España - Castilla y León
Los finales de Fischer
Samuel González Casado
Interesante concierto el que
propuso
Hubo problemas con la afinación
de maderas y cuerdas hasta la mitad del segundo movimiento, cuando todo empezó
a fluir de una manera más natural. Scherzo y Allegro salieron
mucho mejor, y el empuje y la asombrosa energía desplegada por Fischer y la
OSCyL lograron que en cierta medida el público se olvidara de los problemas
anteriores.
Este estilo de Thierry Fischer,
directo y algo brusco, da inmediatez a este Beethoven (pasó algo parecido con
la Segunda, aunque los resultados fueron bastante peores), pero lo
despoja de sutileza y reflexión. No hay frases largas y trabajadas, el legato
es de andar por casa y los detalles de color no abundan, por todo lo cual suele
quedarme la sensación de que ni a la obra ni al concepto (que necesitaría más
reposo para mayor eficiencia) se les saca el máximo partido. Eso sí, Fischer es
el “director de los finales”, y es muy difícil no entusiasmarse con él y salir
contento de la sala. Desde otro mundo totalmente diferente, eso último ocurrió
con la Sinfonía Manfred.
Esta obra, técnicamente
complicadísima y agotadora, se toma las cosas con calma. Posee algunos de los
momentos más arrebatadores de Chaikovski en el ámbito sinfónico, pero sus
originales introducciones, desarrollos y puentes no son lo más vistoso que
escribió, y no tienen nada que ver con la inmediatez de sus sinfonías
numeradas, como es normal dada la narración de Lord Byron de la que parte.
En cualquier caso, enseguida se
notó que Fischer estaba en su salsa, ya que en este tipo de sinfonismo sabe
cómo manejar las masas orquestales. La cuerda tuvo una presencia espectacular,
y el primer movimiento contrastó con acierto la calma con los clímax, muy
efectivos. Cierto exceso de decibelios en general presagiaba momentos
atronadores que luego no lo fueron tanto.
Hubo esfuerzos, normalmente
conseguidos, para clarificar todo lo que hay en esta sinfonía, cercana a la
sobreorquestación. En este sentido, parte central del Vivace sonó algo
difusa, pero todo el comienzo del Allegro con fuoco fue modélico, tanto
en equilibrio como en empuje y dinámica. La Pastorale, también modélica
y un auténtico descanso para la mente, expuso su lirismo de una forma rotunda y
detallista, con las maderas en su punto justo de protagonismo.
La organística conclusión, después de un último movimiento que fue un espectáculo por su claridad y contundencia, devolvió la calma al conjunto, y el público estalló en aplausos después de la tremenda energía desplegada. Fischer y la orquesta, que habían hecho un esfuerzo inusitado, se retiraron pronto, pero la animación se seguía palpando; y es que, de todos los finales de Fischer que recuerdo, este ha sido aquel cuyo brutal despliegue de efectivos mejor ha conectado con el público, probablemente por tratarse de una obra tan dilatada: la energía también se fue acumulando en el patio de butacas y terminó volviendo a los adalides de tan buenos momentos.
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