Francia
Decepción instagramable
Francisco Leonarte
Movido por la curiosidad ante ciertas imágenes que circulan, vamos a ver este PLAY, un ballet presentado por primera vez en 2017 con música de Mikael Karlsson y coreografía de Alexander Ekman.
La cosa empieza con el consabido bailarín que
se mueve mientras el público se instala. Pasada una presentación a telón
cerrado que se pretende cinematográfica, una vez el telón alzado la cosa deriva
hacia lo que bien podría ser un ejercicio colectivo de teatro gestual bastante
anodino, una suerte de calentamiento. Sigue otra escena en que los pasos
archiclásicos de una bailarina en puntas se corresponden con los sonidos de un
micrófono (recurso que no sorprende y que se alarga hasta el hastío), y luego,
mientras atraviesan la escena personajes que se pretenden extraños y que el
público habituado está harto de ver desde hace por lo menos diez años (el
bailarín con una enorme falda, el otro con una bola que le tapa la cabeza, la
otra con una gasa que la recubre...), una pareja que parece la primigenia
pareja feliz corretea en una suerte de paso a dos bastante banal, y luego un
número de conjunto con unas chicas que llevan como cuernos-ramas en la
cabeza...
Todo con intención de ser «sorprendente» … y
sorprendería que los mismos recursos pudieran seguir sorprendiendo desde hace
quince o veinte años, pero bueno ... El vocabulario gestual no tiene tampoco
nada nuevo, son movimientos vistos una y otra vez.
En un momento dado, cae una lluvia de muchas
(pero que muchas) bolas verdes. Este recurso de que caigan de repente cosas
desde lo alto de bambalinas, también está archivisto desde hace por lo menos
veinte años, y lo que aquí sorprende es la cantidad, y por lo tanto el dinero
que ha debido de costar. Terminado el momento de la «lluvia de bolas» (un
minuto vamos a poner para ser generosos), sigue un largo momento de jugar con
dichas bolas, tirarse sobre ellas, rodar con ellas, etc.
En la segunda parte, la idea, nada original,
de oponer el mundo gris del trabajo y la rutina, al del juego visto en la
segunda parte: ya saben ustedes, «somos niños y jugamos, y después, como
adultos dejamos de jugar y vamos a trabajar, pero hay que seguir jugando, etc,
etc.», es decir, una filosofía de consultorio sentimental radiofónico, o de
contraportada de libro de autoestima a dos cincuenta el cuarto. Y el mismo
vocabulario gestual archimanido -más una pareja en modo ballet clásico que
tiene aquí un sabor bastante cursi- y unos cuantos gestos de waacking que no
por ser copiados dejan de ser lo único que sabe a novedad en este ballet ...
La cosa terminará con un pseudo-bis en que una
cantante interpreta un tema mientras unos enormes balones son mandados al patio
de butacas que los lanza hacia arriba como si fueran globos, y no es costumbre
de la casa ver enormes globos blancos flotando en el espacio de la Ópera
Garnier. Así que, amparándose en que «es un bis», el público se hincha a hacer
fotos y videos que podrá satisfecho colgar en las redes sociales: «todo un
éxito».
Menos mal que la música es tan blanda y tan
insulsa como el resto del espectáculo. Una versión edulcorada del minimal
americano con fragmentos de tendencia jazzistica que se pretenden novedosos y
son igual de blanditos que el resto. Eso sí, todo amplificado a un volumen que
hace necesario taparse los oídos o retirarse al fondo de un palco: «Cómo
mola».
Vamos, que servidor de ustedes navega de cabo
a rabo entre la irritación y el tedio más absolutos.
A pesar de la gran disciplina del cuerpo de
baile, que se mueve realmente al unísono y con mucho entusiasmo, a pesar de la
buena técnica de los solistas danzantes, a pesar del bonito grano de voz de la
cantante jazzistica y el profesionalismo de los intérpretes musicales...
Pero, como ustedes habrán entendido, el «raro» soy yo, porque el público, que ha podido jugar con balones y tomar fotos y videos tan terriblemente instagramables sale encantado, se haya aburrido o no ...
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