Italia
Ravenna 2024 (II): Il Pomo d’oro y un contratenor de moda
Agustín Blanco Bazán
Luego de las dos importantes veladas de ópera a cargo de Pier Luigi Pizzi como regisseur y escenógrafo, y Ottavio Dantone al frente de la orquesta de la Academia Bizantina, la tradicional trilogía de espectáculos otoñales del teatro Alighieri, se completó con la presentación de otra excelente agrupación instrumental, la orquesta Il pomo d’oro. Particularmente destacable fue la vivacidad y acentuación de las violinistas Alfia Bakieva y Maegerita Pupulin en la Sonata de Kerll y similarmente irresistible el ritmo y la intensidad del Concerto a tre voci y continuo (Tamburetto) de Jarzebski.
Pero ¿qué quiso aportar durante la pasacaglia de Marini el contratenor Jakub
Józef Orliński (Varsovia 1990)?
Minutos antes había ingresado por el corredor central de la sala, descalzo y
revoleando pomposamente un manto como si fuera la capa de un torero, para
iniciar el espectáculo cantando en buen estilo dos arias de Monteverdi.
Durante la obra orquestal de Marini en cambio, se
paseó por todos lados, siempre con pases de manto mirando con asombro, atención
aguzada o expresión de poeta perdido tal vez para justificar un fanal construido
utilizándolo como centro denominado Beyond
o sea “Mas allá.” En algunos momentos la desaparición de su imagen nos hizo
pensar a los que estábamos en la fila 9 de platea que había decidido dejarnos
en paz para apreciar la orquesta, ¡pero no! Una mano elevándose en oleados
movimientos hacia un foco de luz denunció que se había recostado sobre la
tarima frente a ella para mimificar su ensueño desde el suelo.
Y así siguió, sobre-enfatizando sus
intervenciones cantadas con movimientos estereotipados, y moviéndose hasta con
pasos de danza durante todas las obras exclusivamente orquestales. El
espectáculo fue todo un éxito de público: a sala repleta y con entusiastas
alaridos de aplauso al final.
Orliński mismo advirtió que lo suyo no era un
recital tradicional, pero aún aceptando que este tipo de recitales pueden
admitir estéticas escénicas novedosas, caben en este caso algunos reparos. Por
empezar, el contratenor carece de una formación de mímica que lo equipare a un
Marcel Marceau y su improvisado deambular naufragó demasiadas veces en un
egocentrismo superfluo e innecesario: al no abandonar el proscenio siquiera por
un segundo, su presencia terminó siendo insufriblemente machacona.
La teatralización de las arias a su cargo hubiera
sido mas efectiva si hubiera desaparecido durante los números de orquesta. Y
aún sus arias hubieran lucido mejor si en lugar de dar rienda suelta a
sentimientos excesivamente sobreactuados hubiera sincronizado su canto con la
ayuda de un regisseur experimentado.
En un momento me pregunté por qué Pier Luigi Pizzi, que estaba sentado cerca de
mí no había sido contratado para encausar este derroche de autoindulgencia con
algo de sobriedad y control.
Vocalmente hablando, Orliński exhibió un registro
firme con un timbre mas bien monocromo, con un engolamiento de constante mezzoforte apoyado en el paladar. Su
aceptable fraseo fue por ello malogrado con algunas estridencias que seguramente
podría evitar con un mayor cuidado y variedad de dinámicas en la emisión. Su
“Amarilli mia bella” por ejemplo, permitió imaginar posibilidades interpretativas
dramáticamente genuinas y mas convincentes. Y la comicidad ensayada en las bufonerías de Giovanni Cesare Netti (“Quanto più la donna
invecchia”, “Son vecchia, patienza”) fue genuinamente divertida.
Es de esperar que Orliński pueda volver de su “más allá” al “mas acá” de sus muchas posibilidades. Y también de sus limitaciones. Porque las tiene, como todos los artistas, y como todo el mundo.
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