Alemania

Una jornada heroica

Juan Carlos Tellechea
miércoles, 4 de diciembre de 2024
Víkingur Ólafsson y Edward Gardner © 22024 by Heinersdorff Konzerte – Klassik Víkingur Ólafsson y Edward Gardner © 22024 by Heinersdorff Konzerte – Klassik
Düsseldorf, domingo, 15 de diciembre de 2024. Gran sala auditorio Mendelssohn de la Tonhalle de Düsseldorf. Solista Víkingur Ólafsson (piano). London Philharmonic Orchestra. Director Edward Gardner. Johannes Brahms, Concierto para piano y orquesta nº 1 en re menor op 15. Ludwig van Beethoven, Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor op 55 “Heroica”. Bises de Víkingur Ólafsson: Jean-Philippe Rameau, The Arts and the Hours de Les Boréades (arreglo para piano de Víkingur Ólafsson) y Johann Sebastian Bach, Largo del Concierto para piano y orquesta nº 5 BWV 1056. Bis de la orquesta: Jean Sibelius, Valse Triste op 44. Organizador Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf. Ciclo Faszination Klassik. 100% del aforo.
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En su gira europea, la London Philharmonic Orchestra, dirigida por Edward Gardner, y el pianista Víkingur Ólafsson hicieron escala en la velada organizada esta tarde por Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf en la sala Mendelssohn de la Tonhalle a orillas del Rin abarrotada de público. Incluso las calles adyacentes registraban atascos de vehículos, debido a que simultáneamente con este esperado concierto se celebraba un espectáculo popular, preludio del carnaval renano, en un recinto cercano.

Ni que decir tiene que la fabulosa presentación de la London Philharmonic bajo la égida de Ed Gardner con Ólafsson al piano desató una eclosión de aclamaciones. El suntuoso sonido, especialmente de las cuerdas, pero también de los vientos, así como la formidable cohesión de este conjunto excepcional con el solista convenció desde un comienzo, causando gran emoción en la platea.

Obbligato

El Primer Concierto para piano op 15 de Johannes Brahms, pone de relieve tanto al solista como a la orquesta, hasta el punto de que ha sido descrita como una “sinfonía con piano obbligato”. Esta impresión cobra todo su sentido al escuchar la interpretación de Ólafsson en ésta, una de sus piezas de bravura favoritas.

Gardner comienza la larga introducción orquestal del amplio y lento Maestoso, monumental y sinfónico, sumergiendo a los espectadores en un clima vehemente de acordes machacones. Suena majestuoso, pero sin énfasis, como lo será el resto de esta interpretación. Tras una entrada casi de puntillas, el piano de Víkingur Ólafsson se funde en el discurso sinfónico.

Pero los estados de ánimo pronto se vuelven muy contrastados, ya que este movimiento se desarrolla con gran libertad formal. En el segundo movimiento, Adagio, tierno e íntimo, el director realiza una puesta en escena de elección, muy lenta y pianissimo, con tempi aún más lentos para realzar la expresividad de lo que es un ensueño, una meditación apasionada.

Adrenalina

El solista utiliza aquí un espectro muy amplio de matices. En marcado contraste, el Rondó final, como bailado y ufano, con su robusta alegría, progresa a través de sus numerosos temas en un modo de variación, un género en el que destaca Brahms sobremanera. Una fina dosis de adrenalina marca la batuta del director, permitiendo que los pasajes solistas emerjan con fuerza o contención.

El prestissimo final, con su deslumbrante ímpetu, arranca los aplausos del público. Esta interpretación, en un marco orquestal opulento, reveló una paleta pianística que no carece ciertamente de garbo, dado el compromiso físico exigido al intérprete, pero que es casi demasiado amplia, desde el toque impalpable hasta la potencia telúrica, al punto de desdibujar casi la coherencia global de la parte solista. No cabe la menor duda de que este concierto, más que ningún otro, exige un agudo sentido de cómo equilibrar la imbricación del piano con el tejido sinfónico.

Los incontenibles aplausos fueron agradecidos por Víkingur Ólafsson con reverentes inclinaciones ante el público y dos bises: de Jean-Philippe Rameau, su propio arreglo para piano de “The Arts and the Hours“ de Les Boréades; y el Largo del Concierto para piano y orquesta nº 5 BWV 1056 de J. S. Bach, tocados con gran virtuosismo.

Heroica

Después del intervalo, la Tercera Sinfonía, op 55 Heroica de Ludwig van Beethoven recibe una lectura muy pulida en la segunda parte de esta velada. En el manuscrito (1803-4) Beethoven dedicó la obra a Napoleón Bonaparte pero, tras las derrotas infringidas por el ejército napoleónico al Imperio Austríaco, la dedicatoria fue suprimida por Le Bureau d'Arts et d'Industrie, la editorial vienesa de la Heroica (1806)Cuando se trata de esta sinfonía. Ed Gardner considera que es imperioso situar las cosas en su contexto. El meticuloso director sabe que la revolucionaria Heroica tiene arrebatos inextinguibles, pero también sus calmas inefables.

El Allegro con brio inicial es enérgico. La London Philharmonic desarrolla aquí una gran tensión y dramatismo bajo la diestra batuta de Gardner. Pero el discurso se despliega en forma de danza. El entrelazamiento de los dos motivos, uno lastimero, el otro con su ritmo saltarín, se saborea a lo largo de esta obra maestra de la música sinfónica de Beethoven.

Épico

La “Marcia funebre” expresa aquí no tanto un sentimiento trágico como el espíritu del héroe, ciertamente desaparecido, pero nunca tan vivo en la mente de quienes le honran. Un lamento más épico que mortuorio, como Richard Wagner concebiría más tarde en la “Marcha fúnebre” de El ocaso de los dioses.

La belleza plástica de la London Philharmonic Orchestra es sencillamente muy singular y prodigiosa; las frases cinceladas de las cuerdas, la redondez del sonido en el registro grave en particular. El scherzo, arremolinado y aireado es ciertamente una página virtuosa, el avance en sus crescendos llevados desde el pppp más impalpable al forte avasallador.

Exultante

El magistral solo de las tres trompas y los impresionantes golpes de timbal son también dignos de mención. El grandioso final lo es sobre todo por su referencia a la danza. Beethoven se inspiró en la música de ballet de Las criaturas de Prometeo (1801). Una vez más, el heroísmo se atempera con la alegría exultante y la feliz victoria.

El despliegue triunfal, repetido varias veces, pone fin a una ejecución incandescente al mando de Edward Gardner. Causa una gran alegría ver y escuchar a esta orquesta en la interpretación de una sinfonía de Beethoven con un refinamiento instrumental tan bien logrado.

La extrema delicadeza, el equilibrio y la dinámica se prolongaron en el bis con el Valse triste op 44 de Jean Sibelius; la exquisitez elevada a la máxima potencia esta tarde en la sala Mendelssohn de Düsseldorf.

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