Francia
Paraíso de mitómanos: Zukerman, Mehta y Viena en París
Francisco Leonarte

Hubo un tiempo en que Verdi o Rossini o Wagner
o Bellini eran estrellas. Incluso Beethoven -que nunca fue un niño mimado del
público- tenía vamos a decir cierta popularidad. Cierto, era la misma época en
que también eran estrellas la Malibrán, Listz (más como intérprete que como
creador), la Patti...
Hoy sin embargo, ¿cuántos son los melómanos
que conocen a compositores vivos a los que adulen y admiren? Tal vez cuando
compositor e intérprete son una misma persona en el mundo del pop, o del rock.
¿Pero en el campo de la música llamada «clásica»?
Tratándose de música culta, la mayoría de los
aficionados no corren a escuchar tal obra o tal compositor, y mucho menos
cuando no conocen las obras. No, lo que de verdad le pirra al público habitual
es seguir a tal o cual intérprete: uno va a escuchar a Barenboim, a Savall o a
Lang-Lang, se compra lo último que ha salido de Kauffman o de Netrebko u
Orlinsky, o está atento a no-sé-quién que acaba de triunfar en Salzburgo o en
Bayreuth; y luego lo comenta con los amigos, comparando interpretaciones. Y el
aficionado que haya escuchado en directo a más mitos de la interpretación es el
que más admiración recibe de sus auditores. Y si hay fotos en los camerinos, miel
sobre hojuelas.
Así que el pasado concierto en el Teatro de
los Campos Eliseos parisino, reuniendo tres estrellas de la interpretación como
son la Filarmónica de Viena, Pinchas Zukerman y Zubin Mehta, llenó la sala
hasta los intersticios.
Mozart y Bruckner
Los miembros de la orquesta son aplaudidísimos
al entrar en escena. Y cuando entran violinista y director, los aplausos son
más fuertes todavía. Es el reconocimiento a toda una carrera. Todos visten frac,
salvo Zukerman que lleva camisa negra de cuello mao.
En la versión de Zukerman-Mehta-Viena, Mozart recuerda a una de esas porcelanas de Sevres o de Manheim, con colores pastel … y parece que violín y orquesta se disputan por ver cuál de sus colores pastel es más pastel. El violín recuerda a algunas grabaciones de la Patti, ya mayor, con un espléndido dominio de su arte pero siempre con moderación, para no desviarse del camino porque sabe que, en cuanto fuerce un poco, meterá la pata. Una preciosa muestra, con menos volumen y más sentimiento, una demostración de sensibilidad. Y los profesores de la orquesta, que se saben su Mozart de memoria y que por tradición son más Mozart que el propio Mozart, tocan a Mozart.
Al acabar, a Mehta le cuesta girarse para
saludar. Cuando al fin lo hace, es ya para retirarse a bambalinas, donde
Zukerman le acaricia el lomo con la ternura que inspiran los ancianos con
quienes se han compartido grandes momentos.
¿Podrá Mehta, a sus muchenta y muchos años
dirigir nada más y nada menos que la novena de Bruckner ? Cuesta
creerlo, visto como anda.
Tras el entreacto, los miembros de la orquesta
vuelven a ser aplaudidos al instalarse ante sus atriles. Y vuelve a ser
aplaudidísimo Mehta que se sienta, como durante el Concierto de Mozart.
Mehta sale a dirigir sin partitura (a su edad
es pura proeza). Sus gestos son mínimos, pero suficientemente eficaces -también
estamos ante una orquesta que tal vez pudiera tocar también la obra sin
partituras y sin director... (alguna vez debiera intentarse el experimento,
aunque sólo fuera por pura curiosidad)- y con la cabeza, con la mirada, Mehta
da tal o cual entrada, tal o cual indicación.
Hay momentos hermosos -¡cierto!- pero otros se
hacen largos. A menudo el pensamiento de quien esto escribe se va por los
cerros de Úbeda, y no puede sino recordar esa misma Sinfonía nº 9 del
mismo Bruckner, en el mismo Teatro de los Campos Eliseos en junio del 2022, con
Thielemann dirigiendo a la Staatskapelle de Dresde, que nos maravilló, nos
cautivó revelando toda la obsesiva modernidad del compositor...
Así que, volviendo al 17 de enero de 2025,
entre momentos de admiración y otros de distracción (véase de aburrimiento),
llegamos al final de la obra. Grandes aplausos y ovaciones.
Al salir del teatro, la torre Eiffel nos
espera iluminada, la cabeza envuelta en la neblina.
¿Estaba quien esto escribe demasiado cansado
para apreciar la obra en la interpretación de Mehta? ¿Le faltó al director de
orquesta una visión más coherente, una visión de conjunto que enganchase al
oyente? ¿Fue el crítico incapaz de apreciar la interpretación de Mehta o fue el
crítico el único que dijo que «el emperador estaba desnudo»?
Servidor de ustedes no lo sabe. La torre Eiffel tampoco.
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