España - Madrid

Italia en Madrid, o resucitando a Corselli

Germán García Tomás
lunes, 9 de diciembre de 2024
Alberto Miguélez Rouco © 2022 by A. Miguélez Rouco Alberto Miguélez Rouco © 2022 by A. Miguélez Rouco
Madrid, domingo, 10 de noviembre de 2024. Auditorio Nacional de Música. Sala Sinfónica. Francisco Corselli: La cautela en la amistad y robo de las sabinas. Ópera en dos actos. Libreto de Juan de Agramont y Toledo. Edición de Alberto Miguélez Rouco, basado en el manuscrito conservado en el Santuario de Lluc en Mallorca y en las cuatro arias de la Catedral Metropolitana de Santiago de Guatemala. Recuperación histórica, estreno en tiempos modernos. Reparto: Natalie Pérez (Rómulo, mezzosoprano), Carlotta Colombo (Eresilea, soprano), Jone Martínez (Tacio, soprano), Lucía Caihuela (Camilo, mezzosoprano), Aurora Peña (Justino, Esclavonio, Julieta, soprano), María Espada (Elicia, soprano), Judit Subirana (Pastelón, mezzosoprano), Álvaro Miguélez Rouco, Ángel Loureiro Louro, Antón Loureiro Louro (coro, tenores). Los Elementos. Alberto Miguélez Rouco (clave y dirección). Ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical.
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A la par que con su labor de recuperación de las obras escénicas del zaragozano José de Nebra, el joven contratenor Alberto Miguélez Rouco (A Coruña, 1994), director del conjunto de música antigua Los Elementos, ha querido reivindicar ahora la figura de uno de los menos divulgados pero más importantes compositores de la Ilustración, el italiano Francesco Corselli (1705-1778) -españolizado Francisco- maestro de la Real Capilla española quien durante cuatro décadas suministró ingentes cantidades de música religiosa de muy variada índole a la corte madrileña.

Pero como en el caso de Nebra -quien ostentó el cargo de vicemaestro de capilla con Corselli- de nuevo el interés se ha centrado en su corpus escénico, con la recuperación histórica y lo que ahora se da en llamar estreno en tiempos modernos de un título operístico que sigue el modelo de la música teatral española en dos actos: La cautela en la amistad y robo de las sabinas, que se ha enmarcado dentro de la siempre atractiva programación del ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Nacional, sumando así una nueva exhumación del patrimonio musical del Setecientos, en esta ocasión genuinamente española pero con ribetes de italianismo.

La ópera fue estrenada en el Teatro de los Caños del Peral en 1735, en pleno reinado de Felipe V, y nos dice Miguélez Rouco en sus notas que fue dedicada por Corselli a la infanta María Teresa, que era alumna suya. Para exhumar esta obra, reconstruirla e interpretarla en tiempos modernos, es digno de alabar el trabajo de edición del propio cantante y director coruñés, que se ha basado en un manuscrito de la partitura conservado en el Santuario de Lluc en Mallorca, y ha partido de cuatro arias que se hallaban en la Catedral Metropolitana de Santiago de Guatemala. El conjunto de esta ópera barroca española muestra una alternancia de gran continuidad teatral entre recitativos y arias, con inclusión de algún dúo o cuarteto, y números corales, que sostienen una trama histórica muy libre en el contexto de la Antigua Roma que narra enredos amorosos entre diversos personajes, todos encarnados en esta interpretación por cantantes femeninas, los que ahora dan vida mezzosopranos entendemos que fueron encomendados a castratos en la época de Corselli.

Aunque con la extensión propia de las óperas barrocas pero no realmente excesiva, complace la escucha de la obra por la belleza de las melodías de Corselli, cadenciosas, dramáticas o contemplativas, y con colores individualizados, así como por su fino sentido de la teatralidad, consiguiendo dotar de un ritmo fluido a las situaciones escénicas, que no escasean en el terreno cómico tan caro al teatro hispano, aquí representado en los personajes de Julieta y Pastelón. Fue especialmente grato como ocurre en otras ocasiones de este ciclo barroco del CNDM en el Auditorio Nacional disfrutar -en pequeñas dosis, eso sí- de una semi teatralización que rompía con el rígido esquema de la más pura versión de concierto.

Si bien resultó enormemente complicada la inteligibilidad de la trama, ajena al espectador en la recepción de una obra que está descubriendo en ese momento, ponen todo su empeño en esa conjunción de elementos, y nunca mejor dicho, los instrumentistas liderados por Miguélez Rouco al clave, cuyo pulso ágil y atento en la ejecución imprime la argamasa armónica a la acción teatral en los recitativos y marca el ritmo en las arias, y no se resiste a hacer sonar las castañuelas en un aria de mimbres típicamente españoles que remite a la escuela bolera.

El director gallego se rodea de estupendos colaboradores en cuerdas y vientos, para lograr una sonoridad contrastada y perfectamente empastada entre todas las secciones. Sin desmerecer a ninguno de los integrantes, destaquemos las flautas de aterciopelado sonido de Pablo Gigosos y Luis Martínez Pueyo -director a su vez del conjunto La Guirlande, cuyo último trabajo discográfico ha apuntado precisamente a la música sacra de Corselli-, a Pablo Fitzgerald como parte esencial en el bajo continuo y por su continuidad de colorido en los recitativos, tanto al archilaúd como a la guitarra barroca, y al percusionista Philipp Tarr, que con la vehemencia de su toque en el timbal y el tambor hace destacar las páginas solemnes y militares de batalla.

Las siete cantantes convocadas, todas ellas ampliamente especializadas en este repertorio de los siglos XVII y XVIII, brindaron elevadas dosis de elocuencia en el plano de los afectos y la retórica en sus diversos cometidos, siendo loable el esfuerzo en las múltiples exigencias vocales -con la excepción del personaje gracioso de Pastelón, más relajado vocalmente - y en conseguir mantener la atención y el seguimiento dramático en este rescate operístico de Corselli. Sería injusto destacar a unas por encimas de otras, ya que estas sensacionales intérpretes supieron aprovechar con honda y fina musicalidad el buen puñado de arias que les son encomendadas para desplegar sus habilidades vocales y sus facultades teatrales.

Como el rey fundador Rómulo la mezzo Natalie Pérez y la soprano Jone Martínez dando vida al rey sabino Tacio compiten en sentido de la dignidad, siendo algo más exigente el canto de la segunda, resaltándose en la primera la ortodoxia de su registro. La soprano italiana Carlotta Colombo exhibió un instrumento de límpida belleza, frescura y pureza vocal en el preponderante personaje de Eresilea, que tiene el privilegio de cerrar la obra antes del exultante coro final con una reposada aria de agradecimiento al dios de la guerra Neptuno.

Fue un acierto contar con la experimentada soprano María Espada, que como Elicia, papel no excesivamente abundante, vuelve una vez más a mostrar sus garantías de inmensa intérprete, expresiva e introspectiva, de cuidada línea vocal, en arias como “Copia bella”, y nos sorprendió el interesante temperamento canoro de la mezzo Lucía Caihuela, de timbre cuasi de contralto, que sustituía a la inicialmente prevista Carol García en el nada fácil papel de Camilo -tan complejo como el de Tacio-, quizá la de mayor autoridad y proyección de todo el reparto en páginas en solitario como “Sube el fuego a su elemento” y “Aquella barquilla”.

Pero, para ser honestos, las verdaderas delicias de la noche las brindaron dos cantantes que ya han incursionado en el terreno de la comedia, la soprano Aurora Peña -junto a otros dos pequeños papeles- y la mezzo Judit Subirana, quienes como la preceptiva pareja de graciosos Julieta y Pastelón, a dúo y en solitario, escenificaron en la sala -mucho más la siempre extrovertida Peña- los pormenores cómicos del estado matrimonial y sobre todo, el hecho de acunar y cuidar a un bebé (“Un niño es fortuna”), con onomatopeyas asociadas a las agilidades vocales, sobresalientes en ambas artistas. El aria “Casarse, ¡ay qué gusto!”, cantada por el travestido papel de Pastelón con sus continuas y veloces repeticiones de palabras, es una muestra inequívoca de ese estilo de ópera bufa que cultivaron Pergolesi o Cimarosa y que llega hasta el Leporello del Don Giovanni mozartiano.

Gran éxito el que cosechó esta nueva recuperación barroca que engrosa la aún joven nómina de interpretaciones y descubrimientos de música escénica por parte de Los Elementos, pero que consolida ya la madurez del grupo instrumental de música antigua de Miguélez Rouco. 

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