España - Galicia
Bruckner 200Esto no es un vals, y tampoco es Bruckner
Alfredo López-Vivié Palencia

Honrando su nombramiento como compositora residente en la presente temporada de la Real Filharmonía de Galicia, esta noche se daba el estreno de Ceci n’est pas une valse de Raquel
La pieza es ciertamente atractiva, sobre todo porque el lenguaje empleado es asequible para el melómano común –entre quienes me incluyo-, de manera que la parte sonora de estos apenas quince minutos se sigue con atención y agrado. Añádase a ello un innegable atractivo visual, gracias a la percusión abundante y variada. La cosa empieza con una gran y larga explosión de sonido en movimiento constante y con mucho color (la estupenda acústica del Auditorio de Galicia ayuda a disfrutarlo), que más tarde volverá para finalmente deshacerse en el tremolo de los violines en pianissimo. Entre tanto, la autora se (nos) divierte con juegos armónicos y tímbricos en la madera y en la percusión, mientras de vez en cuando se cuelan algunos guiños –más o menos explícitos- a la famosa La Valse de Maurice Ravel.
Durante este año de conmemoración del bicentenario del nacimiento de Anton
Lo he dicho varias veces: desde que la pasada temporada asumió la dirección musical y artística de la Real Filharmonía, Brönnimann se ha empeñado en poner en atriles obras que no se adaptan a su plantilla. La última muestra fue la Sinfonía Fantástica hace un mes, que salvó las carencias inevitables de la orquesta con un concepto acertado de la obra. Esta noche el único acierto fue elegir la versión de 1878/1880 de la Sinfonía Romántica en la edición de Leopold Nowak (información que de manera imperdonable omitía el programa de mano), porque la interpretación, como ocurrió en abril, también dejó mucho que desear.
Con menos de cuarenta cuerdas en el escenario (entre ellas sólo cuatro contrabajos), a Brönnimann no le quedaba más remedio que aplicar tiempos ligeritos, y así lo hizo. Y con los mínimos metales obligatorios –once- tampoco le quedaba más remedio que contenerlos; y así lo hizo también. El resultado no podía ser otro que una interpretación blandita, lejos de la majestuosidad que requiere la obra. Pero es que además Brönnimann no pareció manifestar ninguna afinidad por esta música, en lo que se puede calificar como una mera lectura. Su interpretación fue cuadriculada, el fraseo careció de la menor flexibilidad, los bloques sonoros se sucedieron sin que intermediase la necesaria tensión en las transiciones, y -como había que correr- la orquesta muchas veces sonó sucia.
Todo esto ya quedó en evidencia desde el primer solo de trompa: “lleno de expresión” dice la partitura, mientras que lo escuchado era cualquier cosa menos expresividad. Así, las erupciones sonoras y los corales del metal quedaron apagados (anodino el final del primer tiempo, por ejemplo). Es verdad que hubo algún momento feliz, particularmente en el Andante con unas violas cantando de verdad, aunque después el clímax de la obra casi pasa inadvertido, a pesar de la meritoria subida a la cima; y el Scherzo “cazador” salió borroso y deslavazado. Brönnimann, además, pretendió dar un golpe de efecto en la conclusión de la sinfonía; pero no le salió bien: hacer una pausa larga antes de la coda sin haber llegado a ella con tensión acumulada es contraproducente, y por lo tanto esa coda dicha con tanta lentitud no trajo solemnidad sino aburrimiento.
El público también aplaudió con contención, salvo para reconocer ruidosamente el enorme mérito del trompa solista,
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