Francia

Gran triunfo de Rameau/Carsen/Christie

Francisco Leonarte
viernes, 27 de diciembre de 2024
Carsen, Les fêtes d'Hébé © 2024 by Vincent Pontet Carsen, Les fêtes d'Hébé © 2024 by Vincent Pontet
París, viernes, 13 de diciembre de 2024. Théâtre National de l'Opéra-Comique. Les fêtes d'Hébé. Opéra-ballet de Jean-Philippe Rameau, libreto de Antoine-César Gautier de Montdorge. Puesta en escena de Robert Carsen. Escenografía y trajes de Gideon Davey. Luces, Robert Carsen y Peter Van Praet. Coreografía de Nicholas Paul. Video de Renaud Rubiano. Con Emmanuelle de Negri (Hébé / Le Naïade), Léa Désandre (Sapho / Iphise / Eglé), Ana Vieria Leite (L'Amour / Le ruisseau / Une bergère), Marc Mauillon (Momus / Mercure), Renato Dolcini (Hymas / Tirtée), Cyril Auvity (Le ruisseau/Lycurgue), Lisandro Abadie (Eurilas / Alcée), Antonin Rondepierre (Thélème), Matthieu Walendzik (le fleuve), Ambre Aurivel, Jeanne Cathala, Serena Bottet, François Auger, Paul Gouven, Alexandre May, Anil Adel Ahamadi, Louise Demay, Pauline Bonnat, Antoine Salle, Guillaume Zimmermann, Lara Villegas (bailarines). Coro y Orquesta Les Arts Florissants. Director de Coro y asistente musical, Thibault Lenaerts. Dirección musical, William Christie.
0,0008571

Cuando muere Luis XIV, dejando una corte envejecida y muerta de aburrimiento, una población que detesta a su difunto rey y un país en la ruina más completa, su sucesor y bisnieto, Luis XV, es un niño de cinco años. El regente, tío del nuevo rey, es Philippe d'Orléans, con quien Luis XIV nunca hizo buenas migas tal vez porque encontraba que su sobrino era demasiado inteligente. 

Philippe d'Orleans se instala en el llamado Palais Royal, en París, huyendo del enrarecido clima de la corte versallesca. Comienza así un movimiento político, pero sobre todo artístico y cultural, hacia la capital de Francia. Es el verdadero inicio del mito parisino como capital de las Artes, la Moda, el Lujo y tutti quanti. A pesar de que, en 1722, poco antes de alcanzar la mayoría de edad regal (13 años) Luis XV manifiesta su deseo de volver a instalarse en el palacio de su bisabuelo y que Philippe d'Orléans (harto de la antipatía que le muestra el pueblo parisino1) así lo decide también, el movimiento será irreversible: el centro de los placeres y diversiones ya no será Versalles sino París. 

De hecho, el propio Luis XV, algunos años más tarde, cuando su mujer, después de 10 embarazos seguidos, le cierre la puerta de su dormitorio, también multiplicará sus escapadas hacia París, encontrando más placeres en la capital que en Versalles...

 Les fêtes d'Hébé (1739) con su loa a los bordes del Sena, forma parte de dicho movimiento pro París. Forma parte también de una serie de Fêtes y Carnavals diecicochescas, nacidas al amparo del Carnaval de Venise (1699) de André Campra, obras que en el título mismo contienen todas sus pretensiones resumidas en una sola: divertir.

Pero Les fêtes d'Hébé, con su sucesión de (muy) hermosas melodías, constituye una trampa para todo aquel que la quiera montar: ¿Cómo interesar al público del siglo XXI cuando se trata de una obra de puro divertimento, con una trama ligerísima y un concepto de la diversión que puede parecer anticuado, véase polvoriento, a nuestros contemporáneos?

‘Les fêtes d'Hébé’ de Rameau. Dirección musical, William Christie. Puesta en escena, Robert Carsen. París, Théâtre National de l'Opéra-Comique, diciembre de 2024. © 2024 by Vincent Pontet.‘Les fêtes d'Hébé’ de Rameau. Dirección musical, William Christie. Puesta en escena, Robert Carsen. París, Théâtre National de l'Opéra-Comique, diciembre de 2024. © 2024 by Vincent Pontet.

Actualizando, estableciendo correspondencias y equivalencias entre pasado y presente que faciliten la comprensión de las situaciones y la identificación con los personajes, introduciendo aquí y allá pequeñas anécdotas dentro de la anécdota del libreto...

Es lo que, con mucha inteligencia, ha entendido Robert Carsen (que personalmente considero como uno de los escasos directores de escena que suelen hacer propuestas coherentes y que ponen el interés libretístico y musical de la obra por encima de su ego o de sus preocupaciones de carrera). El regocijo del público así lo confirmó a cada instante.

Por ejemplo, nada más empezar, un doble del actual presidente de la República Francesa, acompañado de una mujer cuyo peinado recuerda indudablemente al de su señora esposa la Primera Dama de Francia, levanta risas, sonrisas, comentarios: el tono está dado. En vez del pesado prólogo a la Lully, dedicado a lamerle las botas al soberano (el famoso Luis XIV para Lully), Rameau y Gautier de Montdorge proclaman en efecto que Hébé, la escanciera de los dioses y diosa ella misma de la Juventud, va a irse del «Olimpo» (léase en el siglo XVIII «Versalles» y en la versión Carsen «el Palacio Presidencial del Elíseo») para irse a «los bordes del Sena» (léase en el siglo XVIII «París» y en la versión de Carsen, más concretamente, «el París popular del Paris-Plage, de los eventos deportivos, de las fiestas y verbenas en la calle y de los bateaux-mouche»). La metáfora Olimpo-Versalles y Bordes del Sena-París que en el momento de la creación todo el mundo entendía, queda así perfectamente clara para el público actual.

De suerte que los distintos argumentos (uno por acto)2 tomarán referencias actuales para explicar emociones pasadas: el primero ocurre entre jóvenes que trabajan en Paris-Plage (la playa artificial que todos los veranos instala en los muelles del Sena el ayuntamiento de la capital francesa); en el segundo el ambiente guerrero del libreto original es reemplazado por un ambiente de competición deportiva; y en el tercero, la fiesta pastoril en que aparece Mercurio es transmutada en fiesta al borde del mismo río con la llegada de un disc-jokey estrella. Transposiciones todas que funcionan -porque fuerza es reconocer que, fuera del monólogo de «Ô mort» que Léa Desandre encarna con auténtica convicción trágica- ni el libreto de Gautier de Montdorge ni la música de Rameau llaman realmente a la tragedia ni a la desesperación.

Como decorados, Gideon Davey realiza una mezcla entre los elementos corpóreos (sillas de playa, garito del disc-jockey, muelles de piedra...), de proyecciones (el citado Palacio del Elíseo, los bordes del Sena, la torre Eiffel...) a las que los vídeos de René Rubiano dan vida por momentos, y algún elemento que hace referencia a los decorados dieciochescos (telón de columnas). Todo con intención de apelar a la memoria del público parisino que se divierte reconociendo los lugares concretos, sin eludir en ocasiones un cierto aspecto naif que agrega regocijo a la cosa.

‘Les fêtes d'Hébé’ de Rameau. Dirección musical, William Christie. Puesta en escena, Robert Carsen. París, Théâtre National de l'Opéra-Comique, diciembre de 2024. © 2024 by Vincent Pontet.‘Les fêtes d'Hébé’ de Rameau. Dirección musical, William Christie. Puesta en escena, Robert Carsen. París, Théâtre National de l'Opéra-Comique, diciembre de 2024. © 2024 by Vincent Pontet.

Los trajes también juegan con la mezcla entre estilos: en general todos son vestimentas actuales (a cada cual según su categoría social, desde las élites en traje de cocktail hasta la mezcla de clase media, clases populares y estudiantes que pueden frecuentar las verbenas parisinas del tipo «bal des pompiers»), pero en ocasiones recurre el mismo Gideon Daveya un estilo más a la antigua (los trajes de río, ninfa y arroyo, compuestos de algas).

Los movimientos escénicos quedan también perfectamente resueltos, tanto los corales como los de los distintos personajes, movimientos que siempre tienen sentido.

Si a todo esto añadimos una cuidada dirección de actores que permite que los personajes asuman con sinceridad los sentimientos evocados en el libreto y en la partitura, entenderán ustedes que nos hallamos ante una de las mejores puestas en escena de la temporada.

En cuanto a la danza, que como en toda opera-ballet tiene una importancia capital, el vocabulario gestual de base de Nicholas Paul no es de los más sorprendentes, pero tiene la inteligencia de partir de situaciones actuales, con gestos perfectamente identificables por el espectador, situaciones que varían según los actos. Así, si en el prólogo el ballet gira en torno a las copas de champán, los brindis y los selfies en una lujosa recepción, en el primer acto es el elemento acuático el que aporta material gestual, en el segundo es el elemento deportivo (bonito ese partido de fútbol bailado) y en el tercero el baile en fiestas y verbenas. Y funciona. Hay suficiente diversidad como para sostener el interés del espectador y realzar la música. Bravo.

Plantel de solistas

Entre los solistas encontramos un problema habitual en el repertorio barroco francés, la escasez de voces graves masculinas. Porque si Lisandro Abadie tiene un muy bonito fraseo y una inteligibilidad más que aceptable -cualidades ambas fundamentales en este repertorio-, pena para restituir los inclementes graves de Alceo. No obstante, su dúo con Desandre resulta conmovedor, y en el menos comprometido papel de Eurilas, Abadie sabe componer un personaje totalmente distinto de amante a la vez despreocupado y seguro de sí mismo.

Más facilidad en los graves muestra Renato Dolcini, que tiene un bonito material sonoro. Pero, tal vez por nervios de estreno, su emisión es más irregular, con ciertos problemas de pasaje o de fiato y cierta tendencia a la exageración en el canto que le restan elegancia.

‘Les fêtes d'Hébé’ de Rameau. Dirección musical, William Christie. Puesta en escena, Robert Carsen. París, Théâtre National de l'Opéra-Comique, diciembre de 2024. © 2024 by Vincent Pontet.‘Les fêtes d'Hébé’ de Rameau. Dirección musical, William Christie. Puesta en escena, Robert Carsen. París, Théâtre National de l'Opéra-Comique, diciembre de 2024. © 2024 by Vincent Pontet.

De nuevo, en el más episódico papel de Río, Matthieu Walendzik, a pesar de su buen estilo, encontrará problemas en las notas más bajas de su particela.

En cuanto a los tenores, Antonin Rondepierre, como Thélème, muestra también su buen estilo, pero es sobre todo Cyril Auvity quien da una lección de fraseo, de elegancia, de dominio del repertorio, de sabiduría del canto.

¿Y qué decir entonces de Marc Mauillon? Pues que es un fenómeno. Mauillon ha conseguido crear un estilo vocal, impostando la voz de manera natural, sin que nos dé la impresión de haber pasado por una escuela de canto. Algo así como una mezcla entre la impostación del cantante lírico (que le permite llegar con soltura a todas las notas), la utilización de la voz por los cantantes de pop (su momento como estrella del rock en la puesta en escena de Carsen, de hecho, resulta especialmente adecuado) y la utilización de la voz en el canto popular tradicional (por eso sus interpretaciones del repertorio medieval son magníficas). Brilla como Momus en el prólogo, con un gran sentido del humor, y como Mercurio en la última entrée (el último cuadro) está que se sale, apabullante. Y una inteligibilidad pasmosa. Con él no son nunca necesarios los sobretítulos.

Menor es la inteligibilidad de Ana Vieira Leite, a pesar de su muy bonito material canoro y su facilidad en todo el registro. Y su físico de top model (impresionante su entrada como Amor). Mientras que en Emmanuelle de Negri la inteligibilidad es muy buena, el timbre delicioso, la musicalidad ejemplar. Tal vez estuviera nuestra admirada de Negri un punto corta de fiato por momentos, muy probablemente debido a los nervios del estreno. Su dúo con Cyril Auvitiy, éste como arroyo y aquélla como náyade, de pasmosa delicadeza, sutil como encaje de Venecia, quedará en el recuerdo como un momento de suspensión en el tiempo.

Por último, entre los cantantes, resaltar las tres intervenciones de Léa Desandre, aplaudidísima, … y no es para menos. Perfecta dicción, fraseo elegantísimo, gran capacidad de emoción (el citado monólogo «Ô mort» fue uno de los momentos álgidos de la representación), gran capacidad para componer tres personajes completamente distintos (la joven trabajadora, la amante trágica, la muchacha que se divierte en la fiesta). Olé.

Les arts Florissants

Coro y orquesta eran los de Les Arts Florissants, la formación fundada en 1979 por William Christie que tantas alegrías ha dado a los amateurs de barroco en general y sobre todo de barroco francés.

Un coro con empaste, con una inteligibilidad notable, con una soltura envidiable, con una complicidad escénica sobresaliente, plegándose a las divertidas ocurrencias de Carsen (como ese cambio de ropa, de ropa de cocktail a ropa de playa durante una de las danzas de la primera entrada) y a las del coreógrafo (participando en los movimientos coreográficos, especialmente en el último acto).

En cuanto a la orquesta, uno no sabe qué admirar más, si el bonito sonido, si la precisión atacando los pasajes prestissimo con una nitidez epatante,si la capacidad expresiva, si la ductilidad y la variedad de colores. No hay lugar para la monotonía, y cada danza, cada comentario orquestal de las melodías cantadas, son puras joyas.

Y es que al frente de todo está un octogenario de leyenda, el propio William Christie, que ataca la obertura con una fuga que para sí la quisieran muchos veinteañeros. El gran Christie que sabe entender la música de Rameau con toda su diversidad. El mismo que por momentos deja que los instrumentos del continuo trabajen solos, porque la complicidad entre ellos no necesita que nadie, ni siquiera el propio Christie, les marque los tiempos; el mismo que sonríe y disfruta con el trabajo de todos los músicos, en el foso o sobre el escenario; el mismo que, al salir a saludar al final, salta como un gamo para recibir la ovación unánime de la sala.

Si es cierto que «C'est où l'on aime que sont les cieux» («El cielo se halla allá donde se ama»), como cantan los personajes del último acto, entonces, con estas Fêtes d'Hébé de Rameau en la producción Carsen/Christie debemos de estar muy cerca del cielo. 

Notas

1. Podríamos decir que el balance total de la regencia fue más que positivo, pero el Regente se veía entachado por las calumnias que la alta nobleza y el clero difundían sobre él y su familia. En este sentido, el desastroso final del experimento Law no vino a arreglar las cosas...

2. Cosa que diferencia lo que hoy llamamos opera-ballet de la tragédie lyrique, en que el asunto es siempre trágico, los personajes y el tono más «elevados» y el argumento uno solo para toda la obra, respetando las tres unidades aristotélicas, la de acción, la de lugar y la de tiempo.

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.