Discos
Fauré - Intégrale de la Musique de Chambre – Nocturnes
Juan Carlos Tellechea

La conmemoración del centenario de Gabriel Fauré, fallecido
el 4 de noviembre de 1924 en París, congregó a algunos de los mejores músicos a
nivel internacional para grabar esta integral de su música de cámara y sus
nocturnos en un magnífico álbum (sello Alpha Classics / Outhere Music France).
La música de cámara de
A través de estos seis discos compactos se
explora la música que concibió Fauré para piano y cuerdas, centrándose el álbum
en las Sonatas para violonchelo y piano op 109 y 117, y otras piezas (CD1), en
los Cuartetos con piano op 15 y 45 (CD 2), en los Quintetos con piano op 89 y
115 (CD3), en los Dúos y tríos con piano (CD4), en las Sonatas para violín y
piano op 13 y 108, y otras piezas (CD5), y en los Nocturnos (CD6).
Íntimo
El enfoque de los intérpretes aquí convocados,
Éric
El apacible gigante que es Fauré cultiva una
paleta armónica que no se parece a ninguna otra; es encantadora y a veces
inexplicable e incluso desconcertante. En cualquier caso, sus obras, que
combinan el piano con el trío o el cuarteto de cuerda, destilan una rara
belleza plástica. Sin pretender analizar exegéticamente cada una de las piezas
elegidas, esta reseña se concentra de forma general en algunas de ellas.
Algo de historia
Gabriel Fauré se interesó por la música de
cámara desde sus inicios en 1878, cuando compuso la Sonata para violín y piano
nº 1 y la estrenó él mismo en la Exposición Universal de París. Fue aclamada
por la crítica como una obra maestra y, diez años antes de que
Fauré escribió música de cámara hasta su último
aliento. Tenía casi 80 años cuando compuso el Trío con piano, con su espíritu
fresco y juvenil, una de las obras más brillantes de su género en Francia junto
al trío de su alumno Maurice
Susto
Hombre modesto y humilde, donde los haya, había
dudado toda su vida en aventurarse en un género que Ludwig van Beethoven había
llevado a una perfección tan rara que muchos compositores que le siguieron se
sintieron intimidados.
Mientras componía, Fauré escribía a su mujer:
Puedes imaginarte lo asustado que estoy. No he hablado con nadie de ello.
El estreno de esa obra tuvo lugar después de su
muerte en el Conservatorio de París, en un ambiente de respeto y admiración, y
existen innumerables y buenas grabaciones de la música de cámara de Fauré,
entre ellas esta auspiciada por Eric Le Sage con destacados músicos
contemporáneos.
Opus 15
El Cuarteto con piano nº 1 op 15 en do menor
(1876, reelaborado en 1879) es pura alabanza desde los primeros compases del
Allegro moderato. El equipo formado por Le Sage (piano), Kishimoto (violín),
Berthaud (viola) y Salque (violonchelo) se toma muy en serio la escansión del
primer tema, lo que no resta impacto al paso al ritmo de barcarola.
Hay cierta objetividad en el enfoque, que no
carece, sin embargo, de relieve. El Allegro vivo Scherzo, con su ritmo trotón,
es a la vez voluble y se funde en un espíritu de ligereza. El Trío se
desarrolla en un tempo igualmente sostenido, que da todo su sentido al perpetuum
mobile del teclado.
El Adagio ofrece una tragedia interiorizada,
con contrastes dinámicos sorprendentes, la parte elegíaca está concebida con
cierta distancia. El final, esa marejada de arpegios, hace maravillas en manos
de los intérpretes actuales, con su vaivén brillantemente modulante que parece
no tener conclusión.
Opus 45
El Cuarteto para piano nº 2 en sol menor op 45
(1885-1886) ofrece un logro interpretativo similar. Bajo las aparentes
similitudes, existen diferencias con su predecesor: la relación
armonía-modulación es más densa y elaborada.
El Allegro molto comienza febril en su
recorrido un tanto tortuoso, recordando a Franck y su proceso cíclico. La
música modula aún más densamente, pero con transparencia y discreción
controlada en el desarrollo. El Allegro molto, una especie de scherzo, una
carrera errante a través de una noche cruzada por destellos, se interpreta aquí
de forma rápida y casi febril, sobre todo en las líneas del piano, tan poco
faureanas.
El Adagio continúa en esta línea con sus
motivos de campanas en el piano, la frase de la viola evoca el silencio de la
noche. Esta impresión de paz a través de armonías ya tan modernas para la
época, se traslada al desarrollo, donde emerge cierta calidez con el retorno de
la viola casi quejumbrosa. El final es muy franco en su uso del proceso
cíclico. Las ideas son más nítidas que en otras partes de esta obra, y los
intérpretes muestran un nuevo ardor.
Opus 89
Del Quinteto para piano y cuerdas nº 1 en re menor op 89 , el Quatuor Ébène (Pierre Colombet, violín 1; Gabriel Le Magadure, violín 2; Mathieu Herzog, viola; Raphaël Merlin, violonchelo) y Éric Le Sage abordan el Molto moderato con una limpidez acuática. La efusión es inicialmente contenida, luego se calienta un poco en lo que es una vez más una construcción casi cíclica, un homenaje al Quinteto de Franck.
El Adagio, con su tema de nana, es una página
de música pura, donde todo es reflexión, dulzura y discreción. Un diálogo entre
los violines I y II y el piano, apoyado por las cuerdas graves, conduce a un
crescendo a través de hábiles modulaciones. El Allegretto final, con su ritmo
riguroso lanzado por el piano, da lugar a un ejercicio de variaciones muy
meditado, pero para nada academicista. El movimiento tiene un carácter casi
sinfónico, y los intérpretes aportan una bella riqueza instrumental.
Opus 115
El Quinteto con piano n.º 2 op 115, en do menor
(1919-1921) es la gran culminación de Fauré, uniéndose en importancia al
Quinteto con piano op 34 de Johannes Brahms o al op 81 de Antonín Dvořák. El
Allegro moderato afirma definitivamente el modelo modulante tan consustancial
al compositor, con un piano muy activo.
También cuenta con una importante parte de
viola. La vasta introducción es absolutamente irresistible y el desarrollo
extremadamente imaginativo, haciendo cantar a todos los instrumentos, incluido
el parco piano. El atrevido Allegro vivo, más allá del concepto de scherzo, se
toma aquí por rápido y ligero, armónicamente casi desligado de la tonalidad y
sin embargo tan cercano a ella.
Esta pirotecnia arrastra al oyente a otro
planeta, llevándole de sorpresa en sorpresa. Con el Andante, se entra en un
mundo de pureza, donde la propia melodía, como sucede a menudo con Fauré,
procede en gran parte por movimiento conjunto, lo que le confiere a la vez
maleabilidad y simplicidad.
Aquí se escuchan armonías de una penetración
sin precedentes, llevadas a la perfección por el Cuarteto Ébène y Le Sage. Como
en el juguetón final, un festín de ritmo y técnica instrumental, de colores
cambiantes y alcance casi orquestal. El piano de Le Sage es magistral en su
capacidad para fundirse con sus cuatro colegas, incluida la maravillosa viola
de Herzog.
Nocturnos
La grabación de los Nocturnos de Gabriel Fauré
realizada por Éric Le Sage es cronológica, lo que permite medir la evolución
del estilo del músico en relación con una obra exigente que practicó con
constancia. Las composiciones para piano solo abarcan los distintos periodos
creativos de Fauré, de 1863 a 1922, es decir, unas seis décadas. A medida que
evolucionaba su estilo, el maestro cultivó siempre el concepto de música pura,
quizá a costa de un cierto hermetismo en sus composiciones posteriores.
Además de los Nocturnos escribió una gran
variedad de géneros: Impromptu, Valse, Barcarolle, pero
también Romance sans paroles, Prélude y Thème et variations.
Lo cierto es que, aunque asociaba sus piezas para piano solo a los géneros
tradicionales de la música romántica, Fauré concedía una importancia relativa a
la forma.
En realidad, todas las obras de Gabriel Fauré
son, en cierta medida, variedades del nocturno. Estudiosos de hogaño y antaño
captaron con agudeza las resueltas contradicciones del lenguaje de Fauré:
evasivo y preciso, descuidado y riguroso, indolente y perpetuamente móvil como
las medusas, misterioso y límpido como la mirada de un niño, ausente y presente
como una noche de verano, lejano y cercano como un amigo, distante y apasionado
como un corazón secreto, patente y latente como un alma.
Riqueza
Esta música del alma tiene pocos equivalentes
en la literatura pianística, con su rica polifonía, su sentido de la
improvisación en piezas que a menudo están estructuradas en tres partes, y su
preocupación por el desarrollo, incluso hasta el punto de la imprevisibilidad.
Otros rasgos notables son el arte de metamorfosear el tema a medida que cambia
la armonía, y la diferenciación de los estados de ánimo, desde la suave melodía
a la apasionada acumulación, hasta el vehemente clímax.
Por último, la extrañeza de ciertas piezas
puede llevar a una asombrosa exploración armónica, incluso a una forma de
abstracción. Sin profundizar en el estudio de cada una de estas piezas, algunas
joyas destacan en esta grabación.
Entre ellas, los tres Nocturnos del op 33, el
segundo de los cuales se acerca al modelo chopiniano, el Nocturno nº 5 op 37,
muy complejo en su estructura y su escritura, que revela una inquieta sección
central en forma de vals casi brillante, el Nocturno nº 6 y su peculiar estado
de ánimo, el Nocturno n°9 op 97 y su manera disonante, un camino hacia la
última manera, y por supuesto, entre las composiciones finales y su estilo
despojado, el elegíaco Nocturno n°11, lleno de ternura y pasión, así como el
Nocturno n°12 en mi menor op 107 de una oscuridad absoluta y salvaje, que lleva
consigo algo inquietante.
Lirismo
Los trece Nocturnos de Gabriel Fauré son los
más significativos de sus obras para piano solo, por su lirismo íntimo y
apasionado. Compuestos a lo largo de cuarenta y seis años (1875-1921), son
testimonio de la admirable evolución estilística del músico. De una expresión
enraizada en el Romanticismo a una estética en plena sintonía con la modernidad
del siglo XX, Fauré floreció y esculpió su personalidad musical.
No todos sus Nocturnos tienen la misma
importancia, pero forman una colección cuya diversidad y progresión ofrecen un
panorama perfecto de su arte. Aquí, más que en ningún otro lugar, Fauré es el
heredero de Frédéric Chopin. Sus Nocturnos se basan en el género inventado por
John Field y transfigurado por el músico polaco: una canción elegíaca y
adornada sobre una alfombra de arpegios, una estructura tripartita y un estado
de ánimo nostálgico e introspectivo.
Pero este modelo, ya variado por Chopin, es
reencarnado por Fauré, que encuentra rápidamente su propio tono, haciendo un
uso poco frecuente de la escritura arpegiada. Además, los Nocturnos de Fauré ya
no rinden homenaje a la noche romántica o al Bel canto de Bellini. En su
lugar, exploran una expresividad fin-de-siècle, muy francesa en la
elegancia de sus efusiones, y más tarde en su reserva.
Comunión
Se distinguen de las demás piezas de Fauré por
su falta de un estilo de escritura típico, pero también por lo que las une: su
tendencia a la ensoñación, a meditar sobre estados de conciencia de medio tono,
sin excesiva oscuridad ni dramatismo. Estas piezas líricas evocan la comunión
secreta entre el Hombre y las cosas invisibles.
La toma de sonido por el ingeniero Jean-Marc
Laisné en la Maison de la Culture de Grenoble (Francia) y en la Salle
Philharmonique de Lieja (Bélgica) (CDs 1- 5), así como en la Blauwe Zaal –
Desingel, de Amberes (Bélgica), ofrece un amplio espectro cercano al de un
escenario de concierto. Es aconsejable una escucha consecutiva para saborear
todas las virtudes de esta música brillante.
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