Alemania
Alcina como metáfora de los locos años veinte
Juan Carlos Tellechea
Una magistral producción de Alcina, ópera pocas veces representada de Georg Friedrich Haendel, fue estrenada este domingo entre ovaciones y atronadoras exclamaciones de aprobación en el Teatro de Bonn, con puesta en escena de Jens-Daniel Herzog y dirección musical de Dorothee Oberlinger, destacada especialista en el repertorio del Barroco. La acción no quedó exenta de sorpresas.
Haendel encanta al público por su gran riqueza de afectos y colores.
Alcina (Marie Heeschen), la hechicera, tiene poder, dinero, respeto, es amada y temida, impresionantemente bella, astuta y en extremo peligrosa.
Lleva una vida mundana, de escandaloso lujo, en una villa rodeada por un sombrío muro que parece haber quedado marcado por balas de grueso calibre en su superficie de ladrillo gris antracita.
Impía
Mas su gran debilidad es la de estar perdidamente enamorada de Ruggiero (Charlotte Quadt), su prisionero, por lo que se ve obligada a mentirle de forma constante para que se quede con ella.*
Durante mucho tiempo (quizá demasiado) Alcina parece tenerlo todo bajo control.
Sin embargo, Bradamante (Anna Alàs i Jové), la rival de Alcina, es una luchadora y no una seductora; solo conoce la verdad de su corazón. Ella se infiltra de incógnito (disfrazada de hombre) en el reino mágico de Alcina para liberar a su amante Ruggiero de su cautiverio.
El niño Oberto (Nicole Wacker), quien también quiere salvar a su padre (el paladín Astolfo) convertido en un león (de peluche), tiene una esperanza similar, pero resulta nada más que una vana ilusión. Alcina se encarga de terminar con toda utópica creencia, arrojando al muñeco impíamente al fuego de la chimenea en la sala de estar de la mansión; punto. Nicole con su aspecto y registro vocal es un reparto ideal para el niño Oberto.
Fuerza
En cuanto a Ruggiero, en realidad apenas sufre por el encarcelamiento; se lo pasa bastante bien porque Alcina lo ha elegido como su amante. Dividido entre las dos mujeres que le aman, Ruggiero se ve obligado a cuestionar su identidad y a tomar una decisión sobre su futuro.
En cualquier caso, una cosa salta a la vista: las mujeres de esta Alcina son fuertes e inteligentes. Sufren, luchan y sienten mucho, pero se mantienen íntegras y no se rompen. Esto se aplica sobre todo a la propia Alcina, en cuyo papel Heeschen ofrece una interpretación vocal fuerte y polifacética. Pero también a Bradamante, cuya voz es impresionante, oscura y rica, pero muy ágil y juvenil.
Conmovedora
Al mismo tiempo, la polifacética y encantadora música de Haendel, maravillosamente interpretada por la Beethoven Orchester de Bonn y la clavecinista Olga Watts, bajo la égida de Dorothee , conmueve sobremanera al público.
De pronto, Alcina se da cuenta de que su poder se desvanece. Su amado Ruggiero se ha liberado de su hechizo y se aleja de ella. Esto la coge desprevenida. La conmoción de Alcina se percibe en los staccatos de la orquesta. El colectivo musical los interpreta como congelados en el tiempo. Y Marie Heeschen revela de repente lo vulnerable que es Alcina. Su voz tiembla cuando acusa a Ruggiero de ser un traidor (traditore).
Realidad
Heeschen encarna el papel principal con gran intensidad. Su aria Ah, mio cor (Ah mi corazón) es un instante conmovedor. Y no es el único. La interpretación de Alcina de Haendel cautiva por su expresividad, explorando un amplio espectro de emociones, desde la profunda desesperación hasta la exuberante anticipación del amor.
Lo que comienza como un fantástico cuento de hadas y una historia de aventuras se convierte en un juego psicológico entre gato y ratón, con una acción artificial que implica persecución constante, capturas casi accidentales y escapes repetidos. Lo que está sobre el tapete es real: celos, confusión emocional, miedos, ansiedades, dudas y muchas amargas acciones.
Locos años
La régie de Mathis Neidhardt; vestuario Sibylle Gädeke; iluminación Max Karbe) que hace brillar el magnífico, multicolorido y misterioso mundo mágico de Alcina, ambientado en el art déco de los locos años veinte. Fuera llueve a cántaros, diluvia. Dentro, la dueña de casa es una exquisita mujer de la época que somete al personal y a sus invitados a sus propias reglas, mientras se divierte con Ruggiero.
La coreografía (Ramses Sigl) se inspira visualmente en las danzas de aquellos tiempos que llegaron a Europa importadas de los Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Los seis bailarines del conjunto siguen disciplinada y sincronizadamente la ejecución musical con fascinante e incontenible compromiso físico.
La idea de llevar danzas al escenario de la ópera barroca no es nueva, pues el propio Haendel ya lo había hecho. Fueron claramente escritas al estilo francés para la parisina Marie Sallé y su compañía, como demuestran también los títulos de sus movimientos. Pero casi tres siglos después, la Ópera de Bonn las traduce con gran intensidad al lenguaje moderno.
Gran Guerra y Depresión
Imágenes proyectadas sobre la cortina de una de las ventanas evocan la barbarie de esa Gran Guerra, que causó más de 17 millones de víctimas, entre militares y civiles, recordados precisamente este domingo 10 de noviembre por el rey Carlos III y su familia con dos minutos de silencio en el Reino Unido en vísperas del 106º aniversario del Armisticio de 1918.
Con esas alegorías y en esa vida tan cargada de excesiva opulencia y erotismo, se acaba el sortilegio. A Ruggiero le vienen a la mente las pesadillas de la vida de soldado. Más tarde se le recordará lo que se aguarda de él en medio de la Gran Depresión de 1929, un matrimonio bien avenido en medio de la miseria. A Alcina, rodeada por el cuerpo de danzarines, se le antoja caprichosamente seducir a Bradamante, pero su magia es ya cosa del pasado, y nadie le cree.
En su puesta, Herzog muestra la decepcionante situación del momento cuando cambia los elegantes trajes de fiesta por la humilde vestimenta de la era de la Gran Depresión. Deja en claro que este reino mágico con sus propias reglas inhumanas no es ciertamente un paraíso. Aunque los contrastes entre los atuendos de noche y los abrigos de los soldados son crasos, el concepto funciona muy bien sobrellevado por la trama.
Hechizo musical
El cuidado sonido que Oberlinger logra (sí) hechizar de la Beethoven Orchester Bonn resalta todos los matices de la partitura de Haendel. Con el elenco entero de solistas, la directora tiene además un conjunto de primera. Las voces femeninas, en particular, son sobresalientes. La soprano Gloria Rehm capta el tono de la joven Morgana, que aún no está del todo segura de sus sentimientos, con un timbre argénteo, flexible y dulce. El coro del Teatro de Bonn, muy bien preparado por André Kellinghaus, tuvo también una intervención impresionante.
Haendel escribió originalmente el papel de Ruggiero para Giovanni Carestini, uno de los castrati más famosos de aquel entonces. En esta producción no es cantado por un contratenor, como en otras puestas en escena, sino por una mujer Charlotte
El amor
La mezzosoprano empatiza con las fluctuaciones emocionales del joven, conmoviendo al oyente con momentos maravillosamente íntimos. Por ejemplo, cuando canta sobre la belleza de la naturaleza en el aria “Verdi prati”.
Bradamante, la amante de Ruggiero, es la despechada durante mucho tiempo. Siente celos de Alcina. Y Anna Alàs i Jové lo demuestra con una energía deslumbrante. Al final, Ruggiero y Bradamante se encuentran. Alcina, la hechicera, no convierte a Ruggiero en un animal o en una piedra, aunque podría hacerlo, y se da cuenta de que es imposible conspirar contra el amor.
Meticulosidad
En los papeles masculinos, Stefan Sbonnik consigue dar profundidad al de Oronte con su brillante registro de tenor, y Pavel Kudinov al de Melisso con un vibrante sonido de órgano negruzco.
Dorothée Oberlinger dirige desde el foso con especial meticulosidad y entrega, no aprieta el tempo con la orquesta ni huye de los solistas y cada compás cuadra a la perfección con el canto sobre el escenario. Casi en los últimos compases, Oberlinger una excelente y personalísima solista de flauta dulce, coge rápidamente su sopranino para anunciar de forma breve el desenlace final. Es esta una de las producciones de Alcina más emocionantes de los últimos años.
Notas
Hasta último momento no se sabía si Quadt estaría en condiciones de cantar durante toda la velada su papel, porque más temprano había tenido problemas con su voz. Finalmente pudo superarlos. El contratenor Ray Chenez vino exprofeso desde Viena para sustituirla, pero su intervención no fue necesaria.
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