Alemania

Hadelich: enfoque reflexivo y generosidad sonora

Juan Carlos Tellechea
martes, 14 de enero de 2025
Christian Hadelich © 2024 by Suxiao Yang Christian Hadelich © 2024 by Suxiao Yang
Düsseldorf, sábado, 14 de diciembre de 2024. Gran sala auditorio Mendelssohn de la Tonhalle de Düsseldorf. ). Solista Augustin Hadelich (violín). Mozarteumorchester Salzburg. Director Andrew Manze. Richard Wagner, Idilio de Sigfrido en mi mayor WWV 103. Wolfgang Amadè Mozart, Concierto para violín nº 5 en la mayor KV 219, Concierto para violín nº 2 en re mayor KV 211. Ludwig van Beethoven, Sinfonía nº 8 en fa mayor op 93. Bises: Howdy Forrester, Wild Fiddlers Rag (el solista); Wolfgang Amadé Mozart, Finale de la Sinfonía en re mayor KV 385 “Haffner” (la orquesta Organizador Heinersdorff Konzerte – Klassik für Düsseldorf. Ciclo: Faszination Klassik (FK). 100% del aforo.
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Embelesar al público con un amplio abanico de emociones fue prioridad máxima en este espléndido concierto de la Mozarteumorchester Salzburg dirigida por Andrew Manze, con el grandioso violinista Augustin Hadelich en la gran sala auditorio Mendelssohn de la Tonhalle de Düsseldorf, organizado por Heinersdorff Konzerte, en su ciclo de abono Faszination Klassik.

Roberto González-Monjas es a partir de la presente temporada el director principal de la Mozarteumorchester Salzburg, cuyas raíces llegan hasta 1841 cuando, con el apoyo de la viuda de Wolfgang Amadè Mozart, Constanze, y sus dos hijos (Karl Thomas y Franz Xaver Wolfgang), fue fundada como Dommusikverein und Mozarteum, antes de recibir en 1908 su actual nombre.

Abre este recital el poema sinfónico Idilio de Sigfrido, en mi mayor (WWV 103), que Richard Wagner, a la sazón de 57 años, ofreciera a su esposa Cósima como felicitación por su 33º cumpleaños el 24 de diciembre de 1870, estrenándolo en el más íntimo círculo sobre la escalinata de su casa de campo en Tribchen, cerca de Lucerna (Suiza).

Oasis

Durante mucho tiempo, Cosima se negó a dar a conocer esta composición al público porque consideraba que el obsequio musical de su marido era algo demasiado personal. También porque estaba destinada a recordar a su hijo Siegfried. Más tarde, el mundo de la música hizo suyo este delicioso oasis musical, convirtiéndolo en una de las obras orquestales más conocidas de Richard Wagner.

En éste, el único poema sinfónico que escribió Wagner, utilizó motivos de su drama musical homónimo (entonces aún no estrenado). Andrew Manze pudo demostrar aquí su maestría y gusto por el cantabile lirico, con la sensible Orquesta del Mozarteum de Salzburgo.

Se orientó por la versión del estreno y el estado de ánimo básico flotante fue captado con precisión milimétrica, los altibajos de las cuerdas en flor fueron suaves, soleados y alegres. Los vientos añadieron salpicaduras de color con una entonación límpida. Fue un maravilloso comienzo de este concierto.

Mozart

De inmediato hizo su aparición el varias veces laureado violinista Augustin Hadelich, uno de los mejores del mundo de su generación, aunque no un virtuoso en el sentido convencional. Nacido en Italia e hijo de padres alemanes, Hadelich se formó en la Julliard School de Nueva York, donde reside actualmente, y es profesor en la Yale School of Music.

El Giuseppe Guarneri del Gesù (1744) “Leduc, ex Szeryng“ que toca Hadelich es doce años más antiguo que el de Mozart. Cuando Mozart fue nombrado primer violinista de la Orquesta de la Corte de Salzburgo en 1772, el piano no era inicialmente el instrumento del momento.

Quinto Concierto

Primero, Hadelich interpretó inspiradoramente el Concierto para violín nº 5 en la mayor KV 219 de Mozart e hizo vibrar de emoción a la platea. El violinista aplica aquello de que las obras de Mozart no deben tratarse con guantes de seda.

La música de Mozart tiene una gran elegancia y perfección en sus proporciones y formas; cada gesto es muy equilibrado y refinado. Pero sus obras no deben abordarse con demasiada cautela o moderación; brillan con energía y vída propias.

Además los conciertos para violín de Mozart están técnica y sabrosamente muy expuestos. Las pequeñas incoherencia se notan enseguida y los gestos sentimentales exagerados, que encajan bien con Piotr Chaikovski por ejemplo, pueden destacar desagradablemente con el compositor salzburgués de acendrada vocación vienesa.

Nobleza

Con este Quinto Concierto, Mozart completa las nobles credenciales del género con una inagotable riqueza de iluminación. Para cualquier violinista, es un dechado de estilo clásico. Desde el Allegro aperto inicial, que Hadelich concibe como un ritornello cómodo y alegre, el violín solista forma una guardia de honor para una entrada verdaderamente mágica.

Luego está el Adagio, un toque nostálgico, con una profundidad seria; y el Tempo di Menuetto final, lleno de sorpresas: el Allegro central del movimiento, la marcha de los jenízaros que recuerda a la marcha de El rapto en el serrallo, se vive aquí como muy sacudida y llena de inflexiones amenazantes evocadoras de cierta extrañeza oriental.

El Guarneri

Esta moda, imitación de la cultura del entonces Imperio Otomano, tan popular en la época, suena hoy deliciosamente anticuada, pero qué insólita resulta ejecutada por Hadelich con su Guarneri del Gesú. El conjunto termina con una repetición del tema en una alegría inspirada. Esta interpretación magistral corona una carrera intachable.

Augustin Hadelich ha demostrado su maestría suprema, su apetito por tocar y su inteligencia del texto: las cadencias, de su propia invención ya que Mozart no dejó aquí indicaciones precisas, son tan imaginativas como originales, inspiradas por la preocupación de respetar el tema y vividas con un verdadero sentido de la improvisación, sin olvidar el lucimiento de toda la paleta del intérprete.

De manera más general, los espectadores admiraron la generosidad del sonido y un enfoque reflexivo que a veces tiñe el discurso de dramatismo o incluso de tragedia. Otro tanto ocurre puede afirmarse de la simbiosis con la Mozarteumorchester Salzburg, colectivo musical que conoce a Mozart como la palma de su mano y, gracias a la calidad de sus instrumentos, especialmente las cuerdas, ofrece una puesta en escena perfectamente natural, honesta y cincelada, si no el colmo del refinamiento.

La integral

Hadelich conoce todos los Conciertos para violín de Mozart, los toca desde su infancia, integran su repertorio, vuelve siempre a ellos con gran gusto y en algún momento quisiera grabar su integral en un álbum compacto, según afirmó a la prensa alemana recientemente.

Mozart, en cambio, escribió sus cinco Conciertos para violín durante un breve periodo en 1775, no volvió a ellos después y se dedicó al piano. Según Leopold Mozart, Wolfgang Amadè era un violinista no suficientemente consciente de su valía. Como Konzertmeister de la orquesta de la Corte de Salzburgo, tenía que tocar y componer para el entonces príncipe arzobispo Hieronymus von Colloredo, apodado “el gran Muftí” por la familia Mozart.

Galante

Sus obras concertantes para violín pertenecen al llamado estilo galante. Aunque, como siempre ocurre con Mozart, el término es reductor, ya que a lo largo de los cinco opus toma forma un desarrollo que le distanciará seriamente de él. Hay pocas similitudes entre el primero, cercano al género de la Serenata, caracterizado por su “concierto intercalado” para el instrumento solista, y el quinto, lleno de desarrollos sustanciales y rico en una confusa profusión motívica.

En tan poco tiempo, el compositor imprimió su sello de fantasía a la estructura de las piezas, multiplicó los temas con su inagotable inventiva y renovó constantemente las fórmulas rítmicas, sobre todo en los finales. El mundo de la ópera, presente en la mente de Mozart desde una edad muy temprana, dejó su impronta en estas piezas, al igual que las influencias italianas y francesas fruto de sus viajes por Europa.

Forma

El concierto para violín, con su forma rigurosa e inmutable en tres movimientos heredada de los italianos, dio paso a un estilo muy personal en el que la orquesta abandonó progresivamente el papel de acompañante servil para convertirse en un socio de pleno derecho.

Augustin Hadelich lo demuestra en su interpretación. Las cosas se ponen muy serias a partir del Segundo Concierto en re mayor (KV 211), que el solista tocó al comienzo de la segunda parte del concierto tras el intervalo, y que es todo limpidez francesa, en particular en lo que se refiere a la arietta del andante central.

Las ovaciones de la platea no se hicieron esperar. Dos veces tuvo que volver el solista al escenario para agradecerlas antes de entregar, entre más aclamaciones, el Wild Fiddlers Rag del violinista blue grass Howdy Forrester como bis.

Beethoven

La Sinfonía nº 8 op 93 de Ludwig van Beethoven cierra esta velada, una música extraña, donde las haya, incluso excéntrica, bastante diferente a todo lo que el compositor escribiera antes. Esto queda reflejado en la enérgica interpretación que ofreció la Mozarteumorchester Salzburg, bajo la égida de Andrew Manze.

Aquí queda patente que a Beethoven le preocupaba más la expresión del sentimiento que la pintura musical. Sin introducción, el primer movimiento Allegro vivace e con brio comienza como una ráfaga de viento en su acorde inicial, abriéndose de manera muy articulada.

El breve desarrollo avanza con implacable rigor, sus frases como olas rompientes. Sin embargo, el pulso agitado no afecta a la legibilidad. El virtuosismo de la Orquesta del Mozarteum de Salzburg es notable, especialmente en la coda, que tiene un impulso formidable.

Humor

El Allegretto scherzando, una especie de humoresca inspirada en el palpitante movimiento repetitivo del metrónomo recién inventado por Johann Mäzel, tiene una fina dosis de humor que nada tiene que envidiar ni a Joseph Haydn ni a Rossini, en la forma en que las cuerdas se aplastan mientras las maderas desfilan al aire libre. Por no mencionar la peroración, cuyo crescendo recuerda el brío italiano.

El Tempo di Menuetto vuelve al corte clásico, pero su trío es salvajemente ingenioso con su solo de violonchelo en contrapunto con la delicia del intercambio entre el clarinete y las trompas.

El Allegro vivace finale es rayano en un esfuerzo supremo: tras un inicio en ppp, triunfa el modo explosivo, pero siempre en el enfoque ágil y danzante que Manze imprimió a esta “Pequeña Sinfonía”, como la llamó el mismo Beethoven, en comparación con su contemporánea, la más ambiciosa Séptima.

Estratificación

El impulso es notable, con cierta aceleración incluso, liberando toda la turbulencia de una música que conserva siempre su perfecta claridad. Hasta la famosa sucesión de acordes finales tan compactos como agudos.

También en este caso, los músicos de la Mozarteumorchester Salzburg poseen una riqueza de timbres y una flexibilidad en su interpretación, especialmente en las cuerdas, que no tiene nada que envidiar a la de otros colectivos musicales. Cabe destacar además la coherencia de los pasajes pianissimo de las cuerdas. Lo mismo ocurre con la estratificación de los planos.

Los insistentes y bien merecidos aplausos fueron retribuidos por la orquesta con el Finale de la Sinfonía en re mayor KV 385 “Haffner” de Mozart

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