Reino Unido
ROB Covent GardenJenůfa, refinada combinación escénico-musical
Agustín Blanco Bazán

La primera Jenůfa vista en el Covent Garden fue la dirigida por el checo Raphael Kubelik, entonces director musical de la casa, en 1956. Kubelik no duró más de tres años (1955-58) como tal, aparentemente por un carácter introvertido y difícil que no cayó bien en el establisment londinense. El segundo checo en el puesto, Jakub Hrůša (Brno, 1981), acaba de presentarse en la misma sala este enero como ‘director musical designado’ con el modesto encargo de una reposición de la misma obra en la puesta de Claus Guth estrenada en el 2021 y ya comentada por Mundo Clásico.
Hrůša es un director no menos talentoso que Dudamel,
Mäkelä o Nezet-Seguin, que se ha ido abriendo paso sin exuberancias mediáticas
o pluriempleos con orquestas y sellos discográficos encargados de promocionarlo
como un Superman. Una orquesta, la Sinfónica de Bamberg, lo tiene como director
principal, mientras que su paso por la ópera se ha limitado a un repertorio más
bien limitado pero, eso sí, probado solamente en casas de ópera de calidad.
En Inglaterra lo vi en Carmen y Lohengrin y en
Glyndebourne, una casa donde la calidad sigue siendo el primer criterio de
selección de artistas y que lo ha contratado varias veces, en Vanessa, La zorrita astuta, Sueño de una noche de verano, Carmen, La vuelta de
tuerca, Don Giovanni y La Bohème. También lo vi, siempre musicalmente
superlativo, en la Katia Kabanova del
Festival de Salzburgo. Y no hay gran orquesta que no le pida conciertos, desde
la Filarmónica de Viena hasta la de Berlin, la Concertgebow y la sinfónica de
Chicago.
Los escuetos datos biográficos accesibles le adjudican
sólo un Puccini (La Bohème), y no he
encontrado ningún Verdi, algo decididamente extraño para quién será el director
musical de un teatro de renombre internacional. Pero nada de malo en este
comprobación de que Hrůša
viene a crecer y madurar en el Covent
Garden, ya no una sala a la par de la Opera de Paris, Viena, o el Met, en
la capacidad de contratar directores y cantantes internacionalmente célebres.
Tal vez la maduración de este nuevo checo sea aprovechada mejor que en el caso de Kubelik para beneficio de un teatro que todos esperamos vuelva a la primera fila que ocupó durante la postguerra y aún durante la administración de Antonio Pappano que acaba de cambiar la dirección artística del Covent Garden por la de la Sinfónica de Londres.
Como proverbialmente ocurre con Hrůša, esta Jenůfa salió espléndida gracias a una dirección orquestal clarividente en
el cincelado de cada acorde, y un tratamiento nunca sobre-enfatizado
melodramáticamente, sino más bien de una sobriedad clínica y que evitó
intensidades melodramáticas para soltar un lirismo espontáneo y luminoso, desde
los premonitorios acordes iniciales de xilófono y pizzicato de cuerdas hasta esas
típicas melodías que al parecer interrumpidas en medio de su desarrollo quedan
como pinceladas impresionistas y anticipatorias de los inmensos tutti dramáticos finales. En esta
oportunidad la confesión de la Kostelnička arrolló
como irresistiblemente conmovedora, y el dúo de amor final pareció trascender a
la eternidad gracias al recóndito y transparente marcado de arpas y cuerdas.
La magistral interpretación orquestal resultó apropiada con el minimalismo
de una escena circundada por un enorme espacio vacío circundado por altísimos paneles de madera, eficaces para reflejar el encierro
psicológico del cual Jenůfa y Laca logran librarse avanzando al límite exterior
del proscenio mientras el telón final cae detrás de ellos. Es detrás de él que quedan
encerrados los prejuicios burgueses, origen de los traumas de esta genial
pareja operística, que ahora se acerca al público para proclamar el sentido de
un amor ya no apasionado sino de recíproca aceptación.
Frente a la energía
descargada por este director de orquesta y este regisseur, sucedió lo
inevitable: el público respondió con lágrimas y aplausos y gritos de entusiasmo
como lo hubiera hecho después de una buena Madama
Butterfly o un buen Don Carlos.
Y sin embargo, y a pesar
de esta refinada combinación escénico-musical, la Jenůfa de Oliver Tambosi para el Covent Garden y el Liceu de
principios de este siglo sigue desafiando a la de Guth por su dramatismo
lacerante. En el Covent Garden este dramatismo era simbolizado por la
irresistible Kostelnička de Ana Silja que también
deslumbró con este rol en Glyndebourne. Frente a ella, Karita Mattila (en la regie de Tambosi, la mejor Jenůfa, que pisara la
escena londinense) fue en esta ocasión una Kostelnička restringida, no sólo por
la regie de Guth, sino por limitaciones vocales que le dificultan proyectar su
fraseo con la fuerza penetrante con que sabía arrollar Silja. Véase sino la
versión DVD de Glyndebourne, también disponible en youtube.
La producción
de Tamnbosi incluía el monólogo en que Kostelnička recuerda su propio calvario juvenil. Se trata de una pieza
dramática fundamental incluida en la versión crítica de la partitura original
de Brno a cargo de Charles Mackerras y John Tyrrell, que alivia la severidad
monocromática con que este personaje trata de reprimir su trágica fragilidad.
Es inaceptable que Tambosi, Hrůša, y cualquier director o regisseur en cualquier teatro del mundo que reponga la obra,
insistan en cortar este momento fundamental.
Siempre
dentro de las limitaciones escénicas impuestas por Guth, Corine Winters cantó
una protagonista firme y de timbre cálido. También fue histriónicamente
convincente por la convicción con que logró el elemento fundamental de la
dramaturgia de la obra, esto es el pasar de víctima a heroína a través del perdón
y la compasión de su monólogo final.
La voz de
Nicky Spence (Laca) es ahora más firme en volumen, impostación y squillo que hace dos años y también Thomas
Atkins cantó un Števa de excelente expresividad. Hanna Schwarz, una veterana de
la escena operística, impactó con su presencia de abuela, un rol de carácter
que cuando se interpreta como en esta oportunidad hace girar a su alrededor la
esencia dramática de la obra.
Todos los roles menores brillaron con un nivel artístico excepcional, junto a una orquesta y un coro similarmente superlativos.
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