Francia
Bien servidos
Francisco Leonarte

Cuando uno lee los programas de hace cien años o más, da la impresión de que en aquella época los conciertos eran como banquetes de boda, con obras y más obras. Hoy en día parece que tendamos a mucha más sobriedad, y que la tendencia sea en efecto a hacer conciertos cada vez más cortos. Por tanto, en tiempos de cierta tacañería concertística, en que suele bastar con una sola obra que pase de sesenta minutos para considerar que con eso se completa un programa, no podemos sino considerarnos bien servidos cuando, además de la Quinta de Mahler la Casa de la Radio francesa nos propone un señor concierto como es el Tercero para piano de Prokofiev.
Dirige el joven Tarmo Peltokoski, cuyo trabajo hemos tenido ya ocasión de elogiar en esta misma página. Muy pendiente del pianista, atento a que la orquesta no sobrepase en volumen, atento a la coordinación entre solista y masa orquestal (coordinación no tan endiablada como la del segundo concierto del mismo Prokofiev, pero tampoco simple), Peltokoski dirige con la energía que pide la partitura.
El pianista es Nikolai Lugansky, vestido de chaqué entre los profesores de la Filarmónica vestidos de traje chaqueta azul. Lugansky conoce la partitura al dedillo y ataca los fuegos artificiales previstos por Prokofiev con sensación de facilidad, cruzando las manos, paseándolas arriba y abajo del teclado, corriendo como un gamo, imponiendo el sonido de su instrumento sobre los tutti orquestales, dominando...
Así que, lógicamente, pianista y director son ovacionados al final. Y Lugansky agradece los aplausos con la muy bonita Lilacs, de Rachmaninov, en la transcripción que el propio Rachmaninov hiciera en 1913 para piano solo, oportunidad para Lugansky de mostrar, no tanto que domina las agilidades (que lo acaba de demostrar de sobra), sino sobre todo que es un as del fraseo, con una naturalidad sonriente.
Viene pues en segunda parte del concierto la Quinta de Mahler, que es un poco a las salas de concierto lo que La Bohème de Puccini a las casas de ópera. O sea que sí, que la sala estaba llena. Peltokoski sale a dirigir sin partitura.
Muchos serían los momentos de gracia a señalar en esta versión de la Filarmónica de Radio Francia con Peltokoski. Ese sólo de trompa antes de que entren, para finalmente acompañarla, las cuerdas en pizzicato, o la dulzura de las cuerdas después de la vibrante llamada inicial de la trompeta, los bruscos cambios de talante, o el momento en que el solista de trompa, como es costumbre antes del segundo movimiento, el scherzo, se levanta, prepara su atril delante de sus compañeros de pupitre, y, de pie, con mucha suavidad, inicia el movimiento. De cuando en cuando el mismo solista izará su instrumento, dando un talante heroico a determinadas frases, pero retendremos sobre todo la dulzura de su fraseo. Como retendremos la insolencia brillante de la trompeta, o la exactitud preñada de intención de la arpa, o la suavidad de las cuerdas al retomar al final el adagietto...
Varias son las cualidades destacables de Tarmo, su energía, cierto, que no excluye un buen sentido de la delicadeza (que todos esperamos en el famoso adagietto), su buena compenetración con los profesores de la orquesta, y sobre todo la coherencia que logra imprimir al todo, haciendo que vaivenes de volumen, de tempi y de talante, guarden un sentido -un sentido musical, por supuesto- no hay programa definido para esta Quinta...
Apenas terminado el último acorde, la sala prorrumpe en aplausos.
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