España - Castilla y León
Equilibrismo
Samuel González Casado

Cualquier orden es un estado de equilibrio de precariedad extrema [Walter Benjamin]
La temporada de la OSCyL despidió
el año con un buen concierto protagonizado por la esperadísima directora
asociada Elim Chan, que hizo gala de su energía habitual. Sin embargo, el
resultado global se vio inesperadamente lastrado por algunos problemas de
balance y equilibrio entre familias y solista en el Concierto para
violonchelo de Dvořák.
La versión de Ivan Skanavi se
caracteriza por contraponer muchas frases en pianísimo con otras que van
marcando una evolución dinámica. Su versión está muy trabajada en este sentido
y, a despecho de algunas imprecisiones técnicas sobre todo en pasajes de
transición, aportó una visión bastante original del concierto, porque además
huyó de cualquier exceso. Se hubiera agradecido algo más de dinámica, y también
de brillo, aunque la verdad es que este instrumento tiene un sonido muy
equilibrado y además, como se apreció en la propina, suena con unos armónicos
brutales.
El concepto del solista no
pareció casar del todo bien con la idea de Chan, y desde mi posición en la fila
12 aprecié que temas fundamentales se veían parcialmente emborronados (por
ejemplo, el segundo del Adagio, que merece todo el protagonismo cuando
se enuncia). La cuerda, algo escasa, sonó difusa, y las maderas taparon al
solista en multitud de ocasiones. Al margen de que haya que acostumbrarse a los
volúmenes por la nueva acústica de la sala (paneles superiores casi
horizontales), da la sensación de que Chan no supo adaptarse del todo, quizá
porque Skanavi en el fondo exigía que la orquesta redujera mucho su presencia. Los
problemas fueron evidentes y no se apreció demasiada voluntad para arreglarlos.
Todo se resolvió por arte de
magia en La consagración de la primavera más transparente (no
forzosamente la mejor) que se ha escuchado en el auditorio. La presencia de las
maderas, que en cierta medida supuso un problema en la obra de Dvořák, se
equilibró con una cuerda, como es natural, bien nutrida, y pudieron oírse
detalles en mi caso ignotos, con lo que hubo mucha riqueza respecto a colores
inesperados.
Esta directora concibe la obra
como un conjunto compacto que camina hacia un final inexorable desde su primer
compás. La primera parte fue sorprendente, porque, aparte de la novedad de lo
que pudo por fin apreciarse, Chan incluyó momentos terroríficos (Danza de la
tierra) que ayudaron en la coherencia de la primera parte. En El
sacrificio, de ambientes más contrapuestos, la directora se centró en que
todo tuviera una especie de impulso interno en los pasajes más potentes y en no
precipitarse en los más reposados.
Resulta curioso lo bien que puede
funcionar esta obra sin hacer demasiado hincapié en la percusión, que en muchos
momentos sonó discreta. Esta decisión de Chan estaba orientada precisamente a
que no se perdiera ningún detalle, y esa falta de atavismo telúrico que casi
siempre se utiliza con cierto efectismo se compensó con la inmediatez rítmica e
inusitada precisión de la Sinfónica de Castilla y León. Que en una obra con
semejante orquestación se percibiera todo a tempi nada contemplativos es
una nueva experiencia en esta sala, y parece increíble que con una obra tan
transitada en el CCMD aún pueda aportarse semejante cantidad de información.
El público, que abarrotaba el recinto, vitoreó a los solistas y a la directora, y el ambiente prenavideño de saludos y buenos deseos se hizo notar también con unas ganas generalizadas de diversión, muy perceptibles ya en los prolegómenos y en el descanso. Por tanto, fue un programa de música muy popular bien elegido para las fechas, lo que tiene cierta importancia para redondear resultados.
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