Austria
‘No una ópera bufa cualquiera’
Jorge Binaghi
La frase pertenece al estudio sobre la obra en el segundo volumen del Donizetti de William Ashbrook (pág.246 de la traducción italiana de 1987, E.D.T., Turín), de la que se agrega, allí mismo, que ‘se ha dicho que es la ópera más mozartiana de Donizetti’. Uno recuerda esas consideraciones mientras lee ‘coreografía’ y se queda pensativo.
Ve que en el reparto hay dos actores (Eduard Wesener y
Waltraud Barton) que hacen, respectivamente, de mayordomo del protagonista
(bien) y camarera (resulta que de Norina, que sin embargo es definida ‘pobre’),
y agrega ‘a ver qué sale de esto’.
Resulta que la obertura nos desvela el misterio. Estamos
en un bar/ restaurante (pero casi todos lo que hacen es beber) propiedad de Don
Pasquale donde pasan -no se sabe bien haciendo qué- Norina y Ernesto, y una
cantidad de parroquianos absolutamente innecesaria que nos ‘divierten’ con sus
acciones coreográficas durante la obertura (como se sabe, la música de una
ópera últimamente es, a lo sumo, como la música en La guerra de las galaxias).
La trama luego continúa como siempre salvo que Norina
aparece de la nada como una gran dama, y su camarera inventada actúa mucho más
que el previsto mayordomo de Pasquale aconsejando, asintiendo, subrayando. Hay
un segundo encargado del bar que se esfuma luego sin destino conocido.
Naturalmente todo está modernizado con lo que buena parte
del texto pierde sentido o entra en contradicción. La serenata con que se
anuncia Ernesto en el último cuadro era, hasta ahora, entre bambalinas con
tenor y coro: aquí el solista está en medio del escenario moviéndose como un
aprendiz no se sabe si de Elvis o alguien anterior mientras las ‘guitarras’
acompañantes son, obviamente, mariachis.
En fin, que últimamente Brook parece haber perdido la
brújula (esta producción no es reciente). Ahora bien, la nutrida concurrencia
rió con ganas viniera o no a cuento. Cuando se está dispuesto a divertirse,
pues eso.
El motivo principal de esta reposición -y su interés
mayor- radicaba en el debut en la parte del protagonista de Schrott. En plena
forma, con sus importantes y bellos medios intactos y cantando muy en estilo
fue por fortuna el centro del espectáculo. Calva, tupé y barriga postizos no
impidieron que resultara demasiado joven (vaciló al decir ‘para un hombre sobre
los setenta’ e intencionadamente agregó dubitativamente ‘sesenta..’). Es sabido
que es una fuerza de la naturaleza y que es difícil, y más en una ópera cómica
con una puesta anterior, contenerlo.
Me sorprendió gratamente pues no se salió del texto y la
música y los hizo brillar con su arte (obtuvo una merecida ovación nada más
empezar con su talentosa versión de ‘Un fuoco insolito’) hasta que llegó el
gran dúo con Malatesta, una de las gemas de la ópera cómica en general y en
esta ocasión punto culminante de la velada. El éxito por la bravura en canto y
escena (Luciano le daba una buena réplica) llevó a la repetición de la segunda
parte y hacia el final se detuvieron y salieron con un ‘Volare’ que enloqueció
al respetable…
A mí particularmente me causó el efecto de una ducha
helada (y ya hacía frío de suyo) ya que Modugno no tiene nada que hacer (con su
hermosa canción, para nada cómica) en la ópera cómica de nadie. A una obra
maestra como ésta no le hace falta nada exterior a ella. Pero evidentemente
estoy equivocado, o al menos en minoría.
Luciano, decía, fue un ‘partner’ muy adecuado, aunque la
voz no sea particularmente bella ni personal, pero sí claramente baritonal y
buen cantante, y poder tratar de igual a igual con alguien como Schrott habla
muy bien de su habilidad de intérprete.…
Yende había encarnado a Norina en Barcelona hace tiempo.
Si entonces no me había convencido no era principalmente por la voz. Esta vez
el personaje salió mejor, con más soltura, pero vocalmente hubo problemas que
no había advertido con tanta claridad: su centro y grave eran a veces
inaudibles, su agudo sigue siendo bueno pero sus sobreagudos fueron cortos
(algunos apenas tocados) y metálicos.
Sekgapane llegó a la tercera representación en
sustitución de un colega. Me sigue llamando la atención que su carrera tenga
tanto realce porque la voz es corta (aunque logra disimularlo aquí, si bien su
gran escena del inicio del segundo acto -la cabaletta en particular- en el
mejor de los casos pasa desapercibida), nada bonita, sin brillo y casi siempre
afectada por un molesto vibratello. Ciertamente es simpático como actor.
Discreto el notario de Pelz y excelentes los dos actores
(piénsese que la camarera de Norina en medio del caos general que se produce al
final de la ópera se sienta abierta de piernas para recibir a un Pasquale
embravecido… Vaya refinamiento).
El coro estuvo bien en su gran escena del tercer acto y la orquesta fue como siempre un auténtico placer. Sagripanti pareció pensar que llevarla a toda velocidad y dejándola sonar fuerte era lo que correspondía (las dos voces agudas no se beneficiaron de ese enfoque). Él también fue muy aplaudido. Se trata de un director que me ha gustado mucho en sus inicios, pero que últimamente tal vez esté trabajando demasiado o en condiciones no óptimas porque me falta la elegancia y exacta dosificación de su primer Rossini en Pesaro o su Werther en París (se supone que obras más difíciles de dirigir que ésta en concreto).
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