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Fauré - Intégrale de la Musique de Chambre – Nocturnes

Juan Carlos Tellechea
viernes, 17 de enero de 2025
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Álbum/caja 6 CDs Fauré - Intégrale de la Musique de Chambre – Nocturnes (sello Alpha Classics /Outhere Music France). Éric Le Sage (piano) Daishin Kashimoto (violín), François Salque (violonchelo), Lise Berthaud (viola), Quatuor Ébène, Alexandre Tharaud (piano), Paul Meyer (clarinete), Emmanuel Pahud (flauta). CD1: Sonatas para violonchelo y piano op 109 y 117, y otras piezas. CD2: Cuartetos con piano op 15 y 45. CD3: Quintetos con piano op 89 y 115. CD4: Dúos y tríos con piano. CD5: Sonatas para violín y piano op 13 y 108, y otras piezas. CD6: Nocturnos. Grabaciones: CD 1 – 5 octubre de 2010, marzo de 2011 y octubre de 2012 en la Maison de la Culture de Grenoble (Francia), y en enero de 2012 en la Salle Philharmonique de Lieja (Bélgica); CD 6 del 29 al 31 de enero de 2018 en la Blauwe Zaal – Desingel, Amberes (Bélgica). Ingeniero de sonido Jean-Marc Laisné. Alpha P Association Internationale de Musique de Chambre 2010, 2011, 2012 y 2018. C Alpha Classics / Outhere Music France 2023.
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La conmemoración del centenario de Gabriel Fauré, fallecido el 4 de noviembre de 1924 en París, congregó a algunos de los mejores músicos a nivel internacional para grabar esta integral de su música de cámara y sus nocturnos en un magnífico álbum (sello Alpha Classics / Outhere Music France).

La música de cámara de Fauré incluye una impresionante colección de obras maestras. La parte más accesible, y probablemente la más madura y original de su catálogo, está constituida por los maravillosos cuartetos y quintetos con piano, las sonatas para violín y violonchelo y las dos conmovedoras obras finales, el trío con piano y el cuarteto de cuerda, junto a otras piezas más breves para violín, violonchelo o flauta.

A través de estos seis discos compactos se explora la música que concibió Fauré para piano y cuerdas, centrándose el álbum en las Sonatas para violonchelo y piano op 109 y 117, y otras piezas (CD1), en los Cuartetos con piano op 15 y 45 (CD 2), en los Quintetos con piano op 89 y 115 (CD3), en los Dúos y tríos con piano (CD4), en las Sonatas para violín y piano op 13 y 108, y otras piezas (CD5), y en los Nocturnos (CD6).

Íntimo

El enfoque de los intérpretes aquí convocados, Éric Le Sage (piano), iniciador de este proyecto, Daishin Kashimoto (violín), François Salque (violonchelo), Lise Berthaud (viola), Quatuor Ébène, Alexandre Tharaud (piano), Paul Meyer (clarinete), Emmanuel Pahud (flauta), pretende ser íntimo y comedido.

El apacible gigante que es Fauré cultiva una paleta armónica que no se parece a ninguna otra; es encantadora y a veces inexplicable e incluso desconcertante. En cualquier caso, sus obras, que combinan el piano con el trío o el cuarteto de cuerda, destilan una rara belleza plástica. Sin pretender analizar exegéticamente cada una de las piezas elegidas, esta reseña se concentra de forma general en algunas de ellas.

Algo de historia

Gabriel Fauré se interesó por la música de cámara desde sus inicios en 1878, cuando compuso la Sonata para violín y piano nº 1 y la estrenó él mismo en la Exposición Universal de París. Fue aclamada por la crítica como una obra maestra y, diez años antes de que César Franck compusiera su famosa Sonata en la mayor, abrió el camino a toda una serie de composiciones francesas con la misma instrumentación.

Fauré escribió música de cámara hasta su último aliento. Tenía casi 80 años cuando compuso el Trío con piano, con su espíritu fresco y juvenil, una de las obras más brillantes de su género en Francia junto al trío de su alumno Maurice Ravel, y esta rica fase creativa se vio coronada con su único Cuarteto de cuerda en mi menor, op 121 (no incluido aquí), que terminó la tarde de su larga vida, tres meses antes de su apacible muerte en Annecy, y que no pudo revisar antes de su publicación.

Susto

Hombre modesto y humilde, donde los haya, había dudado toda su vida en aventurarse en un género que Ludwig van Beethoven había llevado a una perfección tan rara que muchos compositores que le siguieron se sintieron intimidados.

Mientras componía, Fauré escribía a su mujer:

Puedes imaginarte lo asustado que estoy. No he hablado con nadie de ello.

El estreno de esa obra tuvo lugar después de su muerte en el Conservatorio de París, en un ambiente de respeto y admiración, y existen innumerables y buenas grabaciones de la música de cámara de Fauré, entre ellas esta auspiciada por Eric Le Sage con destacados músicos contemporáneos.

Opus 15

El Cuarteto con piano nº 1 op 15 en do menor (1876, reelaborado en 1879) es pura alabanza desde los primeros compases del Allegro moderato. El equipo formado por Le Sage (piano), Kishimoto (violín), Berthaud (viola) y Salque (violonchelo) se toma muy en serio la escansión del primer tema, lo que no resta impacto al paso al ritmo de barcarola.

Hay cierta objetividad en el enfoque, que no carece, sin embargo, de relieve. El Allegro vivo Scherzo, con su ritmo trotón, es a la vez voluble y se funde en un espíritu de ligereza. El Trío se desarrolla en un tempo igualmente sostenido, que da todo su sentido al perpetuum mobile del teclado.

El Adagio ofrece una tragedia interiorizada, con contrastes dinámicos sorprendentes, la parte elegíaca está concebida con cierta distancia. El final, esa marejada de arpegios, hace maravillas en manos de los intérpretes actuales, con su vaivén brillantemente modulante que parece no tener conclusión.

Opus 45

El Cuarteto para piano nº 2 en sol menor op 45 (1885-1886) ofrece un logro interpretativo similar. Bajo las aparentes similitudes, existen diferencias con su predecesor: la relación armonía-modulación es más densa y elaborada.

El Allegro molto comienza febril en su recorrido un tanto tortuoso, recordando a Franck y su proceso cíclico. La música modula aún más densamente, pero con transparencia y discreción controlada en el desarrollo. El Allegro molto, una especie de scherzo, una carrera errante a través de una noche cruzada por destellos, se interpreta aquí de forma rápida y casi febril, sobre todo en las líneas del piano, tan poco faureanas.

El Adagio continúa en esta línea con sus motivos de campanas en el piano, la frase de la viola evoca el silencio de la noche. Esta impresión de paz a través de armonías ya tan modernas para la época, se traslada al desarrollo, donde emerge cierta calidez con el retorno de la viola casi quejumbrosa. El final es muy franco en su uso del proceso cíclico. Las ideas son más nítidas que en otras partes de esta obra, y los intérpretes muestran un nuevo ardor.

Opus 89

Del Quinteto para piano y cuerdas nº 1 en re menor op 89 , el Quatuor Ébène (Pierre Colombet, violín 1; Gabriel Le Magadure, violín 2; Mathieu Herzog, viola; Raphaël Merlin, violonchelo) y Éric Le Sage abordan el Molto moderato con una limpidez acuática. La efusión es inicialmente contenida, luego se calienta un poco en lo que es una vez más una construcción casi cíclica, un homenaje al Quinteto de Franck.

El Adagio, con su tema de nana, es una página de música pura, donde todo es reflexión, dulzura y discreción. Un diálogo entre los violines I y II y el piano, apoyado por las cuerdas graves, conduce a un crescendo a través de hábiles modulaciones. El Allegretto final, con su ritmo riguroso lanzado por el piano, da lugar a un ejercicio de variaciones muy meditado, pero para nada academicista. El movimiento tiene un carácter casi sinfónico, y los intérpretes aportan una bella riqueza instrumental.

Opus 115

El Quinteto con piano n.º 2 op 115, en do menor (1919-1921) es la gran culminación de Fauré, uniéndose en importancia al Quinteto con piano op 34 de Johannes Brahms o al op 81 de Antonín Dvořák. El Allegro moderato afirma definitivamente el modelo modulante tan consustancial al compositor, con un piano muy activo.

También cuenta con una importante parte de viola. La vasta introducción es absolutamente irresistible y el desarrollo extremadamente imaginativo, haciendo cantar a todos los instrumentos, incluido el parco piano. El atrevido Allegro vivo, más allá del concepto de scherzo, se toma aquí por rápido y ligero, armónicamente casi desligado de la tonalidad y sin embargo tan cercano a ella.

Esta pirotecnia arrastra al oyente a otro planeta, llevándole de sorpresa en sorpresa. Con el Andante, se entra en un mundo de pureza, donde la propia melodía, como sucede a menudo con Fauré, procede en gran parte por movimiento conjunto, lo que le confiere a la vez maleabilidad y simplicidad.

Aquí se escuchan armonías de una penetración sin precedentes, llevadas a la perfección por el Cuarteto Ébène y Le Sage. Como en el juguetón final, un festín de ritmo y técnica instrumental, de colores cambiantes y alcance casi orquestal. El piano de Le Sage es magistral en su capacidad para fundirse con sus cuatro colegas, incluida la maravillosa viola de Herzog.

Nocturnos

La grabación de los Nocturnos de Gabriel Fauré realizada por Éric Le Sage es cronológica, lo que permite medir la evolución del estilo del músico en relación con una obra exigente que practicó con constancia. Las composiciones para piano solo abarcan los distintos periodos creativos de Fauré, de 1863 a 1922, es decir, unas seis décadas. A medida que evolucionaba su estilo, el maestro cultivó siempre el concepto de música pura, quizá a costa de un cierto hermetismo en sus composiciones posteriores.

Además de los Nocturnos escribió una gran variedad de géneros: Impromptu, Valse, Barcarolle, pero también Romance sans paroles, Prélude y Thème et variations. Lo cierto es que, aunque asociaba sus piezas para piano solo a los géneros tradicionales de la música romántica, Fauré concedía una importancia relativa a la forma.

En realidad, todas las obras de Gabriel Fauré son, en cierta medida, variedades del nocturno. Estudiosos de hogaño y antaño captaron con agudeza las resueltas contradicciones del lenguaje de Fauré: evasivo y preciso, descuidado y riguroso, indolente y perpetuamente móvil como las medusas, misterioso y límpido como la mirada de un niño, ausente y presente como una noche de verano, lejano y cercano como un amigo, distante y apasionado como un corazón secreto, patente y latente como un alma.

Riqueza

Esta música del alma tiene pocos equivalentes en la literatura pianística, con su rica polifonía, su sentido de la improvisación en piezas que a menudo están estructuradas en tres partes, y su preocupación por el desarrollo, incluso hasta el punto de la imprevisibilidad. Otros rasgos notables son el arte de metamorfosear el tema a medida que cambia la armonía, y la diferenciación de los estados de ánimo, desde la suave melodía a la apasionada acumulación, hasta el vehemente clímax.

Por último, la extrañeza de ciertas piezas puede llevar a una asombrosa exploración armónica, incluso a una forma de abstracción. Sin profundizar en el estudio de cada una de estas piezas, algunas joyas destacan en esta grabación.

Entre ellas, los tres Nocturnos del op 33, el segundo de los cuales se acerca al modelo chopiniano, el Nocturno nº 5 op 37, muy complejo en su estructura y su escritura, que revela una inquieta sección central en forma de vals casi brillante, el Nocturno nº 6 y su peculiar estado de ánimo, el Nocturno n°9 op 97 y su manera disonante, un camino hacia la última manera, y por supuesto, entre las composiciones finales y su estilo despojado, el elegíaco Nocturno n°11, lleno de ternura y pasión, así como el Nocturno n°12 en mi menor op 107 de una oscuridad absoluta y salvaje, que lleva consigo algo inquietante.

Lirismo

Los trece Nocturnos de Gabriel Fauré son los más significativos de sus obras para piano solo, por su lirismo íntimo y apasionado. Compuestos a lo largo de cuarenta y seis años (1875-1921), son testimonio de la admirable evolución estilística del músico. De una expresión enraizada en el Romanticismo a una estética en plena sintonía con la modernidad del siglo XX, Fauré floreció y esculpió su personalidad musical.

No todos sus Nocturnos tienen la misma importancia, pero forman una colección cuya diversidad y progresión ofrecen un panorama perfecto de su arte. Aquí, más que en ningún otro lugar, Fauré es el heredero de Frédéric Chopin. Sus Nocturnos se basan en el género inventado por John Field y transfigurado por el músico polaco: una canción elegíaca y adornada sobre una alfombra de arpegios, una estructura tripartita y un estado de ánimo nostálgico e introspectivo.

Pero este modelo, ya variado por Chopin, es reencarnado por Fauré, que encuentra rápidamente su propio tono, haciendo un uso poco frecuente de la escritura arpegiada. Además, los Nocturnos de Fauré ya no rinden homenaje a la noche romántica o al Bel canto de Bellini. En su lugar, exploran una expresividad fin-de-siècle, muy francesa en la elegancia de sus efusiones, y más tarde en su reserva.

Comunión

Se distinguen de las demás piezas de Fauré por su falta de un estilo de escritura típico, pero también por lo que las une: su tendencia a la ensoñación, a meditar sobre estados de conciencia de medio tono, sin excesiva oscuridad ni dramatismo. Estas piezas líricas evocan la comunión secreta entre el Hombre y las cosas invisibles.

La toma de sonido por el ingeniero Jean-Marc Laisné en la Maison de la Culture de Grenoble (Francia) y en la Salle Philharmonique de Lieja (Bélgica) (CDs 1- 5), así como en la Blauwe Zaal – Desingel, de Amberes (Bélgica), ofrece un amplio espectro cercano al de un escenario de concierto. Es aconsejable una escucha consecutiva para saborear todas las virtudes de esta música brillante.

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