España - Galicia
El vendaval Venditti
Alfredo López-Vivié Palencia

Cuando debutó aquí la pasada temporada me quedó claro que Nil Venditti (Perugia, 1994) es una directora enérgica en su temperamento y en su ejecución musical. Esta noche redobló su energía -con resultados desiguales, como veremos enseguida- incluso antes de empezar el concierto. Venditti salió al escenario micrófono en ristre y en un santiamén presentó las piezas del programa en un italiano con voz fuerte y penetrante, perfectamente comprensible para todos: “Buenas noches, qué tal?; primero Beethoven, Prometeo, “bellissimo”; después Mozart, Concierto en La mayor, “bellissimo”; pausa; luego Martínez, una pequeña pieza desconocida también en La mayor, “bellissimo”; y al final Schubert, “bellissimo”. Quindi, bon voyage!” Desde ese momento ya se había ganado al respetable.
A la Real Filharmonía ya se
la había ganado en los ensayos, porque no hubo ninguna duda visual ni sonora de
que sus músicos hicieron exactamente lo que Venditti quiso. Y para empezar
quiso un Prometeo seco y rotundo,
desde los primeros acordes en forma de latigazos -que sorprendieron a un
público que aún estaba aplaudiendo las palabras de Venditti- hasta el final.
Criterios historicistas sin concesiones: ataques ásperos, ni sombra de vibrato,
tiempos rapidísimos y timbalería de época. No es mi Beethoven, pero también es
cierto que a esta pieza iracunda la doctrina tripera no le sienta del todo mal.
Con buen juicio, Venditti
aflojó las riendas en el Concierto KV 414
de Mozart, entre otras cosas porque con una cuerda reducida (8.6.4.4.2) se
debe flexibilizar la expresividad del autor, y sobre todo hay que atender a los
mil matices que la pareja de oboes y la pareja de trompas dan a esta pieza.
Como de costumbre en los conciertos mozartianos el meollo está en el tiempo
lento, y ahí Venditti demostró que su dirección -si se quiere exprimir todo el
jugo de la partitura- no se puede dejar en manos del pianista. Qué hermosa
delicadeza en el apoyo armónico de los vientos, y qué natural progresión en los
reguladores de la cuerda.
Así, Noelia Rodiles (Oviedo,
1985) pudo concentrarse en su tarea. Su toque es limpio, las da todas con firmeza
y elegancia, el fraseo me pareció más que correcto -esta obra juvenil no deja
demasiado espacio a la imaginación del solista-, y las cadencias salieron proporcionadas
en estilo y duración. Una interpretación impecable, lamentablemente perjudicada
por el sonido apagado del Fazioli del Auditorio: ese piano no hace sino
acumular moho en un rincón y, por lo tanto, no brilla como debiera. No importa,
Rodiles se mereció la ovación del público, correspondida con una pieza de
Andrés Gaos, Rosa de abril (agradezco
a Rodiles que anunciase la propina de palabra).
En el contexto de esta
función, fue un acierto programar el Concierto
en La Mayor de Marianne von Martínez (Viena, 1744-1812). De raíces
españolas -aunque seguramente no hablaba castellano-, fue una prolífica
compositora y teclista que frecuentaba lo mejor del mundillo de su época y
ciudad. ¡Y qué época! Hay quien dice que gustaba de tocar el piano a cuatro
manos con Mozart. Vayan ustedes a saber, aunque no me parece una exageración
dada la escritura para el instrumento solista en este concierto. En todo caso,
para lo que ahora interesa baste con citar que en esta obra se nota que recibió
con aprovechamiento las lecciones de Joseph Haydn.
Se trata de un concierto
clásico, con sus tres movimientos aunque apenas dure un cuarto de hora, en el
que Martínez emplea una orquesta de cuerda con un par de trompas y una flauta
(ésta únicamente en el Andante). Dada su escasa duración, la autora da muestra
de concentración formal -no tanto de inventiva melódica-, de manera que la cosa
se escucha con el doble agrado derivado de la novedad y de la seriedad con la
que Martínez componía. Rodiles y Venditti se entendieron muy bien -ya lo habían
hecho con Mozart-, y no tengo ningún motivo para pensar que su interpretación
no saliese estupendamente.
Menos estupenda salió la Segunda Sinfonía de Franz Schubert. De
nuevo Venditti volvió a la más radical de las interpretaciones “históricamente
informadas”, por más que en este caso me resultó contraproducente. A la música
orquestal de Schubert no le sientan bien las asperezas ni los tiempos
vertiginosos. Sobre todo al extenso primer movimiento, con una introducción en
cascada que se da de bruces con la solemnidad de la indicación “Largo” de la
partitura, y con un Allegro que, de tan “vivace”, sacrificó la necesaria
articulación que permitiese escuchar todas las semicorcheas del tema principal.
Está bien que Venditti le
diera ímpetu a la cosa, y es una opción legítima que quisiese enfatizar el
carácter menos amable de este Allegro, pero no a costa de turbinar un sonido
que inevitablemente se percibió borroso. Mejor fue el tiempo lento, con
Venditti atendiendo a los diferentes ambientes de cada una de las variaciones
(ni que decir tiene que la penúltima, tempestuosa, se dijo con la rabia del
Beethoven más furibundo). El contraste de tiempos en el Minueto fue,
lógicamente, extremo (por cierto, me gustó la idea de que en el Trio el
acompañamiento a la madera se diese primero sólo con el concertino y al
repetirlo con toda la sección de los violines); y el Finale salió nuevamente
como un torbellino, y nuevamente en detrimento de la finura y la claridad.
Aunque he de reconocer que al final del concierto me sentí en franca minoría, porque al público -que no se había ido de puente- le encantó y a la orquesta también. Y ellos son los que saben.
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