien, tal es la obra de teatro y tal es la música incidental que la compañía Les Frivolités Parisiennes presenta al público en la muy bonita sala del Théâtre de l'Athénée con un buen ramillete de actores bajo la dirección de Pascal Neyron (cuyas puestas en escena de Là-haut o de Gosse de riche, ambas de Maurice Yvain, ya habíamos aplaudido en el mismo teatro).
Es opción a la puesta en escena de Pascal Neyron el acercar la obra a un público actual y ahondar en la parodia shakespeariana. Sin duda el ver al tío Ubu y a la tía Ubu convertidos en relativamente joven (y hasta sexy) pareja de nuevos ricos sin escrúpulos permite en efecto acercar la obra al espectador de hoy en día. Pero también con ello se pierde el lado irrealmente absurdo y bronco, algo monstruoso, presente en la obra de Jarry, aspecto que forma parte de su fascinación y de la novedad que en su día supuso. Pierden sentido por ejemplo las invenciones de lenguaje ubuescas (traducibles como «mierdra», «onejas», «recontrarrejones», etc), pierden sentido las indicaciones escénicas (difícilmente escenificables como el que los personajes no mueren sino que son «rasgados»), y piérdese también la invención escenográfica prevista por el propio Jarry que incluso dibujó el traje del Tío Ubu (una silueta obesa con una espiral dibujada en el enorme vientre y un capirote).
Y es que, a la hora de montar una obra tan compleja y tan emblemática como Ubu rey, fuerza es reconocer que siempre se sacrifica algo. Demos pues lo perdido (el carácter salvajemente irreal, transgresor e irreverente, antecedente puro de Dada) por lo ganado (acercar la fábula al espectador presente y profundizar en el lado épico, shakespeariano, de la parodia).
Una vez aceptada dicha opción de puesta en escena, la representación sólo puede recibir elogios. Estupendos actores (formidable la energía de Paul Jeanson, casi inquietante la fineza de Sol Espeche, divertidísima la caracterización de bruto de Emmanuel Laskar, eficacísimas las distintas siluetas de Jean-Louis Coulloc'h, Nathalie Bigorre y Elisabeth de Ereño); inteligentísimos decorados post-industriales a base de tubos metálicos de Camille Duchemin; vistosos y creíbles trajes, maquillage y pelucas; muy inteligente movimiento escénico; dirección de actores a la vez homogénea y guardando la libertad interpretativa de cada uno de ellos; buen ritmo...
Pero, yendo a la música, ya es buena cosa que se represente una obra de teatro con música incidental en vivo (frecuentemente las obras de teatro vienen hoy en día acompañadas por una odiosa banda sonora enlatada que desvirtúa totalmente la posible aportación musical). Pero todavía es mejor que podamos escuchar la música incidental original.
Tanto más cuanto que se trata de una partitura tan curiosa y tan fuera-de-moldes como la propia Ubu Rey. Personalmente tuve que confirmar con parte del equipo que se trataba de la partitura original, y aun así seguí documentándome a izquierda y a derecha, tanta era mi incredulidad ante una partitura tan moderna. Una partitura que podría pensarse ha sido escrita hace cuatro días para una serie de dibujos animados. Una partitura que, al igual que la obra de Jarry, rompe códigos, se nutre de músicas populares, se libera de toda noción de buen gusto o de finura, para zambullirse en la irreverencia infantil y bruta, a la imagen del famoso «Mierdra» que ensucia continuamente la boca del tan odioso como zafio y divertido Ubu.
Les Frivolités Parisiennes -sin necesidad de director musical oficial- la interpretan con regocijo. (aquí sí que notamos plenamente la salvaje energía del original de Jarry-Terrasse). Antecedente neto de las bandas sonoras cinematográficas, la música incidental de Terrasse no sólo se adapta al espíritu de la obra sino que además la sirve desde un discreto segundo plano, y así lo entienden los integrantes de las Frivolités Parisiennes, situados al fondo del escenario, y cobrando sólo protagonismo en la obertura y en las escenas sin palabras. No obstante, dicha partitura contribuye poderosamente a la creación de ambientes así como a la fuerza expresiva de varios momentos.
El público queda dividido: por una parte admira indudablemente la prestación de todo el equipo, por otra parte quienes no conocían la obra quedan sorprendidos, y quienes la conocían, también. En total sin embargo no se puede dudar de la valía de estas representaciones, y no sólo por la música.
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