Alemania
El círculo de tiza, de Alexander Zemlinsky, en la Ópera de Düsseldorf
Juan Carlos Tellechea
El destacado regisseur David Bösch tocó hondamente la fibra sensible del público con el estreno de Der Kreidekreis (El círculo de tiza), ópera raramente representada de Alexander von Zemlinsky, que subió a escena esta tarde por primera vez en la Ópera de Düsseldorf (Deutsche Oper am Rhein), con dirección musical de Hendrik Vestmann.
El clásico drama lírico chino El círculo de tiza (灰闌記), del siglo XIV ( bajo la dinastía Yuan), un zaju (teatro-ópera) de Li Qiang fu (a partir de un antiguo cuento chino del siglo XIII), sirvió de base para el drama homónimo (Der Kreidekreis, 1925) de Alfred Henschke (seudónimo Klabund) que a su vez inspiró esta ópera de Zemlinsky (1933) y otra ópera de Rudolf Mors (1983), así como la obra de teatro épico de Bertolt Brecht El círculo de tiza caucasiano (1948).
El autor
Alexander von Otto Klemperer en la vanguardista Ópera Kroll, donde dirigió Erwartung (La espera) de Arnold Schoenberg, tras haberla estrenado en 1924 en la hoy capital checa.
Entre sus obras destacan Una tragedia florentina, El enano y El rey Candaules, su última ópera. De su nómina de composiciones, quizá la más conocida sea Sinfonía Lírica (1923), una pieza de siete movimientos para soprano, barítono y orquesta, con versos del poeta bengalí Rabindranath Tagore (en traducción al alemán), que Zemlinsky comparó en una carta a su editor con Das Lied von der Erde de Gustav Mahler. La obra influyó a su vez en la Suite Lírica de Alban Berg, quien la cita y la dedica a Zemlinsky.
La ópera
El círculo de tiza tiene más de un rasgo distintivo. En primer lugar, su forma, que combina canto, diálogo hablado (en prosa) y melodrama, que se acerca al teatro épico. Es la base de una obra que se aleja del teatro psicológico y se inscribe en el género del Zeitoper o teatro de actualidad.
Luego está su escritura musical, que incorpora el estilo de Paul Hindemith y Ernst Krenek, e incluso Alban , recuerda a Kurt Weill, toma prestado del jazz, y a menudo ofrece un lirismo expresivo que rehúye el efectismo fácil y el color local. Es una disparidad que se acepta plenamente.
Por último, su contenido, una fábula con valor de crítica social que el propio Klabund había extraído de un antiguo cuento chino del siglo XIII: una joven pobre, Haitang (Lavinia Dames), es vendida por su madre (Katarzyna Kuncio), a Tong (Cornel Frey), celestino y dueño de un burdel (casa de té), para gran disgusto de su hermano Chang Ling (Richard Šveda), y luego al señor Ma (Joachim Goltz), un rico mandarín y recaudador de impuestos, al que da un hijo, y al que transforma por su amor.
Falsos testimonios
Acusada por la primera esposa de Ma, Yü-Pei (Sarah Ferede) de haber robado un hijo y envenenado a su marido, Haitang es condenada a muerte por un falso testimonio, en particular de esa primera mujer del mandarín.
Jorge Espino, estuvo muy seguro y convincente haciendo suyo el papel de Chao, el secretario de la Corte de Justicia.
El nuevo emperador Pao (Matthias Koziorowski) que reconoce a la mujer a la que una vez no pudo conseguir en una subasta al mejor postor (adjudicada a Ma), pero de la que se había enamorado.
La libera salomónicamente, siguiendo la prueba del círculo de tiza, y reconoce al hijo de Haitang como suyo propio. El emperador, recordando su primer encuentro sexual con ella, la declaró su esposa.
En fin, la redención tras la decadencia. Un final feliz, ciertamente convencional, al borde de la utopía, y musicalmente casi demasiado grandioso, que pone fin a una obra en la que se han enfrentado el bien y el mal, la riqueza y la pobreza, la probidad y la corrupción, la inocencia engañada y la humillación redimida.
Constelación
La obra presenta también una constelación de personajes extremadamente bien definidos, en una dramaturgia muy abierta que, a excepción de Haitang, los ve desaparecer tan rápidamente como aparecieron (el celestino Tong), solo para volver al centro de la escena (el príncipe Pao, ahora emperador), o aparecer solo en una fase tardía (la segunda esposa), solo para desaparecer mucho antes del final (el mandarín Ma).
El círculo de tiza es una extraña mezcla de parábola y cuento de hadas y, para ilustrarla, la régie de David Bösch juega la carta la legibilidad. Esto desempeña un papel importante en la realización concreta sobre el escenario, la estética, el decorado, la atmósfera (escenografía y vídeo Patrick Bannwart; vestuario Falko Herold; iluminación Volker Weinhart; jefa de dramaturgia Anna Melcher).
Realismo
Para el equipo en torno a Bösch era importante no transponer la ópera a un realismo escénico determinado por el tiempo y el lugar, como la antigua China o la Düsseldorf contemporánea, sino a un realismo poético. A un mundo poético, arcaico, exagerado, esencial, que al mismo tiempo diera realidad a los personajes, especialmente a la protagonista.
Se trata de una realidad de emociones que es mucho más fuerte en esta obra que en una ópera del siglo XIX. Muchas madres, jóvenes y maduras, presentes en el estreno, tuvieron que sacar rápidamente los pañuelos de sus bolsos para secar las lágrimas que rodaban sobre sus mejillas.
El regisseur afirma en el programa de mano de esta tarde que:
Tanto los conflictos que los personajes tienen entre sí como la lucha consigo mismos son mucho más concretos. Esto también se debe al texto, que data del decenio de 1920 y está más orientado hacia un concepto moderno de la vida. Plantea la cuestión de cómo afrontar los golpes del destino en la vida. La obra tiene que ver con nuestras vidas, pero de un modo existencial.
Foco
Su puesta en escena se centra en el personaje de Haitang, omnipresente incluso cuando no participa directamente en la acción. El flujo es lento, los gestos a menudo como descompuestos, la dirección de los actores más sugestiva que naturalista. Jaulas simbolizan la prisión de una casa de té o un burdel. Rápidamente son sustituidas por hitos más intemporales, una gran jaula con cortinas es el dormitorio en el palacio de Ma.
Las distintas localizaciones -casa de té, dormitorio, palacio de justicia- están sugeridas por elementos en movimiento, dando paso a referencias recurrentes a la infancia y juventud. Domina una impresión de austeridad y no se descarta lo grotesco. La parodia de un juicio en la sala del Supremo Tribunal, no es una excepción, con los clichés de la corrupción judicial muy bien subrayados.
Atmósfera
El ambiente onírico de las escenas finales abandona el blanco inmaculado utilizado hasta entonces por una atmósfera más oscura, incluso pesada. Es muy hábil la traducción visual del círculo de tiza, trazado primero por un torpe dibujo y materializado después por un vasto arco en el suelo, en torno al cual se reúnen todos los protagonistas de la audiencia imperial, convocados a Beiging.
Musicalmente, esta producción es un éxito total. Se ha reunido un reparto con clase: el hermano revolucionario de Haitang, Chang Ling encarnado por Richard Šveda; el príncipe Pao, Matthias Koziorowski, casi un Heldentenor, capaz de refinarse luego como el monarca justo; el sólido señor Ma de Joachim Goltz.
Hechizo
Subyuga la actuación de Lavinia Dames, una soprano vibrante para una interpretación sensible de Haitang, la pobre muchacha, zarandeada por los múltiples golpes de la vida, que sin embargo no puede ser silenciada así como así; sólida, tal como es ella, y firme en sus convicciones.
Hendrik
Las páginas de cámara están tan finamente dibujadas como los relieves sonoros ahuecados, en los que atruenan los racimos de una orquesta desatada en el momento más dramático de la historia; elementos todos en los que sobresale esta singular ópera de Alexander Zemlinsky, aclamada por el público que colmaba la sala de Düsseldorf.
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