Francia

Paraíso de mitómanos: Zukerman, Mehta y Viena en París

Francisco Leonarte
jueves, 30 de enero de 2025
Zubin Mehta © 2019 by Juan José Bruzza Zubin Mehta © 2019 by Juan José Bruzza
París, viernes, 17 de enero de 2025. Théâtre des Champs-Élysées. Wolfgang Amadeus Mozart: Concierto para violín y orquesta nº3 en sol mayor, K.216; Anton Bruckner: Sinfonía nº9 en re menor. Pinchas Zukerman, violín. Wiener Philarmoniker. Dirección musical, Zubin Mehta
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Hubo un tiempo en que Verdi o Rossini o Wagner o Bellini eran estrellas. Incluso Beethoven -que nunca fue un niño mimado del público- tenía vamos a decir cierta popularidad. Cierto, era la misma época en que también eran estrellas la Malibrán, Listz (más como intérprete que como creador), la Patti...

Hoy sin embargo, ¿cuántos son los melómanos que conocen a compositores vivos a los que adulen y admiren? Tal vez cuando compositor e intérprete son una misma persona en el mundo del pop, o del rock. ¿Pero en el campo de la música llamada «clásica»?

Tratándose de música culta, la mayoría de los aficionados no corren a escuchar tal obra o tal compositor, y mucho menos cuando no conocen las obras. No, lo que de verdad le pirra al público habitual es seguir a tal o cual intérprete: uno va a escuchar a Barenboim, a Savall o a Lang-Lang, se compra lo último que ha salido de Kauffman o de Netrebko u Orlinsky, o está atento a no-sé-quién que acaba de triunfar en Salzburgo o en Bayreuth; y luego lo comenta con los amigos, comparando interpretaciones. Y el aficionado que haya escuchado en directo a más mitos de la interpretación es el que más admiración recibe de sus auditores. Y si hay fotos en los camerinos, miel sobre hojuelas.

Así que el pasado concierto en el Teatro de los Campos Eliseos parisino, reuniendo tres estrellas de la interpretación como son la Filarmónica de Viena, Pinchas Zukerman y Zubin Mehta, llenó la sala hasta los intersticios.

Mozart y Bruckner

Los miembros de la orquesta son aplaudidísimos al entrar en escena. Y cuando entran violinista y director, los aplausos son más fuertes todavía. Es el reconocimiento a toda una carrera. Todos visten frac, salvo Zukerman que lleva camisa negra de cuello mao.

En la versión de Zukerman-Mehta-Viena, Mozart recuerda a una de esas porcelanas de Sevres o de Manheim, con colores pastel … y parece que violín y orquesta se disputan por ver cuál de sus colores pastel es más pastel. El violín recuerda a algunas grabaciones de la Patti, ya mayor, con un espléndido dominio de su arte pero siempre con moderación, para no desviarse del camino porque sabe que, en cuanto fuerce un poco, meterá la pata. Una preciosa muestra, con menos volumen y más sentimiento, una demostración de sensibilidad. Y los profesores de la orquesta, que se saben su Mozart de memoria y que por tradición son más Mozart que el propio Mozart, tocan a Mozart.

Al acabar, a Mehta le cuesta girarse para saludar. Cuando al fin lo hace, es ya para retirarse a bambalinas, donde Zukerman le acaricia el lomo con la ternura que inspiran los ancianos con quienes se han compartido grandes momentos.

¿Podrá Mehta, a sus muchenta y muchos años dirigir nada más y nada menos que la novena de Bruckner ? Cuesta creerlo, visto como anda.

Tras el entreacto, los miembros de la orquesta vuelven a ser aplaudidos al instalarse ante sus atriles. Y vuelve a ser aplaudidísimo Mehta que se sienta, como durante el Concierto de Mozart.

Mehta sale a dirigir sin partitura (a su edad es pura proeza). Sus gestos son mínimos, pero suficientemente eficaces -también estamos ante una orquesta que tal vez pudiera tocar también la obra sin partituras y sin director... (alguna vez debiera intentarse el experimento, aunque sólo fuera por pura curiosidad)- y con la cabeza, con la mirada, Mehta da tal o cual entrada, tal o cual indicación.

Hay momentos hermosos -¡cierto!- pero otros se hacen largos. A menudo el pensamiento de quien esto escribe se va por los cerros de Úbeda, y no puede sino recordar esa misma Sinfonía nº 9 del mismo Bruckner, en el mismo Teatro de los Campos Eliseos en junio del 2022, con Thielemann dirigiendo a la Staatskapelle de Dresde, que nos maravilló, nos cautivó revelando toda la obsesiva modernidad del compositor...

Así que, volviendo al 17 de enero de 2025, entre momentos de admiración y otros de distracción (véase de aburrimiento), llegamos al final de la obra. Grandes aplausos y ovaciones.

Al salir del teatro, la torre Eiffel nos espera iluminada, la cabeza envuelta en la neblina.

¿Estaba quien esto escribe demasiado cansado para apreciar la obra en la interpretación de Mehta? ¿Le faltó al director de orquesta una visión más coherente, una visión de conjunto que enganchase al oyente? ¿Fue el crítico incapaz de apreciar la interpretación de Mehta o fue el crítico el único que dijo que «el emperador estaba desnudo»?

Servidor de ustedes no lo sabe. La torre Eiffel tampoco. 

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