Alemania
Una jornada heroica
Juan Carlos Tellechea
En su gira europea, la London Philharmonic Orchestra, dirigida por Edward Gardner, y el pianista Víkingur Ólafsson hicieron escala en la velada organizada esta tarde por Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf en la sala Mendelssohn de la Tonhalle a orillas del Rin abarrotada de público. Incluso las calles adyacentes registraban atascos de vehículos, debido a que simultáneamente con este esperado concierto se celebraba un espectáculo popular, preludio del carnaval renano, en un recinto cercano.
Ni que decir tiene que la fabulosa presentación
de la London Philharmonic bajo la égida de
Obbligato
El Primer Concierto para piano op 15 de
Johannes Brahms, pone de relieve tanto al solista como a la orquesta, hasta el
punto de que ha sido descrita como una “sinfonía con piano obbligato”. Esta
impresión cobra todo su sentido al escuchar la interpretación de Ólafsson en
ésta, una de sus piezas de bravura favoritas.
Gardner comienza la larga introducción
orquestal del amplio y lento Maestoso, monumental y sinfónico, sumergiendo a
los espectadores en un clima vehemente de acordes machacones. Suena majestuoso,
pero sin énfasis, como lo será el resto de esta interpretación. Tras una
entrada casi de puntillas, el piano de Víkingur Ólafsson se funde en el
discurso sinfónico.
Pero los estados de ánimo pronto se vuelven muy
contrastados, ya que este movimiento se desarrolla con gran libertad formal. En
el segundo movimiento, Adagio, tierno e íntimo, el director realiza una puesta
en escena de elección, muy lenta y pianissimo, con tempi aún más lentos para
realzar la expresividad de lo que es un ensueño, una meditación apasionada.
Adrenalina
El solista utiliza aquí un espectro muy amplio
de matices. En marcado contraste, el Rondó final, como bailado y ufano, con su
robusta alegría, progresa a través de sus numerosos temas en un modo de
variación, un género en el que destaca Brahms sobremanera. Una fina dosis de
adrenalina marca la batuta del director, permitiendo que los pasajes solistas
emerjan con fuerza o contención.
El prestissimo final, con su deslumbrante
ímpetu, arranca los aplausos del público. Esta interpretación, en un marco
orquestal opulento, reveló una paleta pianística que no carece ciertamente de
garbo, dado el compromiso físico exigido al intérprete, pero que es casi
demasiado amplia, desde el toque impalpable hasta la potencia telúrica, al
punto de desdibujar casi la coherencia global de la parte solista. No cabe la
menor duda de que este concierto, más que ningún otro, exige un agudo sentido
de cómo equilibrar la imbricación del piano con el tejido sinfónico.
Los incontenibles aplausos fueron agradecidos
por Víkingur Ólafsson con reverentes inclinaciones ante el público y dos bises:
de Jean-Philippe
Heroica
Después del intervalo, la Tercera Sinfonía, op 55 Heroica de Ludwig van Beethoven recibe una lectura muy pulida en la segunda parte de esta velada. En el manuscrito (1803-4) Beethoven dedicó la obra a Napoleón Bonaparte pero, tras las derrotas infringidas por el ejército napoleónico al Imperio Austríaco, la dedicatoria fue suprimida por Le Bureau d'Arts et d'Industrie, la editorial vienesa de la Heroica (1806). Cuando se trata de esta sinfonía. Ed Gardner considera que es imperioso situar las cosas en su contexto. El meticuloso director sabe que la revolucionaria Heroica tiene arrebatos inextinguibles, pero también sus calmas inefables.
El Allegro con brio inicial es enérgico. La
London Philharmonic desarrolla aquí una gran tensión y dramatismo bajo la
diestra batuta de Gardner. Pero el discurso se despliega en forma de danza. El
entrelazamiento de los dos motivos, uno lastimero, el otro con su ritmo
saltarín, se saborea a lo largo de esta obra maestra de la música sinfónica de
Beethoven.
Épico
La “Marcia funebre” expresa aquí no tanto un
sentimiento trágico como el espíritu del héroe, ciertamente desaparecido, pero
nunca tan vivo en la mente de quienes le honran. Un lamento más épico que
mortuorio, como Richard Wagner concebiría más tarde en la “Marcha fúnebre” de
El ocaso de los dioses.
La belleza plástica de la London Philharmonic
Orchestra es sencillamente muy singular y prodigiosa; las frases cinceladas de
las cuerdas, la redondez del sonido en el registro grave en particular. El
scherzo, arremolinado y aireado es ciertamente una página virtuosa, el avance
en sus crescendos llevados desde el pppp más impalpable al forte avasallador.
Exultante
El magistral solo de las tres trompas y los
impresionantes golpes de timbal son también dignos de mención. El grandioso
final lo es sobre todo por su referencia a la danza. Beethoven se inspiró en la
música de ballet de Las criaturas de Prometeo (1801). Una vez más, el
heroísmo se atempera con la alegría exultante y la feliz victoria.
El despliegue triunfal, repetido varias veces,
pone fin a una ejecución incandescente al mando de Edward Gardner. Causa una
gran alegría ver y escuchar a esta orquesta en la interpretación de una
sinfonía de Beethoven con un refinamiento instrumental tan bien logrado.
La extrema delicadeza, el equilibrio y la
dinámica se prolongaron en el bis con el Valse triste op 44 de Jean
Sibelius; la exquisitez elevada a la máxima potencia esta tarde en la sala
Mendelssohn de Düsseldorf.
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