Opinión
Gabriela Montero y la cancelación política
J.G. Messerschmidt

En una reciente entrevista concedida a la Radio de Baviera y hecha pública el 22 de enero, la pianista venezolana Gabriela Montero urgió a los organizadores europeos de conciertos a boicotear las apariciones de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y cerrarle las puertas de las salas de conciertos del viejo continente. Según Gabriela Montero la organización El Sistema, de la que forma parte la orquesta, es financiada por el régimen de Nicolás Maduro y “empleada como propaganda”. No es nueva la militancia política de Gabriela Montero que, como ella misma reconoce, lleva quince años combatiendo al régimen político establecido en su país. En la polémica en torno a las últimas elecciones presidenciales venezolanas ha tomado partido por la oposición y niega apasionadamente la legalidad del nombramiento de Maduro. Le indigna especialmente el hecho de que al día siguiente de la toma de posesión del mandatario venezolano la Orquesta Simón Bolívar iniciara una gira por Europa.
“No entiendo
como el mundo de la música da la bienvenida a una orquesta que es el aparato de
propaganda del régimen de Maduro”, afirma la pianista y añade: “Como artista
siempre daré mi apoyo a la música, música para niños, música para todos. Pero
cuando esa música es robada y pagada por un régimen autoritario como el de Venezuela
y por una narcomafia, naturalmente debo decir: por favor no apoyéis la máquina
propagandista de Maduro. Deberíamos hacer música allí donde no es politizada,
donde no es comprada por una agenda política. Debemos llevar la música a los
niños de modo independiente...”. Sus recientes declaraciones al periódico
londinense The Guardian estaban en la misma línea: “Una vez que logremos derrocar al régimen implementando la
voluntad del pueblo venezolano, podremos restaurar la independencia moral de
nuestra misión musical y educativa. Hasta que eso ocurra, las entidades
propiedad del régimen no tendrán cabida en las grandes salas de conciertos del
mundo”.
No va
desencaminada Gabriela Montero al afirmar que la Orquesta Simón Bolívar es un
representante oficioso del gobierno venezolano y que cumple una función
propagandística. De hecho, los orígenes de El Sistema y de su orquesta tienen
unos rasgos que los acercan inevitablemente a la ideología de la “revolución
bolivariana” que ejerce el poder en Venezuela desde 1998. El propio fundador de
este movimiento sociomusical, José Antonio Abreu, no tuvo precisamente malas
relaciones con Chávez, quien, como otros gobernantes venezolanos anteriores,
empezando por Carlos Andrés Pérez, dio amplio apoyo a El Sistema. Tampoco es extraña la antipatía que Montero
siente hacia el muy poco apetecible peronismo a la venezolana establecido por
Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro. Por otra parte, el modo en que la
propia Orquesta Sinfónica Simón Bolívar se pone a sí misma en escena tiene unos
aires populistas que coinciden con el talante de los mandatarios venezolanos de
las tres últimas décadas. Hasta una parte de su repertorio y algunos rasgos de
su estilo interpretativo, a mi juicio innecesariamente efectista y
extrovertido, tienen un no sé qué de
populista... Sin que, por supuesto, ello merme la innegable competencia técnica
de sus jóvenes músicos.
Ahora bien,
¿es esta vinculación a un determinado régimen político, por muy criticable que éste
sea, causa suficiente para reclamar un boicot contra una orquesta sinfónica? ¿Y
qué decir cuando ésta es una orquesta juvenil y formada a partir de un proyecto
pedagógico y social que, al margen de implicaciones ideológicas, es digno del
mayor reconocimiento? Yo diría que la señora Montero está cometiendo un error.
En primer lugar, su mensaje está cargado de contradicciones. Si repasamos la
biografía de Gabriela Montero, nos hallamos con el hecho de que también ella
debe lo suyo a El Sistema. Su debut como niña prodigio a los ocho años tuvo
lugar en un concierto con la Orquesta Simón Bolívar dirigida por José Antonio
Abreu. Cierto, en aquellos años, hace casi medio siglo, los bolivarianos aún no
gobernaban en Venezuela, pero El Sistema ya se beneficiaba de ayudas estatales
que más tarde el régimen chavista no hizo sino acrecentar. Por otra parte, su
exigencia de que la orquesta juvenil venezolana mantenga una estricta
neutralidad política está en abierto conflicto con su propia (y legítima) militancia
política.
Si seguimos repasando la biografía de Gabriela Montero nos encontramos con su actuación en el acto de toma de posesión de Barack Obama como presidente de los EE.UU. en enero de 2009. ¿Acaso no fue esta intervención un acto de propaganda política? No es demasiado coherente reclamar de los demás una neutralidad que uno mismo no está dispuesto a asumir. Imagino que podría aducirse que Obama no es Maduro. No, no es Maduro, pero sólo durante su primera presidencia la CIA asesinó a entre 3.000 y 4.000 personas mediante ataques con drones, acciones al margen de toda legalidad y que merecieron la crítica del recientemente fallecido presidente Carter, como recuerda Amnistía Internacional. Por otra parte, la Brown University estima que entre 4,5 y 7 millones de personas (en su mayoría civiles) murieron a causa de las guerras “contra el terrorismo” llevadas a cabo por los EE.UU. en el Próximo Oriente entre 2001 y 2021, es decir también durante las dos presidencias de Obama. A la vista de estos datos ¿podemos creer de verdad que Obama sea tantísimo mejor que Maduro?
Que sepamos, la Sra. Montero no se ha mostrado arrepentida por haber tocado el
piano en el acto de investidura de un presidente que había de convertirse en
responsable de las muertes de cientos de miles, tal vez millones, de civiles. No
nos hagamos ilusiones: en la vida política la doble moral es una constante de
la que tampoco se libran los músicos que militan en ella.
En los tres últimos años hemos asistido a una indigna caza de brujas contra artistas rusos que presuntamente simpatizaban con Putin o que simplemente se negaban a manifestarse contra Rusia en relación con el conflicto ucraniano. Nadie ha ganado nada con las medidas de cancelación dirigidas contra estos artistas. Tampoco ganaría nadie nada si boicoteáramos a músicos israelíes favorables a Netanyahu o que no quisieran manifestarse contra las masacres de su gobierno en Gaza; ni contra artistas chinos que colaborasen con el régimen de Pekín y no condenaran las violaciones de los derechos humanos en su patria; ni contra orquestas estadounidenses, por las incontables y sangrientas trapisondas que los gobiernos y los ejércitos de su patria llevan cometiendo aquí y allá desde hace más de un siglo. Desde luego, todos ellos podrían ser considerados como propagandistas, voluntarios o involuntarios, de sus países y sus gobiernos.
Es absolutamente lícito que, a título particular, un organizador de eventos prescinda discretamente de un artista por motivos ideológicos. Lo es igualmente que un espectador decida no acudir a un evento por no estar de acuerdo con la actitud política de un artista. Pero el señalamiento público, la delación, la cancelación y la caza de brujas de artistas real o presuntamente “enemigos”, es un acto vergonzoso y profundamente destructivo. Además de peligroso: la política es caprichosa y quien hoy es yunque mañana puede ser martillo, y viceversa. Sería desastroso que una pianista tan fascinante como Gabriela Montero fuera un día cancelada con argumentos no muy diferentes de los que ella, con más pasión que sensatez, esgrime contra la orquesta que la acompañó en el primer gran concierto de su brillante y ya larga carrera.
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