Italia
Cagliari: vuelve una gran Adriana
Jorge Binaghi
Han pasado más de cuarenta años desde la última de vez de la presencia de este título en los escenarios de la ciudad. Ahora el Teatro Lirico decidió reponerlo en un nuevo acto del interés de sus autoridades por la llamada ‘giovane scuola’, que no es el caso aquí de identificar con ‘verista’. Y se trata del título fundamental de su autor y de uno de los pilares de esa época y estilo.
La nueva producción de Mario Pontiggia, con la
colaboración de Angelica Dettori, es simple, clásica, tradicional, sin
sorpresas. Según lo que piense cada uno eso puede ser bueno o malo. Al público
le agradó y también a quien esto escribe, pues es ópera firmemente vinculada a
una época, que no admite transposiciones de tiempos, lugares, y no da lugar a inspiraciones
más o menos geniales. Los resultados fueron en general correctos, aunque no
todos los intérpretes (como es habitual en la
actualidad en muchos sitios se alternaron dos repartos) estuvieron a la
altura.
Bellos
trajes de Marco Nateri, decorados apropiados de Antonella Conte, iluminación
correcta pero no muy original de Andrea Ledda. Si la coreografía de Luigia
Frattaroli para ‘El juicio de Paris’ del tercer acto sólo era funcional (y el
‘pastorcillo’ un tanto robusto y crecido) pasaba sin dejar huella y no molestaba.
En todo caso este título, como es bien
sabido, hay que evaluarlo sobre todo por el aspecto musical. Repitiendo que
todo no se situaba al mismo nivel, podíamos contar con una buena versión
orquestal y una gran protagonista en el primer reparto.
Fabrizio Maria Carminati dirigía con gran oficio
a los profesores de la orquesta del Teatro con resultados en conjunto buenos.
Tal vez en algunos momentos sonaba fuerte y pesada, pero nunca comprometía el
rendimiento de los cantantes. El coro, preparado por Giovanni Andreoli, participaba
con gran corrección en todos los aspectos.
Lo que se retendrá siempre de esta reposición
es que con ella regresaba a las escenas italianas, luego de siete años de
ausencia de las mismas, Fiorenza Cedolins para interpretar una ópera completa.
Los motivos de ese paréntesis seguramente forzado (ha estado muy activa en
otros terrenos, ha cantado en conciertos y concursos, y ha interpretado al
menos tres óperas en Sofía) pueden ser varios, y no es una crítica el lugar
adecuado para intentar explicarlos o comprenderlos.
El caso es que la artista ha demostrado una
vez más estar a la altura de su -más que bien ganada- fama y se encuentra
siempre en posesión de un instrumento utilizado con precisión, firmeza, volumen
y extensión sobrados, de bello color y reconocible, aparte de homogéneo, que ha
adquirido mayor consistencia aún en los registros central y grave sin haber
perdido sus recordadas notas filadas o la seguridad en sus agudos. La emisión y
proyección siguen siendo un ejemplo de la gran escuela de canto italiana y le
sirvieron, además, para una interpretación magnética y totalizadora de un
personaje que siempre ha sido uno de sus caballos de batalla. En particular se
ha acentuado su capacidad para los momentos más dramáticos (el dúo con la
princesa en el segundo y los dos últimos actos), lo que no significa que su
aria de entrada o los dúos y diálogos con Maurizio y Michonnet no la hayan
encontrado siempre en gran forma, sino que no me sorprendieron.
Obviamente destacó en el monólogo de Fedra y
el final del tercer acto. El secreto del arte de conversación sigue en buenas
manos y bien harían muchas ‘especialistas del verismo’ en seguir su ejemplo.
Sería mucho más que interesante que recuperara (no sólo en Italia) el lugar que
le corresponde.
Marco Berti posee siempre un timbre
claramente tenoril y una extensión notable, con un agudo seguro, que fuerza sin
necesidad y no intenta las medias voces que la parte del pretendiente al trono
de Polonia exige. También como actor resulta sumamente convencional.
Anastasia Boldyreva fue una Bouillon de bella
estampa, y es lástima que su voz y su emisión resulten en general demasiados
‘eslavos’ y guturales como para permitirle una caracterización completa de su
parte.
Enrico Marrucci presentó un Michonnet excesivamente
cómico en el primer acto, cantado de modo discreto (echa los restos en el
monólogo, con razón), pero el personaje exigiría más, mejor y diverso enfoque.
Muy bien en cambio el Abate de Saverio Pugliese y el Príncipe de Bouillon de
Abramo Rosalen, en absoluto voces ‘de comprimario’. Por una vez bien
conjuntados y de dicción clarísima los cuatro artistas amigos de Adriana en las
voces de Marco Puggioni, Alessandra Della Croce, Anastasiya Snyatovskaya y
Nicola Ebau.
Público bastante numeroso y con
demostraciones de entusiasmo para Cedolins.
En el segundo reparto la asistencia y el éxito fueron menores. Rachele Stanisci debutaba la protagonista y lo hizo muy correctamente, pero con poca personalidad y acento convencional, además de un canto bastante monótono. Chiara Mogini fue muy interesante en la princesa, pero la voz es, por ahora, demasiado clara. Aleksandr Antonenko resultó una sorpresa en Maurizio, pero si la voz sigue siendo voluminosa y extensa los ataques son inciertos, y las medias voces que intentó, totalmente destimbradas; por actuar no es que se haya preocupado demasiado. Italo Proferisce fue un buen Michonnet, acertado en todo aunque no siempre de relieve. El Abate de Mauro Secci y el Príncipe de Volodymyr Morozov resultaron correctos. Lo demás se repitió sin variaciones.
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