Alemania

Bruckner 200

Bruckner, local o visitante

Josep Mª. Rota
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Gilbert en la Elbphilharmonie © 2024 by J. M. Rota Gilbert en la Elbphilharmonie © 2024 by J. M. Rota
Hamburgo, viernes, 6 de diciembre de 2024. Gran sala de la Elbphilharmonie. Anton Bruckner: Sinfonía nº 8 en do menor (2ª versión de 1890). NDR Elbphilharmonie Orchester. Alan Gilbert, director. Asistencia: lleno.
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Bruckner en Hamburgo, la patria de su archirrival Johannes Brahms, el protegido de su archienemigo Eduard Hanslick. ¿Bruckner en campo rival? De ninguna de las maneras. Bruckner ha jugado siempre en casa en Hamburgo, como lo demostraron, entre otros, Karl Muck, Eugen Jochum y Günter Wand.

La NDR Elbphilharmonie Orchester se ha sumado a la conmemoración del bicentenario de Bruckner con la Octava, la última sinfonía completa del maestro. El concierto del 05-12 se dio por radio en directo a través de la titular NDR Kultur, mientras que el del 06-12, al que tuve el placer de asistir, se grabó en vídeo para su difusión en Livestream. El concierto se repitió el domingo 08-12. 

Su director titular desde 2019 y primer director invitado de 2004 a 2015, Alan Gilbert, ya había dirigido previamente la Cuarta y la Séptima con gran éxito. En esta ocasión, hay que hablar de éxito sin paliativos, recordando aquel 12 de diciembre del estreno en Viena, con Hans Richter, que representó la victoria definitiva del maestro Bruckner.

Alan Gilbert optó por una visión directa de la sinfonía, sin circunloquios, sin estira y afloja, enérgica. Al principio todo me pareció muy fuerte, de trazo grueso, pero así es como suena la gran sala de la Elbphilharmonie, que tiene una acústica en la que se oye todo, para mal y para bien; como alguna estridencia de las trompetas, para mal, o los sublimes arpegios de las tres arpas después de los tremendos platillazos del tercer movimiento, para bien.

Gilbert también supo contrastar, como en la presentación del tema secundario del Allegro moderato, el inicio del Adagio, después de un contundente Scherzo, que pareció surgir de la nada, o el bello solo de trompa, a cuya solista mimó (y junto a la cual formaba en la sección la joven trompista jienense Isabel Martínez García). Dispuso la orquesta “a la antigua”, con los segundos a la derecha y los contrabajos a la izquierda, junto a las trompas y las tubas, lo que le permitió destacar el contracanto de los segundos violines y la textura interna de las violas, de una sección de cuerda que poco tiene que envidiar a demás orquestas.

La elección del tempo resultó adecuada al concepto principal: las tensiones, los contrastes, a veces bruscos, las modulaciones deben llevar a un punto culminante; en este caso, el enorme Finale. Aquí se fue construyendo bloque a bloque el monumental edificio, en el que la clara batuta del maestro permitió que surgieran de las diversas secciones de la orquesta todos los temas que reaparecen en la apoteosis final.

La Octava podría ser “Wagner”, “Romántica”, “Católica” y “Apocalíptica”. Porque Wagner es omnipresente, tanto en los cromatismos tristanescos como en las citas a Siegfried, su ópera favorita, las arpas y las tubas del Anillo; porque es la cima del sinfonismo romántico; porque la fe católica del compositor es indisoluble de su obra; porque el Libro de la Revelación no solo evoca el Juicio final, sino que lanza un mensaje de consuelo a las Siete Iglesias. ¿Acaso no son un remanso de consuelo las intervenciones que Bruckner reservó a las tubas wagnerianas?

Con el tremendo final vino un silencio de respiración contenida y un aplauso que fue creciendo y resonando por toda la sala. El director repartió los aplausos desde la concertino hasta el timbalero, por solistas y por secciones, con distinción especial para el metal. Bruckner volvió a ganar en casa.

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