Estados Unidos

La muerte y el amor

José A. Tapia Granados
lunes, 20 de enero de 2025
Joshua Hopkins © 2024 by Simon Pauly Joshua Hopkins © 2024 by Simon Pauly
Filadelfia, jueves, 9 de enero de 2025. Auditorio Marian Anderson, Kimmel Center. Joshua Hopkins, barítono. Orquesta de Filadelfia, dirigida por Yannick Nézet-Séguin. Jake Heggie, Canciones para hermanas asesinadas; Gustav Mahler, Sinfonía No. 9 en Re mayor.
0,0007541

El 22 de septiembre de 2015, Basil Borutski estranguló a Carol Culleton y mató a tiros a Anastasia Kuzyk y a Nathalie Warmerdam. Los tres asesinatos, ocurridos en la provincia canadiense de Ontario, fueron cometidos con pocas horas de separación. Las tres víctimas habían sido parejas de Borutski, que tenía antecedentes de agresiones a mujeres y fue condenado a cadena perpetua en diciembre de 2017. Murió meses después, al parecer de causa natural, en una cárcel de Canadá.

Una de las asesinadas, Nathalie Warmerdam, era la hermana del barítono Joshua Hopkins que, según cuenta el programa del concierto que aquí se reseña, decidió transmutar su tristeza por la muerte de su hermana en un esfuerzo militante, una campaña de impulso al rechazo de los hombres de todo el mundo a la violencia contra las mujeres y el feminicidio. De ese esfuerzo y de la colaboración del compositor estadounidense Jake Heggie y la escritora canadiense Margarett Atwood nacieron estas Canciones para hermanas asesinadas (Songs for Murdered Sisters), que cantadas por el mismo Joshua Hopkins ocuparon la primera parte del concierto. 

Era el estreno estadounidense de la versión orquestal de esta obra, de una belleza solo comparable con la intensidad de la emoción que transmite. La versión orquestal de estas ocho canciones, basadas en otros tantos poemas de Margaret Atwood, es de una riqueza instrumental y vocal que muy probablemente hará que estas canciones se integren pronto en el repertorio. Que Joshua Hopkins, el hermano de una de las asesinadas, fuera el barítono que interpretó estas canciones en el concierto añadió una capa más de emotividad a lo que se interpretaba. Quizá por dar una muestra de cómo enfocó Margaret Atwood la transmutación poética de esas muertes valga la pena traducir aquí la letra de una de las canciones, la tercera, titulada Anger:

 Ira
La ira es roja
del color de la sangre derramada,
él era todo ira,
el hombre al que intentaste amar.
Abriste la puerta
y la muerte estaba allí, de pronto,
la muerte roja, la ira roja,
la ira contra ti
por estar tan viva
y no destruida por el miedo.
¿Qué quieres?, dijiste.
Roja fue la respuesta.

Y en la segunda parte del concierto, la Novena de Mahler.

 ¿Y qué decir de esta sinfonía sobre la que se ha escrito tanto? Sus cuatro movimientos forman una estructura monumental de casi hora y cuarto de duración en la que los contrastes y los nexos integran magistralmente la unidad del mundo sinfónico mahleriano. 

El primer movimiento es como algo que surgiera de un subsuelo desolado, la música renquea en un ritmo irregular como si intentara levantar un fardo pesado, cuatro notas en el registro bajo del arpa. Se ha sugerido que con el motivo inicial Mahler estaba aludiendo al ritmo anormal de su corazón. Había sido diagnosticado de una enfermedad cardiaca grave, que algunos meses después se complicó y lo llevó a la muerte. 

En las notas del programa, Christopher Gibbs cita la opinión de Deryk Cooke, que afirmó que mientras en sinfonías previas de Mahler se proyectan imágenes de muerte, en la Novena la muerte se saborea; y la de Leonard Bernstein, que vio en esta sinfonía la despedida final, la última voluntad y el testamento de Mahler, no solo por su propia muerte sino por la muerte de la tonalidad y del mundo mismo. Esta sinfonía sería así una profecía de los horrores del siglo XX. Cinco años después de su estreno comenzó la primera de las dos carnicerías mundiales.

Con un tremendo contraste, de la desolación final del primer movimiento se pasa a los ritmos de danza del segundo, cuyas melodías y ritmos devienen cada vez más acerbos e histriónicos. No es sorprendente que Theodor Adorno viera aquí una danza macabra.

El tercer movimiento, Rondo-Burleske, prolonga el dinamismo del segundo, con temas ahora incluso banales, que desembocan en violentos estallidos sonoros, apenas interrumpidos por algunos pasajes meditativos, hasta que el movimiento acaba en un torbellino vertiginoso que da paso al Adagio final.

La analogía con la Patética de Chaicovski, que Mahler dirigió varias veces en los últimos años de su vida, no puede pasar desapercibida si se conocen ambas obras. Como la Patética, esta Novena acaba en un pianísimo prolongado cuyas sugerencias ominosas son obvias en la partitura, donde el carácter de la música se señala explícitamente: morendo. Así culmina un movimiento que se acerca a la media hora de duración y en el que no es difícil entrever los sollozos, los quejidos, los llantos de amor y de extrema ternura. Y además, claro, la muerte.

La interpretación de la Orquesta de Filadelfia dirigida por Yanick Nézet-Séguin fue impresionante e impecable en todos los sentidos. Dos momentos a mi juicio destacables fueron el diálogo entre flauta y trompa hacia el final del primer movimiento y el torbellino con el que acaba el tercero, en el que Nézet-Séguin parecía estar llevando a la orquesta y a todos los que allí estábamos al infierno mismo. 

Lástima que el final de la sinfonía en el que la música casi literalmente desaparece (en la partitura son unos cincuenta compases en los que se multiplican las anotaciones de pianísimo y morendo) estuvieron estropeados por un extraño sonido sibilante que hacía gorgoritos, quizá algún audífono o algún efecto imprevisto del sistema de calefacción, quién sabe; aún siendo un sonido débil, fue suficiente para estropear en buena medida el final de esta sinfonía fenomenal y este concierto inolvidable.

Muchos de los instrumentistas de la orquesta brillaron en ejecuciones impecables de sus partes, pueden mencionarse, por ejemplo, el flautista Jeffrey Khaner, la trompista Jennifer Montone y el clarinetista Ricardo Morales. A estos y a otros, Nézet-Séguin les hizo ponerse en pie mientras el público aplaudía con entusiasmo. Estaba previsto que el concierto se repitiera el 15 de enero con los mismos intérpretes en el Carnegie Hall de Nueva York.

Mi memoria me dice que he oído otras veces la Novena de Mahler en directo, pero la única que recuerdo es una estupenda versión de la Sinfónica de Baltimore dirigida por David Zinman (antes de redactar estas notas pude verificar que fue en 1992, conservé el programa). Pero esta sinfonía para mi siempre estará ligada a un LP doble en el que Georg Solti la interpreta dirigiendo a la Sinfónica de Londres. 

Todavía lo tengo, lo adquirí en Madrid en mayo de 1983. Muchos años después adquirí un CD con una versión de Karel Ančerl con la Filarmónica Checa y luego me regalaron una caja de DVDs con la integral de las sinfonías de Mahler dirigidas por Bernstein, que dirigió la Novena con la Filarmónica de Viena. Todas versiones excelentes, aunque si hubiera que elegir quizá habría que quedarse con Bernstein.

Antes del comienzo del concierto que aquí se reseña, Charlotte Blake Alston, la portavoz y oradora de la Orquesta de Filadelfia, explicó brevemente desde el escenario que este iba a ser un concierto especial, extenso y con dos composiciones inspiradas por la muerte. 

Las canciones de Jake Heggie, inspiradas por un triple asesinato, y la Novena Sinfonía en la que Mahler destiló su desolación por la muerte de su hija y quizá por la intuición de su propio fin. Fue un anuncio probablemente apropiado. 

En nuestros tiempos es habitual que la Novena de Mahler sea el único componente del programa. Pero estas canciones de Heggie-Atwood fueron una elección óptima para completar el concierto. Porque la Novena de Mahler es sin duda una sinfonía de muerte, de muerte que amenaza y extingue; y de amor, del amor que es la razón de la vida y que se ve huir. No en vano el compositor escribió en la partitura expresiones de amor hacia su esposa, hacia una esposa a la que estaba perdiendo.

Un día, caminando por alguna calle de Nueva York, encontré entre una pila de libros de los que alguien se había deshecho uno titulado Late Night Thoughts on Listening to Mahler's Ninth Symphony, título que podría traducirse por Pensamientos de madrugada al oír la Novena Sinfonía de Mahler

El autor, Lewis Thomas, de quien yo no sabía nada hasta entonces, fue un anatomopatólogo eminente que recibió numerosos premios científicos y literarios. En ese libro, una colección de ensayos sobre temas diversos que leí con inmenso placer, el que daba título al volumen era el dedicado a la Novena de Mahler, en el que Thomas discutía las ansiedades producidas por el desarrollo del armamento nuclear. 

Thomas publicó ese libro en la era de Ronald Reagan. Desde entonces ha pasado medio siglo y, lamentablemente, las preocupaciones que Thomas discutía allí tienen si cabe más actualidad en nuestros días. Afortunadamente, Mahler sigue también con nosotros y su arte continúa siendo una fuente inmensa de regocijo y consolación.

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.