Francia
Paquita: Se hace lo que se puede
Francisco Leonarte

Según algunos estudiosos, Paquita no tuvo un estreno fulgurante allá por el 1846 en París. El ballet, coreografiado por Joseph Mazilier, a quien se debe el libreto junto a Paul Foucher, y con música de Deldevez, habría sido acogido por el público bien pero no triunfalmente. En París, el recuerdo de Paquita se fue diluyendo hasta prácticamente desaparecer. Eso sí, entre los intérpretes del estreno en 1846, amén de la célebre Carlota Grisi (prima de Giudita y Giulia Grisi, las legendarias cantantes) se encontraba Lucien Petipa. Cuando su hermano pequeño, el famoso bailarín y coreógrafo Marius Petipa, se instaló en Rusia, es probable que se acordara de aquel ballet estrenado por su hermano mayor y, a la búsqueda siempre de nuevos temas que interesaran al público, se dijera que un ballet de ambiente español podía ser exótico y exitoso.
Claro, para asegurarse del éxito había que
adaptarlo un pelín al gusto de la generación posterior (estamos ya en los años
1880), y Marius Petipa le pidió a Ludwig Minkus, compositor austriaco a la
sazón también afincado en Rusia, que le compusiese un paso a tres para el
primer acto y un gran fin de fiesta, con un extenso paso a dos para el segundo,
fragmentos que el propio Marius se encargaría de coreografiar. Son estos dos
fragmentos los dos más conocidos hoy en día de Paquita.
Nos hallamos en cierta forma pues, ante un ballet híbrido, parte del 1840, parte del 1880, parte de Deldevez, parte de Minkus, parte de Mazilier, parte de Petipa... Y esta es la forma en la que Paquita tuvo un gran éxito y fue más o menos conservado en la tradición rusa, al menos hasta la Revolución de 1917.
Y decimos «más o menos conservado» porque el
ballet es, de entre los objetos artísticos, tal vez uno de los más frágiles,
las coreografías se pierden con facilidad y es a menudo necesario
reconstituirlas echando mano de estampas de época, testimonios escritos,
testimonios de antiguos bailarines que habrían recogido el testimonio de
bailarines pretéritos, etc... Y sobre todo echando mano de conocimientos
histórico-artísticos y de mucha imaginación...
Destaca, entre los reconstituidores de
ballet, Pierre Lacotte, fallecido en 2023, que ya se ocupó por ejemplo de La
Sylphide de Taglioni/Schneitzhoeffer (distinta de la de Bournonville/Løvenskiold
que la tradición sueca sí había conservado más o menos, ver crítica de LaSylphide en Valencia) o de La hija del faraón de Petipa/Pugni. En
2001, Lacotte presenta pues en la Ópera de París su versión de Paquita
(el ballet entero, y no sólo el famoso ‘Paso a dos’ de Petipa/Minkus). Pero al
parecer Lacotte nunca fue amigo de revelar sus fuentes ni de especificar qué se
debía a Mazilier o a Petipa, y qué se debía al propio Lacotte...
Para marear todavia más la perdiz, alguien
tuvo la idea de encargarle a David Coleman que retocara y reorquestara las
músicas de Minkus y Deldevez (Y servidor de ustedes se pregunta: ¿A alguien se
le ocurriría llamar a un arreglista para hacer lo mismo con ballets de Chaicovsky ?
¿Por qué no nos dejan entonces escuchar las músicas tal y como fueron
compuestas en su día? - Ustedes perdonen, esta cuestión me saca de mis
casillas).
O sea que mejor no hacerse demasiadas
preguntas y tomar este ballet como un ballet más o menos de 1846 y 1882.
La representación del 14-XII-24
Durante todo el mes de diciembre hubo convocatorias
de huelgas que afectaron particularmente al Ballet de la Ópera de París. De
hecho, el primer día de reposición de este ballet, el jueves 5 de diciembre,
entramos en la sala Bastille, y después de tres cuartos de hora de espera, nos
anunciaron que no habría representación y que podíamos volver tranquilamente a
casa...
Así que no las teníamos todas con nosotros
cuando acudimos a la misma sala el sábado 14 de diciembre para asistir a esta Paquita.
¿Fueron los defectos que pudimos notar a lo
largo de la representación, fruto de nervios por esta huelga? ¿Efectos de haber
tenido que recomponer el cuerpo de baile por estar algunos bailarines
estables todavía en huelga? ¿Efectos de no haber tenido algún bailarín o
bailarina el suficiente tiempo o disposición para preparar el ballet habiendo
sido llamado a última hora?
Difícil saberlo, pero el caso es que las
descoordinaciones en el cuerpo de baile fueron varias y notorias, sobre todo
durante el primer acto. La cosa mejoró en el segundo. Y también nos resultó
curioso que algunos de sus miembros bailasen durante el primer acto y no
durante el segundo, o viceversa. Cierto es que los números de conjunto son
numerosos, variados y de difícil ejecución (en algunos momentos era para
preguntarse si Busby Berkley no conocía Paquita antes de dirigir sus
famosos números de musical americano), y en algunos momentos tal ejecución fue
brillante.
El famoso paso a tres fue bailado con brío y
buen lucimiento, como lucimiento hubo para los dos oficiales de la fiesta
final, con aquel je-ne-sais-quoi ruso en sus movimientos.
Admirable resultó así mismo la prestación de
Antoine Kirscher como Iñigo, el malvado que no quiere desprenderse de Paquita y
que quiere matar al buen oficial francés (pongan ustedes la ironía que deseen,
pero estamos en 1846 en París, y por lo tanto los buenos son los
invasores franceses y no el pueblo español, por muy colorido que este resulte).
Mucha energía, técnica muy limpia.
Limpia también la técnica de Paul Marque -aun
con alguna inseguridad muy puntual en uno o dos finales- pero menos brío, un
aire de niño obediente que le restó gallardía al personaje.
Sae Eun Park, a la que hemos tenido en su día
ocasión de admirar como Giselle, compone una Paquita que resulta demasiado
francesa y demasiado sosa para las amigas españolas y chilena que me acompañan
(por ejemplo, en el paso con pandereta, apenas la roza, sin siquiera emitir
sonido). Buena técnicamente, pero no extraordinaria (al parecer no hace los 32
fouettés que marca la tradición, y los que hace no están en ritmo) ...
Eso no quita para que una muy buena amiga,
también aficionada al ballet, se gire hacia mí en medio del segundo acto, para
decirme, arrebolada, que es de las cosas más bonitas que ha visto en su vida. O
sea que tampoco debía de estar tan mal la cosa...
La orquesta, correcta pero no para echar
cohetes. Entendámonos: la música de Deldevez no es nada del otro jueves, entre
otras cosas porque tampoco podía un compositor hacer locuras cuando de ballet
se trataba. Delvedez tiene oficio, y bonitas melodías de tipo donizettiano (con
alguna cita de Meyerbeer y pocas -véase ninguna- referencias al folclore
español). La música de Minkus, tres cuartos de lo mismo : muy agradable,
pero no para volverse loco. Y Agrest no puede tampoco hacer una lectura
demasiado personal que podría descuadrar a los bailarines. Está ahí para servir
a la coreografía. De suerte que su interpretación resulta obediente y
algo falta de brío, de espíritu rebelde.
Si los decorados son fundamentalmente unos
telones pintados con unos vagos dibujos no se sabe muy bien de qué (sobre todo
en el último acto), los trajes son cuidadísimos, lustrosos y brillantes, con
mucha seda, tul y lentejuela, para felicidad de los aficionados. Faldas de
tulipa invertida hasta el peroné para los pasajes de Mazilier/Deldevez, y falda
de plato inglés (algún aficionado señala que tal tipo de falda todavía no se
estilaba en 1882...) para los pasajes Petipa/Minkus. Al menos desde ese punto
de vista las cosas estaban claras.
El público, que esperaba con impaciencia esta Paquita y parte del cual no había tenido su ración por efecto de la huelga, aplaudió con mucho entusiasmo.
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