España - Castilla y León
Los revinientes
Samuel González Casado

Noche redonda para Thierry Fischer y la Sinfónica de Castilla y León, que abordaron un programa británico donde en general prevaleció lo espectacular, y cuando no fue así se pudo disfrutar de ese lirismo denso que al titular se le da tan bien.
Un aspecto interesante fue que otros muchos compositores pulularon por la sala, dadas las evidentes influencias en las obras que se escucharon. Con la Obertura Peterloo de Arnold, por ejemplo, es imposible no pensar en Shostakóvich, aunque el pequeño formato de Arnold hace que el arco (tema de los ideales-carga de la caballería-esperanza en el futuro) no llegue a las dosis de emoción del soviético, pero sí alcance una potencia colorida que no está nada mal para comenzar la sesión.
Ha sido una de las primeras obras en un concierto que más
éxito ha tenido entre el público, entusiasmado por ese contraste entre el
maravilloso tema inicial y la posterior brutalidad. Dado que en el programa de
mano se podía ver que era estreno en España, se debería tomar nota para que en
otras salas se “adopte” a Peterloo, una apuesta segura.
El Concierto para viola de
Walton, clásico e innovador a partes iguales, tuvo una respuesta perfecta por
parte del artista residente de la OSCyL Antoine Tamestit, un genio que es capaz
de sacar a su instrumento un fraseo y perfección técnica inusitados. Hizo
especial incidencia en el registro grave, y su interpretación en general fue
muy lírica, repleta de matices que siempre estaban al servicio de lo que se
escuchaba, pese a que sus continuos gestos de complicidad con orquesta y
director parecieran querer añadir un extra de expresividad.
Evidentemente ha tocado este
concierto decenas de veces, y curiosamente su entusiasmo tiene algo que ver con
la curiosidad del que sigue explorando, aunque veo difícil que su concepto
actual pueda evolucionar, dado el fabuloso resultado. Quizá sea posible
contrastar un poco más el carácter del segundo movimiento con los otros dos,
pero realmente esta versión ofreció tantos momentos mágicos (el diálogo con el
chelo después del clímax orquestal del Finale, por ejemplo) que ponerle
alguna pega es imprudente. Fischer quizá podría haber bajado el volumen en
algún momento, pero desde mi posición no tuve problemas para oír a la parte
solista en todo su esplendor.
El efecto mariposa, de
Dani Howard, no desentonó con el resto del programa: se trata de una obra que
sugiere atmósferas a través del ritmo, y que trasciende un tema principal algo
trillado pero resultón con gran cantidad de detalles orquestales que van
cambiado su carácter. Se trata de una obra fácil de escuchar para el público,
porque las onomatopeyas de sonidos de la naturaleza que incluye está muy bien
integradas (como se aprecia en la graciosa conclusión), y ofrece un ambiente de
cierto exotismo que recuerda a otros tipos de música que se ha dado en llamar
alternativa. En cualquier caso, se trata de una obra de técnica sólida,
complicada para la orquesta, quizá algo saturada de color en algún momento (premio
para las maderas), pero fácil de programar y disfrutar.
Mencioné en el segundo párrafo a los
compositores “secundarios” que visitaron la sala en esta velada. Fue el turno
de Richard Strauss, Ferenc Liszt y Richard Wagner, magníficamente hermanados e
integrados en In the South, obra con la que Edward Elgar recuperó la
inspiración después de la muerte de su madre, gracias a los hermosos parajes de
Liguria, a Lord Byron y a los citados colegas precedentes.
Fischer y la OSCyL aquí, como
ocurrió en todo el concierto, lo dieron todo. Además, como ya mencioné en la
crítica Los finales de Fischer, este director puso especial entusiasmo y
elevó la complicidad con la orquesta, motivadísima. El resultado fue
espectacular, con la lisztiana sección central plena de potencia y contrastes,
una cuerda que era hormigón fraguado y unos metales espléndidamente incluidos
en el conjunto (ha habido una reconfiguración de los paneles superiores de la
sala que hace todo suene más compacto).
A todo esto debe añadirse la aparición de Tamestit para su solo de viola en el momento de un reviniente Berlioz; el violista por supuesto estuvo magistral. La tremenda coda, difícil de planificar, fue perfecta, y la conclusión dejó al entusiasta público encantado y a Fischer, como es costumbre, agotado, en esta noche para disfrutar sin complejos.
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