Suiza
Lucerna: el universo de ‘Le piano symphonique’ (II/III): De Grieg a Bartok y Berg
Agustín Blanco Bazán

La segunda noche del
festival comenzó con una sensible interpretación de la bellísima Sonata para
piano nº 7 de Edward Grieg por su compatriota Leif
Ove Andsnes. Bien le cupo a esta primera parte del concierto el apodo de
“Perlas de Noruega”. Porque con redondez y destello de perla salió la controlada
y expresiva exposición del Allegro
Moderato. Similarmente brillante (¡y sin exhibicionismos!) fue el Molto Allegro final. Decididamente,
Grieg es un compositor imposible de encasillar, porque el hacerlo disminuiría
su esa grandeza tan suya, simple e intemporal en su poética musicalidad. Unas
veces me pareció escuchar Mozart, otras a Schubert en esta interpretación
modélica.
Ello en
contraposición de lo que siguió, decididamente una perla negra de Geirr Tveitt,
(1908-1981), un noruego que sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial exploró
el oeste de su país en busca de temas musicales autóctonos. El resultado fue su
Sonata Etérea nº 29 salvada
del incendio de la granja del compositor que destruyó mas del 70 por ciento de
su obra. Una verdadera tragedia, si es que las obras perdidas tienen una
calidad similar a esta sonata, cuyo apodo radica en originalísimas
exploraciones acústicas. Por ejemplo, en repetidas oportunidades el pianista,
luego de algunos acordes en resoluto forte
apoyó todo su antebrazo izquierdo sobre el teclado para prolongar un eco
cuya dinámica fue desapareciendo progresiva y lentamente hasta culminar en un
silencio total (ver foto).
Este tipo de
efectos obligaron a Andsnes a cambiar de piano luego de la Sonata de
Grieg. Pero aún sin este tipo de sorpresas, la obra es modélica por su
complejísima exploración de texturas a lo largo de todo el teclado. Las
pulsaciones extremas en el movimiento final (apropiadamente llamado Tempo di Pulsazione) salieron como una
experiencia auditiva original y luminosa.
Después del
intervalo que siguió a la Sonata de Tveitt, Andsnes continuó su tour de force con los 24 Preludios
opus 28 de Chopin que comenzó desarrollando con destreza pero un poco en 'piloto
automático'. A partir del Largo nº 4 su energía y su sensibilidad
volvieron al nivel gracias al cual es hoy uno de los mas buscados pianistas
internacionalmente. El Lento nº 12
fue a la vez oxigenado y cautivante y el Sostenuto
nº 15 conmovió con su poética moderación y el magnífico contraste entre el
cantábile de la mano derecha y los sombríamente premonitorios acordes de la
izquierda.
Y nueva
pausa, esta vez antes de una culminación cuya expectativa decreció por la
noticia que Martha Argerich y Mikhail Pletnev se habían enfermado y no podrían
interpretar el estreno mundial de una transcripción para dos pianos de la Sinfonía Inconclusa de Schubert
comisionada por el Festival. En su reemplazo, el tenor Michael Schade,
acompañado por Justus Zeyen (¡otro pianista importante!) consoló a la
audiencia con cinco bien cantados lieder schubertianos: Ständchen, Der Neurgierie,
Ganymed, un Nacht und Träume antológicamente suspirado, y Musensohn.
Previamente a esta inesperada Schubertiade, Stephen Kovacevich hizo un breve pero intenso trabajo con una magistral interpretación de la Sonata para piano nº 1 de Alban Berg y Klänge der Nacht (de Im Freien) de Béla Bartók. Esta última pieza fue ilustrada por una filmación de su hija, Stephanie Argerich, que mostraba al pianista enfrascado en su alma musical, ora mirando un poquitín en la lejanía, ora a un noticiero meteorológico de la tele, ora manejando su Mercedes Benz. Pero siempre marcando suavemente la música con sus dedos. Tal vez algo traído de los pelos en medio de un programa tan intenso y variado, pero de cualquier manera bastante conmovedor. Porque finalmente, también este encuentro entre padre e hija logró insertarse en la completísima variedad pianística de este festival.
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