Discos

Hydropath

Quinito Mourelle
martes, 26 de noviembre de 2024
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Hydropath. Isil Bengi, piano. Charles-Valentin Alkan: Chanson de la folle au bord de la mer. Johannes Brahms: Drei Intermezzi, op. 117. Toshi Ichiyanagi: Inexhaustible Fountain. Jules Massenet: Eau dormante. Augusta Read Thomas: Rain at Funeral. Ulvi Cemal Erkin: Bes¸ Damla. Julian Scriabin: Prelude in C Major, op. 2. Modest Mussorgsky: Une Larme. Amy Beach: Out of the Depths, op. 130. Henry Cowell - The Tides of Manaunaun. Grabación, 22.11.2024 (52'52). Insolite Records INS03.
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Tras haber debutado el pasado verano como directora teatral en la obra Square Edison, en la que también interpreta un papel; haber codirigido y coproducido un documental sobre el escultor holandés Koenraad Tinel; y haber ofrecido una serie de conciertos tanto en solitario como con el dúo ALISIL, que forma junto a la violinista Alice van Leuven, Isil Bengi redondea el año publicando ahora su cuarta grabación a piano solo bajo el sello Insolite.

Escucha a ciegas

Es difícil encontrar hoy día una novela que no se nos destripe en su contraportada o solapas, hurtándonos así como lectores el placer de dejarnos sorprender y utilizar nuestras propias herramientas y asideros para iluminarnos en la oscuridad del texto. Todas esas informaciones colaterales dinamitan de algún modo aquella hermosa formulación de la estética de la recepción según la cual, grosso modo, es el lector quien crea la obra mientras la lee.

Paradójicamente, en el ámbito discográfico ocurre ahora todo lo contrario: la gran mayoría disfruta de la música a través de plataformas digitales en las que la única información a nuestro alcance es el título de las obras. 

Se nos priva así de conocer las intenciones de compositores e intérpretes, tanto a la hora de elegir un repertorio como, si fuese el caso, atribuirle un contenido programático.  El formato físico del CD (como lo fue también el LP) es un buen campo para que compositores e intérpretes se explayen en las explicaciones que consideren oportunas.

En este sentido es importante recalcar que, más allá de sus grandes dotes pianísticas, Isil Bengi sobresale por elecciones muy personales de sus repertorios, siempre acompañados por magníficas notas que dan buena cuenta de su identificación y comunión con la música que interpreta. He leído con placer y provecho las notas de sus anteriores grabaciones pero esta vez, homenajeando quizá humildemente aquellos blind test a los que se sometía a célebres músicos de jazz, he preferido para mi primer contacto con Hydropath seguir mis costumbres de lector de novelas, de forma que no he consultado ni notas, ni títulos, ni autoría de los 16 cortes hasta finalizar esa primera escucha para contrastar luego mis impresiones con la literatura aportada por la intérprete.

Ya en los segundos iniciales de la primera pieza, Chanson de la folle au bord de la mer nº 8 de Charles Alkan (1813-1888), no pude evitar la evocación de una profesora de doctorado que, en un curso monográfico sobre Italo Calvino, nos recalcó que la primera página de una novela o relato nos ofrece ya un cuadro -el tono- en el que se enmarcará la historia, de igual modo que la música con la que arranca una película nos indica en pocos compases si veremos un drama, una comedia, si tendrá suspense etc. La canción de Alkan nos sumerge de inmediato en los graves del piano y es ahí, en los graves y en los andares lúgubres, fúnebres por momentos, donde habita, a mi entender, el alma de este maravilloso CD. 

Para cerrar el círculo, la pieza de salida The Tides of Manaunaun de Henry Cowell (1897-1965) está presidida asimismo por una insistencia rítmica y obsesiva de las notas más graves, sobre cuyo efecto armónico creado, a modo de pedal, se sobrepone una suerte de himno irónico que deriva finalmente en una hermosísima canción triste. 

No otra cosa que canciones tristes, muy bellas y románticas, son Eau dormante de Jules Massenet (1842-1912) y Une Larme (una lágrima) de Mussorgsky (1839-1881), sin duda esta última una “perla del romanticismo ruso” como rezaba el recopilatorio del mismo título (POINT 1992) en el que escuché esta obra por primera vez. 

Mayor gravedad, mayor profundidad sombría encontraremos en Rain at Funeral de Augusta Read Thomas (1964) en el que de nuevo los graves generan un pathos sobre el que, a modo de contraste y jugando con mucho espacio, notas agudas se salpican aquí y allá imitando presumiblemente esa lluvia acaso molesta y reveladora. El juego de dinámicas y el uso del pedal revelan aquí una particularísima sensibilidad. 

Parecido ambiente se registra en el comienzo de Inexhaustible Fountain de Toshi Ichiyanagui (1933-2022), la pieza más larga del repertorio y en la que, tras el inaugural anuncio -una vez más- de los graves y el contraste de trinos muy agudos, la composición se esfuerza por describir el flujo de las aguas, alcanzando por momentos altas cotas de agitación que nos recuerdan que nos hallamos ante música contemporánea, aunque ésta pueda estar emparentada con cierto “paisajismo” decimonónico, y denotando, en cualquier caso, que la implacabilidad de esas aguas esconde también regiones poco amables.

El II movimiento de la suite Bes Damla (Cinco gotas) del compositor turco Ulvi Cemal Erkin(1906-1972) nos lleva de nuevo al ambiente pesaroso de los funerales, con esa forma de caminar resignada e inexorable… que enlaza luego con el último movimiento (moderato), de nuevo presidido por los graves. Mucho más rítmicos son los movimientos I (Animato) -cuya irrupción recuerda el II movimiento de la sinfonía con órgano de Saint Saëns- y el movimiento IV (Energico), plagado de interesantes audacias rítmicas. El movimiento III (Tranquilo), con un marcado regusto folclórico, es, por cierto, una composición deliciosa en la que se combinan magistralmente la sencillez popular y cierta solemnidad de salón. Sin duda hay mucha música por descubrir en esa generación de los turkish five.

El Preludio en do mayor op. 2 de Julian Scriabin (1908-1919), gemelo del espíritu cosechado por su padre, engarza muy bien, aunque con personalidad propia, con el resto de las obras seleccionadas por Bengi. La cuestión del hipotético desarrollo estilístico que Alexander Scriabin habría experimentado si hubiese tenido una vida más longeva se hace aquí extensiva al hijo, fallecido a muy temprana edad en extrañas circunstancias. Lo trágico, lo premonitorio, el arrebato, la dulzura y la extrañeza apareciendo por sorpresa en la esquina siguiente, se concitan en esta breve creación para recordarnos el ineludible “de tal palo tal astilla”. ¿Quién fue realmente Julian?

Out of the Depth op. 130 de Amy Beach (1867-1944) nos plantea un viaje interior que se inicia con una progresiva caída hacia los graves y una concatenación de acordes sombríos de los que brota luego una suerte de progresión, en una desesperación romántica, para reposar finalmente en las quedas profundidades de las que partió.

El poder curativo de las aguas

En mi apreciación general de que todo este repertorio estaba hilado como una suerte de descenso a los infiernos o, si se quiere, de una indagación y descripción de los mismos, de su amargura y fatalidad, representados en la posibilidades tímbricas del piano y muy especialmente en sus graves, no encajaban del todo, sin embargo, los Drei Intermezzi op 117 de Brahms (1833-1897). Aunque es cierto que los dos últimos sí caminan por modos menores y (escúchese por ejemplo el movimiento de los bajos y los dos primeros minutos del tercero o el final del segundo) y tienen algo de crepuscular, la serenidad plácida del primero, su nobleza de miras, se diferencia por su luminosidad e incluso clasicismo en el colorido general de este repertorio. 

El propio Brahms, no obstante, no sabía bien cómo titular y menos definir estas piezas para piano, aunque según recoge Johannes Forner en Brahms: un compositor de estío (Silex 2019) “son tres nanas de mis penas”, le confesó en cierta ocasión Brahms a Rudolf von der Leyen”. Sea como fuere, los tres intermedios casan estéticamente con mayor fluidez con las piezas de Mussorgsky y Massenet que con el resto.

Reflexiones aparte, había llegado para mí el momento de leer las notas de la pianista. Su intención no era reflejar un descenso a los infiernos sino revelar la expresión de las aguas y su poder de transformación y adaptación -su capacidad para “alcanzar su meta a pesar de todo impedimento”- como fundamento de este repertorio. Los títulos de la mayoría de las obras hacen referencia, en efecto, al agua. Cuenta Bengi que ante un desafío pianístico sus manos comienzan a sudar pero ha conseguido desarrollar una técnica -suponemos psicológica- con la que consigue que, una vez al piano, sus manos recuperen su sequedad. El agua como terapia para curarnos del agua. 

También para la pianista Brahms fue una suerte de sorpresa: al darle vueltas a la idea de concebir un álbum con el agua como nexo programático resonaban siempre en su cabeza los Intermezzi op.117. Luego descubrió que habían sido compuestos en el balneario de Ischl. 

En lo que a mí respecta, la literatura regresaba, también gracias a Brahms, a ocupar cierto protagonismo en mi escucha del disco, pues en aquel momento estaba leyendo Un canon personal (Berenice 2024) una suerte de autobiografía del pianista de jazz Brad Mehldau que, esta vez sin ambages, es la cruda confesión de un descenso a los infiernos en toda regla (afortunadamente con una salida airosa). 

Habituado a que los músicos de jazz se nutran de Bach y su lenguaje para estimular su talento como improvisadores, tan sólo tenía noticia de una querencia similar por Brahms gracias a la interpretación del pianista Jason Moran del Intermezzo op. 118 n.2, el mismo opus del que bebió Mehldau en su periodo juvenil de formación clásica y posteriormente de la mano de su profesor, y también extraordinario pianista de jazz, Fred Hersch

Es muy probable que la lectura de las peripecias de Mehldau haya influido también en mi apreciación de este disco, pero tras escuchas posteriores me reafirmo en mi primera impresión. De cualquier manera es irrelevante si una recepción particular coincide con la del autor/a: lo importante es que la escucha suponga una vivencia.

La personalidad de una intérprete

Hydropath es el último jalón de un camino trazado a conciencia. No supone pues un golpe de volante sino la continuidad tenaz de un modo de hacer bastante conceptual. Aunque la idea principal sobre la que gravitan las piezas escogidas en cada uno de sus álbumes (en esta ocasión el agua) va cambiando, Isil Bengi mantiene una directriz transversal en toda su producción: divulgar la obra de compositores que, por diversas razones, suelen quedarnos a desmano. En sus grabaciones cohabitan nombres consagrados con otros ciertamente desconocidos para el gran público y que, al ponerse a la misma altura, ven así su obra dignificada. 

Compositores como Ulvi Cemal Erkin,Toshi Ichiyanagi, Julian Scriabin o el propio Alkan merecen, como mínimo, una escucha atenta y máxime en una interpretación de gran altura como esta. Dos mujeres completan ese elenco: Augusta Read Thomas y Amy Beach. Esta última sí comienza a “sonarnos de algo” gracias, por ejemplo, a las interpretaciones de Evgenia Nekrasova; Patricia García Sánchez la incluye a su vez en su libro de cuentos Mariposas de papel pautado (Dairea 2024), dedicado a una lista de siete compositoras entre las que no figuran ni Clara Wieck (Schumann) ni Fanny Mendelssohn. Quizá esa ausencia sea sintomática de que, poco a poco, se va ampliando el espectro de un más que tardío, y por tanto injusto, reconocimiento a las compositoras de todas las épocas. (Sobre este particular reivindico desde estas líneas una traducción de la biografía de Fanny Mendelssohn escrita por Ellinor Skagegard (Leopard Förlag 2019).

Pero regresemos a Bengi para concluir esta recensión. De forma análoga a los/as cantantes que se preocupan por conocer el contexto y el sentido de aquello que cantan, la pianista belga de origen turco indaga en la génesis de las obras que interpreta. Para ello parte de una investigación biográfica que, sin embargo, la llevará más allá de la mera voluntad de hacer justicia histórica a compositores/as: al final del proceso el oyente advierte que la intérprete ha conseguido hacer suyas esas composiciones (de nuevo la estética de la recepción) y que es, en última instancia, su sensibilidad la que empasta y da una pátina especial al conjunto. 

El oyente encontrará aquí una sonoridad muy buscada -en la que se explora y extrae con maestría las posibilidades tímbricas del instrumento-, un exquisito cuidado en los cambios de dinámica y, como ya se ha subrayado, especialmente en esos fortes atacados en las tesituras más graves. El uso del pedal como generador armónico de atmósferas enfatiza todavía más el poder y significado de esos graves, en los que yo he querido ver una carga psicológica determinada.

Parece increíble que, teniendo en cuenta la exigencia del piano, Bengi se dedique también con talento (y empezando a cosechar premios) a la interpretación y dirección actoral, pues Hydropath parece la grabación de una pianista consagrada exclusivamente, en cuerpo y alma, a la música, de una pianista que vive dentro y para la música. Pero qué sería la música si fuese sorda a todo lo demás…

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