Reino Unido
Puccini 2024Pappano por dos
Agustín Blanco Bazán

De la dirección artística del Covent Garden a la de la Sinfónica de Londres. Un gran cambio para Antonio Pappano, un director de orquesta asociado más bien con ópera, pero no menos competente en el repertorio sinfónico. Y un extraordinario comunicador, esté donde esté, de discurso siempre sincero y al grano, y espontánea empatía con quienes siempre ve como colegas, sean estos cantantes o instrumentistas. ¡Qué gusto verlo ensayar, siempre con un sereno y convincente criterio pedagógico y una humildad bien combinada con un toque de desafiante picardía! ¡Y qué exitosos esos programas de tele donde con similar pedagogía explica obras y describe cantantes como si fuera un amigo de café! Quienes fuera del Reino Unido se llenan la boca anunciando a Antonio Pappano como un Sir similar a Thomas Beecham, no saben que a pesar de este título honorífico Pappano es siempre Tony en el distendido ambiente artístico inglés.
Durante la segunda semana de este
diciembre Pappano acreditó sus talentos con dos funciones en concierto de La Rondine, una obra frente a la cual
nadie esperaba menos que una interpretación modélica, y en las antípodas, un
programa de compositores ingleses que nadie asociaría con la italianidad que
muchos insisten en atribuirle, a pesar de que habiendo nacido en Londres de
padres italianos, nunca ha vivido en Italia sino entre su ciudad natal y
Connecticut.
La Rondine
Mérito fundamental en esta Rondine de concierto fue la evitación de
arrastres edulcorados en favor de una interpretación urgente y asertiva. Porque
bien lo sabe Pappano, Puccini nunca es sentimental sino más bien elaborado y
certero en sus recetas para conmover a su público. La interpretación general
fue inteligente graduada en intensidad hasta la escena culminante de la obra,
ese desafiante e inspirado Brindis-concertante del segundo acto en el salón
nocturno Bullier, (“Bevo al tuo fresco sorriso”), que en esta ocasión salió de
antología: al cuarteto de amantes se unió el coro en un crescendo irresistible
para un público cuyo aplauso fue de esos que sólo se dan en una gran noche de
ópera, esto es, arrancado como un suspiro de admiración.
Para ese momento los solistas habían
superado todos algunas inseguridades iniciales para darlo todo. Y lo más
inesperado, por lo menos para mí, fue la capacidad del coro de la Sinfónica de
Londres para proyectar su masa con verdadera Italianità (aquí sí que cabe esta expresión) bien para afuera y sin
estridencias y con diferenciado squillo,
algo poco común en los coros anglosajones. También el vals fue italianizado
como se debe, esto es, sin refinamientos, sino con un marcado intenso y
vertiginoso. ¿Recuerda el lector el vals de Verdi utilizado por Visconti en Il gatopardo? Pues bien, algo parecido y
con ese toque de poesía, desenfreno y atractiva vulgaridad que ya anticipa el
neorrealismo musicalizado por Nino Rota.
Nadine Sierra, que había cancelado
su Magda “por razones de salud” varios días antes de la primera función nos
sorprendió a muchos cuando el 7 por la noche se presentó al mundo entero
cantando una eufórica Marsellesa en medio del viento y el frío como
parte del espectáculo de reapertura de Notre
Dame de Paris.
Su reemplazante, Carolina Perez
Moreno, comenzó con alguna fragilidad en el registro bajo para asentarse
enseguida con un timbre brillante y terso y un fiato que le permitió elevarse a los agudos en el “bel sogno di
Doretta” sin necesidad de filar. Su amante Ruggero fue interpretado por Michael
Fabiano con un passaggio algo
inseguro pero sólido en su impostación y densidad de color. Serena Gamberoni
cantó una Lisette de dicción clara e intensa y, como su amante, el poeta
Prunier, Paul Appleby la acompañó con similar arrojo, expresividad y robustez
de emisión.
Pero, como fatalmente ocurre, la flojedad dramática de la obra se manifestó en el consabido decaimiento de energía en un tercer acto que, falto de una puesta en escena capaz de darle sentido, siguió siendo lo de siempre: vago y poco convincente. De cualquier manera, la Magda de Perez Moreno suspiró el famoso “Aaaaah!” que marca el fin de la obra como corresponde: esta vez sí con un filado similar a los que sabía hacer Montserrat Caballé. Y también los comprimarios alcanzaron un nivel acorde con las cualidades de los principales.
Vaughan Williams, Elgar y Bax [15 de diciembre de 2024]
Tres días después Pappano comenzó su
concierto de compositores ingleses con una interpretación asertivamente rítmica
de la Novena sinfonía de Vaughan Williams. Lo cual permitió un marcado
expresionismo de la percusión y la clara diferenciación de contrastes entre la
exposición de temas principales y las repeticiones que el compositor
consideraba esencial en el Moderato Maestoso del primer movimiento. El Andante sostenuto abrió con la
renombrada melodía del corno flugel expuesta
con sugestiva tranquilidad antes de la irrupción, aquí ejecutada con fuerza
mahleriana, de la marcha que el mismo Vaughan Williams definía como “brutal.” Y
el riguroso control de dinámicas y contrastes cromáticos impuesto por Pappano
ayudó a una palpitante intervención de los saxofones en un scherzo que sobre el
final, éstos lograron sincronizar con una juguetonamente marcada percusión de
tambor. En el cuarto movimiento Pappano liberó a la orquesta de la rigidez de
contraste para permitirle, finalmente una expansión lírica y un sensible
cantábile final.
En Londres, más que en ningún otro
lado, el Concierto para chelo de Elgar está asociado con la títánicamente
extrovertida interpretación de Jacqueline Dupré. Un recuerdo que David Cohen,
el solista en esta oportunidad, logró desafiar con la alternativa de una
inteligente mezcla de introversión y expresividad. Fue imposible prevenir el
espontáneo aplauso de la audiencia que siguió el motto perpetuo del solista al final del segundo movimiento, pero … ¿qué
otra cosa podía esperarse frente a la precisa concentración y exactitud lograda
por Cohen?
En mi caso empero, me impresionó más
el lacerante espíritu exploratorio de Pappano y Cohen en el primer movimiento y
la exultante asertividad con que ambos recapitularon una obra que supieron
transformar en un maravilloso viaje de interrogantes y respuestas estoicas,
pero nunca resignadas a morir sin proponer nuevos interrogantes.
Después de la intensidad melodramática del Concierto de Elgar, Pappano aireó el ambiente con Tintagel, un breve y efectivo poema sinfónico de Arnold Bax donde el post wagneriano mar de Tintagel es evocado con un lirismo que la Sinfónica de Londres logró exponer con magistral empuje. El director y su orquesta fueron entusiastamente aplaudidos por una sala inesperadamente llena para este tipo de repertorio.
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