Alemania
Hadelich: enfoque reflexivo y generosidad sonora
Juan Carlos Tellechea

Embelesar al público con un amplio abanico de
emociones fue prioridad máxima en este espléndido concierto de la Mozarteumorchester Salzburg
dirigida por Andrew Manze,
con el grandioso violinista Augustin Hadelich en la
gran sala auditorio Mendelssohn de la Tonhalle de Düsseldorf, organizado por Heinersdorff
Konzerte, en su ciclo de abono Faszination
Klassik.
Roberto
González-Monjas es a partir de la presente temporada el director
principal de la Mozarteumorchester Salzburg, cuyas raíces llegan hasta 1841
cuando, con el apoyo de la viuda de Wolfgang
Amadè Mozart, Constanze, y sus dos hijos
(Karl Thomas
y Franz Xaver
Wolfgang), fue fundada como Dommusikverein und Mozarteum, antes de
recibir en 1908 su actual nombre.
Abre este recital el poema sinfónico Idilio de Sigfrido,
en mi mayor (WWV 103), que Richard Wagner, a la sazón de 57 años, ofreciera a
su esposa Cósima como felicitación por su 33º cumpleaños el 24 de diciembre de
1870, estrenándolo en el más íntimo círculo sobre la escalinata de su casa de
campo en Tribchen, cerca de Lucerna (Suiza).
Oasis
Durante mucho tiempo, Cosima se negó a dar a conocer
esta composición al público porque consideraba que el obsequio musical de su
marido era algo demasiado personal. También porque estaba destinada a recordar
a su hijo Siegfried. Más tarde, el mundo de la música hizo suyo este delicioso
oasis musical, convirtiéndolo en una de las obras orquestales más conocidas de
Richard Wagner.
En éste, el único poema sinfónico que escribió
Wagner, utilizó motivos de su drama musical homónimo (entonces aún no
estrenado). Andrew Manze pudo demostrar aquí su maestría y gusto por el cantabile
lirico, con la sensible Orquesta del Mozarteum de Salzburgo.
Se orientó por la versión del estreno y el
estado de ánimo básico flotante fue captado con precisión milimétrica, los
altibajos de las cuerdas en flor fueron suaves, soleados y alegres. Los vientos
añadieron salpicaduras de color con una entonación límpida. Fue un maravilloso
comienzo de este concierto.
Mozart
De inmediato hizo su aparición el varias veces
laureado violinista Augustin
El Giuseppe Guarneri del Gesù
(1744) “Leduc, ex
Szeryng“ que toca Hadelich es doce años más antiguo que el de
Mozart. Cuando Mozart fue nombrado primer violinista de la Orquesta de la Corte
de Salzburgo en 1772, el piano no era inicialmente el instrumento del momento.
Quinto Concierto
Primero, Hadelich interpretó inspiradoramente
el Concierto para violín nº 5 en la mayor KV 219 de Mozart e hizo vibrar de
emoción a la platea. El violinista aplica aquello de que las obras de Mozart no
deben tratarse con guantes de seda.
La música de Mozart tiene una gran elegancia y
perfección en sus proporciones y formas; cada gesto es muy equilibrado y
refinado. Pero sus obras no deben abordarse con demasiada cautela o moderación;
brillan con energía y vída propias.
Además los conciertos para violín de Mozart
están técnica y sabrosamente muy expuestos. Las pequeñas incoherencia se notan
enseguida y los gestos sentimentales exagerados, que encajan bien con Piotr
Chaikovski por ejemplo, pueden destacar desagradablemente con el compositor
salzburgués de acendrada vocación vienesa.
Nobleza
Con este Quinto Concierto, Mozart completa las
nobles credenciales del género con una inagotable riqueza de iluminación. Para
cualquier violinista, es un dechado de estilo clásico. Desde el Allegro aperto
inicial, que Hadelich concibe como un ritornello cómodo y alegre, el
violín solista forma una guardia de honor para una entrada verdaderamente
mágica.
Luego está el Adagio, un toque nostálgico, con
una profundidad seria; y el Tempo di Menuetto final, lleno de sorpresas: el
Allegro central del movimiento, la marcha de los jenízaros que recuerda a la
marcha de El rapto en el serrallo, se vive aquí como muy sacudida y llena de
inflexiones amenazantes evocadoras de cierta extrañeza oriental.
El Guarneri
Esta moda, imitación de la cultura del entonces
Imperio Otomano, tan popular en la época, suena hoy deliciosamente anticuada,
pero qué insólita resulta ejecutada por Hadelich con su
Augustin Hadelich ha demostrado su maestría
suprema, su apetito por tocar y su inteligencia del texto: las cadencias, de su
propia invención ya que Mozart no dejó aquí indicaciones precisas, son tan
imaginativas como originales, inspiradas por la preocupación de respetar el
tema y vividas con un verdadero sentido de la improvisación, sin olvidar el
lucimiento de toda la paleta del intérprete.
De manera más general, los espectadores
admiraron la generosidad del sonido y un enfoque reflexivo que a veces tiñe el
discurso de dramatismo o incluso de tragedia. Otro tanto ocurre puede afirmarse
de la simbiosis con la Mozarteumorchester Salzburg, colectivo musical que
conoce a Mozart como la palma de su mano y, gracias a la calidad de sus
instrumentos, especialmente las cuerdas, ofrece una puesta en escena
perfectamente natural, honesta y cincelada, si no el colmo del refinamiento.
La integral
Hadelich conoce todos los Conciertos para
violín de Mozart, los toca desde su infancia, integran su repertorio, vuelve
siempre a ellos con gran gusto y en algún momento quisiera grabar su integral
en un álbum compacto, según afirmó a la prensa alemana recientemente.
Mozart, en cambio, escribió sus cinco
Conciertos para violín durante un breve periodo en 1775, no volvió a ellos
después y se dedicó al piano. Según Leopold Mozart, Wolfgang Amadè era un
violinista no suficientemente consciente de su valía. Como Konzertmeister de la
orquesta de la Corte de Salzburgo, tenía que tocar y componer para el entonces
príncipe arzobispo Hieronymus von Colloredo, apodado “el gran Muftí” por la
familia Mozart.
Galante
Sus obras concertantes para violín pertenecen
al llamado estilo galante. Aunque, como siempre ocurre con Mozart, el término
es reductor, ya que a lo largo de los cinco opus toma forma un desarrollo que
le distanciará seriamente de él. Hay pocas similitudes entre el primero,
cercano al género de la Serenata, caracterizado por su “concierto intercalado”
para el instrumento solista, y el quinto, lleno de desarrollos sustanciales y
rico en una confusa profusión motívica.
En tan poco tiempo, el compositor imprimió su
sello de fantasía a la estructura de las piezas, multiplicó los temas con su
inagotable inventiva y renovó constantemente las fórmulas rítmicas, sobre todo
en los finales. El mundo de la ópera, presente en la mente de Mozart desde una
edad muy temprana, dejó su impronta en estas piezas, al igual que las
influencias italianas y francesas fruto de sus viajes por Europa.
Forma
El concierto para violín, con su forma rigurosa
e inmutable en tres movimientos heredada de los italianos, dio paso a un estilo
muy personal en el que la orquesta abandonó progresivamente el papel de
acompañante servil para convertirse en un socio de pleno derecho.
Augustin Hadelich lo demuestra en su
interpretación. Las cosas se ponen muy serias a partir del Segundo Concierto en
re mayor (KV 211), que el solista tocó al comienzo de la segunda parte del
concierto tras el intervalo, y que es todo limpidez francesa, en particular en
lo que se refiere a la arietta del andante central.
Las ovaciones de la platea no se hicieron
esperar. Dos veces tuvo que volver el solista al escenario para agradecerlas
antes de entregar, entre más aclamaciones, el Wild Fiddlers Rag del
violinista blue grass Howdy Forrester como bis.
Beethoven
La Sinfonía nº 8 op 93 de Ludwig van Beethoven
cierra esta velada, una música extraña, donde las haya, incluso excéntrica,
bastante diferente a todo lo que el compositor escribiera antes. Esto queda
reflejado en la enérgica interpretación que ofreció la Mozarteumorchester
Salzburg, bajo la égida de Andrew
Aquí queda patente que a Beethoven le
preocupaba más la expresión del sentimiento que la pintura musical. Sin
introducción, el primer movimiento Allegro vivace e con brio comienza como una
ráfaga de viento en su acorde inicial, abriéndose de manera muy articulada.
El breve desarrollo avanza con implacable
rigor, sus frases como olas rompientes. Sin embargo, el pulso agitado no afecta
a la legibilidad. El virtuosismo de la Orquesta del Mozarteum de Salzburg es
notable, especialmente en la coda, que tiene un impulso formidable.
Humor
El Allegretto scherzando, una especie de humoresca
inspirada en el palpitante movimiento repetitivo del metrónomo recién inventado
por Johann Mäzel,
tiene una fina dosis de humor que nada tiene que envidiar ni a Joseph Haydn ni
a Rossini, en la forma en que las cuerdas se aplastan mientras las maderas
desfilan al aire libre. Por no mencionar la peroración, cuyo crescendo recuerda
el brío italiano.
El Tempo di Menuetto vuelve al corte clásico,
pero su trío es salvajemente ingenioso con su solo de violonchelo en
contrapunto con la delicia del intercambio entre el clarinete y las trompas.
El Allegro vivace finale es rayano en un
esfuerzo supremo: tras un inicio en ppp, triunfa el modo explosivo, pero
siempre en el enfoque ágil y danzante que Manze imprimió a esta “Pequeña
Sinfonía”, como la llamó el mismo Beethoven, en comparación con su
contemporánea, la más ambiciosa Séptima.
Estratificación
El impulso es notable, con cierta aceleración
incluso, liberando toda la turbulencia de una música que conserva siempre su
perfecta claridad. Hasta la famosa sucesión de acordes finales tan compactos
como agudos.
También en este caso, los músicos de la
Mozarteumorchester Salzburg poseen una riqueza de timbres y una flexibilidad en
su interpretación, especialmente en las cuerdas, que no tiene nada que envidiar
a la de otros colectivos musicales. Cabe destacar además la coherencia de los
pasajes pianissimo de las cuerdas. Lo mismo ocurre con la estratificación de
los planos.
Los insistentes y bien merecidos aplausos
fueron retribuidos por la orquesta con el Finale de la Sinfonía en re mayor KV
385 “Haffner” de Mozart
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