España - Galicia

El vendaval Venditti

Alfredo López-Vivié Palencia
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Nil Venditti  © Alessandro Bertani | RFG Nil Venditti © Alessandro Bertani | RFG
Santiago de Compostela, jueves, 5 de diciembre de 2024. Auditorio de Galicia. Noelia Rodiles, piano. Real Filharmonía de Galicia. Nil Venditti, directora. Ludwig van Beethoven: Obertura de las Criaturas de Prometeo, op. 43; Wolfgang Amadè Mozart: Concierto para piano nº 12 en La mayor KV 414; Marianne von Martínez: Concierto para piano en La mayor; Franz Schubert: Sinfonía nº 2 en Si bemol mayor D 125. Ocupación: 90%
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Cuando debutó aquí la pasada temporada me quedó claro que Nil Venditti (Perugia, 1994) es una directora enérgica en su temperamento y en su ejecución musical. Esta noche redobló su energía -con resultados desiguales, como veremos enseguida- incluso antes de empezar el concierto. Venditti salió al escenario micrófono en ristre y en un santiamén presentó las piezas del programa en un italiano con voz fuerte y penetrante, perfectamente comprensible para todos: “Buenas noches, qué tal?; primero Beethoven, Prometeo, “bellissimo”; después Mozart, Concierto en La mayor, bellissimo”; pausa; luego Martínez, una pequeña pieza desconocida también en La mayor, “bellissimo”; y al final Schubert, “bellissimo”. Quindi, bon voyage!” Desde ese momento ya se había ganado al respetable.

A la Real Filharmonía ya se la había ganado en los ensayos, porque no hubo ninguna duda visual ni sonora de que sus músicos hicieron exactamente lo que Venditti quiso. Y para empezar quiso un Prometeo seco y rotundo, desde los primeros acordes en forma de latigazos -que sorprendieron a un público que aún estaba aplaudiendo las palabras de Venditti- hasta el final. Criterios historicistas sin concesiones: ataques ásperos, ni sombra de vibrato, tiempos rapidísimos y timbalería de época. No es mi Beethoven, pero también es cierto que a esta pieza iracunda la doctrina tripera no le sienta del todo mal.

Con buen juicio, Venditti aflojó las riendas en el Concierto KV 414 de Mozart, entre otras cosas porque con una cuerda reducida (8.6.4.4.2) se debe flexibilizar la expresividad del autor, y sobre todo hay que atender a los mil matices que la pareja de oboes y la pareja de trompas dan a esta pieza. Como de costumbre en los conciertos mozartianos el meollo está en el tiempo lento, y ahí Venditti demostró que su dirección -si se quiere exprimir todo el jugo de la partitura- no se puede dejar en manos del pianista. Qué hermosa delicadeza en el apoyo armónico de los vientos, y qué natural progresión en los reguladores de la cuerda.

Así, Noelia Rodiles (Oviedo, 1985) pudo concentrarse en su tarea. Su toque es limpio, las da todas con firmeza y elegancia, el fraseo me pareció más que correcto -esta obra juvenil no deja demasiado espacio a la imaginación del solista-, y las cadencias salieron proporcionadas en estilo y duración. Una interpretación impecable, lamentablemente perjudicada por el sonido apagado del Fazioli del Auditorio: ese piano no hace sino acumular moho en un rincón y, por lo tanto, no brilla como debiera. No importa, Rodiles se mereció la ovación del público, correspondida con una pieza de Andrés Gaos, Rosa de abril (agradezco a Rodiles que anunciase la propina de palabra).

En el contexto de esta función, fue un acierto programar el Concierto en La Mayor de Marianne von Martínez (Viena, 1744-1812). De raíces españolas -aunque seguramente no hablaba castellano-, fue una prolífica compositora y teclista que frecuentaba lo mejor del mundillo de su época y ciudad. ¡Y qué época! Hay quien dice que gustaba de tocar el piano a cuatro manos con Mozart. Vayan ustedes a saber, aunque no me parece una exageración dada la escritura para el instrumento solista en este concierto. En todo caso, para lo que ahora interesa baste con citar que en esta obra se nota que recibió con aprovechamiento las lecciones de Joseph Haydn.

Se trata de un concierto clásico, con sus tres movimientos aunque apenas dure un cuarto de hora, en el que Martínez emplea una orquesta de cuerda con un par de trompas y una flauta (ésta únicamente en el Andante). Dada su escasa duración, la autora da muestra de concentración formal -no tanto de inventiva melódica-, de manera que la cosa se escucha con el doble agrado derivado de la novedad y de la seriedad con la que Martínez componía. Rodiles y Venditti se entendieron muy bien -ya lo habían hecho con Mozart-, y no tengo ningún motivo para pensar que su interpretación no saliese estupendamente.

Menos estupenda salió la Segunda Sinfonía de Franz Schubert. De nuevo Venditti volvió a la más radical de las interpretaciones “históricamente informadas”, por más que en este caso me resultó contraproducente. A la música orquestal de Schubert no le sientan bien las asperezas ni los tiempos vertiginosos. Sobre todo al extenso primer movimiento, con una introducción en cascada que se da de bruces con la solemnidad de la indicación “Largo” de la partitura, y con un Allegro que, de tan “vivace”, sacrificó la necesaria articulación que permitiese escuchar todas las semicorcheas del tema principal.

Está bien que Venditti le diera ímpetu a la cosa, y es una opción legítima que quisiese enfatizar el carácter menos amable de este Allegro, pero no a costa de turbinar un sonido que inevitablemente se percibió borroso. Mejor fue el tiempo lento, con Venditti atendiendo a los diferentes ambientes de cada una de las variaciones (ni que decir tiene que la penúltima, tempestuosa, se dijo con la rabia del Beethoven más furibundo). El contraste de tiempos en el Minueto fue, lógicamente, extremo (por cierto, me gustó la idea de que en el Trio el acompañamiento a la madera se diese primero sólo con el concertino y al repetirlo con toda la sección de los violines); y el Finale salió nuevamente como un torbellino, y nuevamente en detrimento de la finura y la claridad.

Aunque he de reconocer que al final del concierto me sentí en franca minoría, porque al público -que no se había ido de puente- le encantó y a la orquesta también. Y ellos son los que saben.

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