Austria
Una golondrina que levantó vuelo
Gustavo Gabriel Otero

La Rondine de Puccini, nacida con idea de opereta y comisionada para el Carltheater de Viena, mutó en comedia lírica y se terminó estrenando en Montecarlo el 27 de marzo de 1917, para ofrecerse casi inmediatamente en el Teatro Colón de Buenos Aires el 24 de mayo de 1917, y luego estrenarse en Italia (Bologna) el 5 de junio de 1917. Llegó, finalmente, a Viena el 9 de octubre de 1920.
Desvalorizada por la crítica del momento, burlada como ´la Traviata de
los pobres’, mal considerada por algunos biógrafos del compositor y
cuestionada por no ser una tontería romántica de final feliz imposible, es la
ópera menos valorada del maestro de Lucca, junto quizás a la juvenil Edgar.
Una escucha atenta y una evaluación sin perjuicios permiten justipreciar su
delicada y colorida orquestación, su belleza lírica, sus líneas vocales de
perfecta factura y una historia que desde el inicio se comprende cómo será (una
‘escapada’ casi adolescente de Magda con el primer joven que encuentra para
retornar a la normalidad luego de un tiempo), que la protagonista prefigura
claramente en el ‘sogno di Doretta’ y en ‘Ore dolci e divine di lieta
baraonda’, tanto como en la adivinación del poeta Prumier (Forse, come
la rondine, … ), con un final con un adiós doloroso pero sin muertos, y de
pleno empoderamiento femenino, que aún asusta a muchos.
En la actualidad las más recientes corrientes musicológicas la consideran
una obra de verdadera madurez que debería ser tomada por el público y los
programadores con mucha más seriedad. Afortunadamente en los últimos tiempos
se puedo apreciar La Rondine en el Teatro Alla
Scala de Milán, la Ópera Metropolitana (Met) de Nueva York, Zurich (Suiza),
Turín, Cesena, Rímini, Novara, y Verona (Italia), Melbourne (Australia),
Toronto (Canadá), Zagreb (Croacia), Maribor (Eslovenia) Washington, Metz
(Francia), Xalapa (Méjico), Mónaco, Londres, y Rumania.
La Volksoper de
Viena la ofreció en abril de 2024 con gran éxito y la repite en esta serie, con
varios cambios de elenco, pero misma dirección musical y equipo escénico.
La versión que
reseñamos fue muy buena y la excelencia está marcada por la calidad de la
orquesta, por la ajustadísima versión musical, un elenco sin grandes nombres,
pero solvente y homogéneo, y una razonable puesta en escena con alguna
modernización.
Punto
fundamental para que La Rondine cobre vida es contar con una orquesta
flexible, acostumbrada a la opereta pero que puede dar el realce necesario a una
obra que no es una opereta en sentido estricto pero que tiene alma de ella, y
que es a la vez ópera.
El director de
orquesta debe creer en la calidad de la obra y resaltar sus valores y es lo que
hizo el maestro Alexander Joel, con una respuesta de excelencia. La lectura musical dejó reconocer la sonoridad pucciniana, subrayó los
momentos exquisitos vinculados al vals, a la vez que buscó los contrastes y la
delicadeza de la obra. Fue exultante en los coros del segundo acto, pero sin
tapar a las voces solistas. El Coro y Orquesta de la Volksoper mostraron que
son agrupaciones de excelente nivel.
Triunfadora vocal y actoral la Magda de Verity Wingate, una voz a tener muy en cuenta, bella, flexible, refinada, y creíble como actriz. El tenor David Junghoon Kim cumplió acabadamente como Ruggero, mientras que Johanna Arrouas dio vida con justeza a Lisette. Quizás un poco irregular en el inicio el Prunier de Robert Bartneck que fue creciendo a medida que avanzó la representación.
Con gran volumen
y autoridad el Rambaldo de Pablo Santa Cruz, mientras que el resto del elenco
fue solvente, homogéneo y ajustado. Con destaque de las tres amigas de Magda
por su perfecta conjunción: Julia
Koci (Yvette), Jaye Simmons (Bianca), y Jasmin White (Suzy).
Lotte de Beer en su concepción escénica mantiene el marco espacio-temporal
como dicta el libreto (alrededor de 1860), pero sin renunciar a darle algún
toque de cambio, como por ejemplo que en casa de Magda haya más gente que la
que plantea el libreto y las mujeres adicionadas estén con el torso descubierto.
Pero la principal idea fue la de mostrar que el poeta Prunier escribe una
novela (el libreto de la obra y sus indicaciones que aparecen al final del
escenario en alemán y en el sobretitulado en inglés) que todo el público puede
ver en una pantalla-libro, con los tachones y correcciones que sobre la marcha
él o Lisette van haciendo. En el último acto se presenta la lucha entre el
final que imagina el poeta, y el que piensa Lisette.
En esta ‘lucha’, el director de orquesta agrega música tomada de los dos
primeros actos y vemos que se quiere que Magda muera de una enfermedad
incurable viendo a Magda y Ruggero haciendo la escena del manguito de
Mimì-Rodolfo, que es reescrito por Lisette haciendo que la protagonista se
suicide como Cio Cio San en Butterfly; vuelve a reescribir Prunier intentado
que Magda salte al mar haciendo recordar la escena del suicidio de Floria
Tosca. Pero Lisette reescribe el final subrayando que Magda toma las riendas de
su destino y se va libre, como una golondrina tal como indica el libreto
original. No hay Rambaldo o semejante esperándole, como se adiciona sin sentido
en algunas puestas. De Beer hace que la ópera se ría de sí misma de una manera
original y que no molesta.
Práctica la escenografía de Christof Hetzer, con buen uso del escenario
giratorio. En época y con alguna originalidad el vestuario diseñado por Jorine
van Beek; y apropiada iluminación de Alex Brok. Muy bien resueltos los
movimientos escénicos por la dupla de Beer en equipo con el coreógrafo Florian
Hurler.
En suma: una golondrina que si levantó vuelo.
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