Argentina
Una temporada de escaso vuelo
Gustavo Gabriel Otero
Con Un ballo in maschera de Verdi, en nueva producción escénica, concluyó la Temporada 2024 del Teatro Colón, que se caracterizó por una razonable calidad teniendo en cuenta los problemas de gestión, económicos, de selección y disponibilidad de elencos, y por sobre todo por el descrédito internacional del Teatro que no abonó -al menos hasta septiembre de este año- la totalidad de los compromisos con los artistas extranjeros de la temporada pasada.
En un hecho casi sin precedentes en el
historial del Colón la dos direcciones -musical y escénica- fueron confiadas a
mujeres: Beatrice Venezi y Rita Cosentino, respectivamente. Han sido muy escasas las veces que empuñaron la
batuta en ópera directoras de orquesta, mientras que se registran muchas más en
las puestas en escena confiadas a mujeres. En este caso creemos sin temor a
equivocarnos, que fue la primera vez en el largo historial del Teatro Colón que
dos mujeres condujeron escénica y musicalmente el mismo espectáculo.
La maestra italiana
Beatrice Venezi, que desde la próxima temporada será directora invitada
principal de la Orquesta Estable, concertó con refinamiento, sonoridad sin
desbordes y apoyando en todo momento la labor de los solistas. Quizás faltó en
momentos algo de nervio verdiano que, seguramente, la joven directora adquirirá
con los años y la experiencia.
La concepción escénica de Rita Cosentino,
artista argentina residente en España, trasladó temporalmente la historia aproximadamente
al año 1901, en el que tuvo lugar el asesinato del presidente William McKinley
en Estados Unidos de Norteamérica y con esto modernizó la puesta a la vez que
respetó el lugar de la acción, aunque quizás no sea Boston, pero indudablemente
estamos en Norteamérica.
Cosentino movió bien a las masas y a los
solistas, respetó la acción y contó la historia sin cambios o trampas.
Funcional la escenografía de Enrique Bordolini con claro anclaje temporal en
las típicas construcciones de estadounidenses de fin del siglo XIX o principios
del XX. En estilo el vestuario de Stella Marius Muller y adecuada la
iluminación de José Luis Fioruccio.
En un curso marcado por la ausencia de
grandes figuras internacionales fue más que bienvenida la presencia del tenor
mexicano Ramón Vargas que, naturalmente, fue la figura de la noche. Su Riccardo
tuvo grandeza vocal, fraseo de gran intensidad emotiva y perfecto
involucramiento dramático. Una noche de triunfo para el tenor mexicano, que a
sus 64 años todavía parece tener mucho para dar como artista.
Con una voz importante con algún
descontrol y timbre poco grato, la italiana Alessandra Di Giorgio encaró una
Amelia con buenos momentos que se alternaron con otros irregulares. Se destacó en
el tercer acto con ‘Morrò, ma prima in grazia’ cantado con pianísimos muy
interesantes.
Germán Alcántara como Renato demostró
buen temperamento y adecuada proyección en este principio de cambio de
repertorio de los roles mozartianos o del belcanto hacia los roles verdianos.
Un artista a tener muy en cuenta y a seguir con detenimiento.
Oriana Favaro fue un Oscar de asombrosa masculinidad -algunos espectadores creyeron que era un contratenor y no una soprano travestida- y logró en lo musical traspasar los escollos de la parte.
Muy aplaudida la Ulrica de Guadalupe
Barrientos que compuso una médium sonora, intensa y potente.
A más de diez años de la última vez, los
conspiradores fueron encarnados por Fernando Radó (Samuel)
y Lucas Debevec Mayer (Tom) y, nuevamente, ambos se amalgamaron a la perfección
Muy
adecuado Cristian De Marco (Silvano), mientras que Juan González Cueto (juez) y
Diego Bento (sirviente de Amelia) fueron correctos en sus breves roles. Con calidad
el Coro Estable que dirige Miguel Martínez.
En suma: un cierre razonable para una temporada de escaso vuelo.
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