España - Canarias
La magia de Sokolov
Maruxa Baliñas

A primera vista Sokolov no es un pianista mediático. Parece viejo -aunque no lo sea tanto- y anticuado, no sonríe ni parece ser consciente del público que le rodea y venera, no quiere parecer atractivo ni ser una estrella mediática. Él sólo ofrece música y sus oyentes vamos una y otra vez a escucharlo, y siempre ansiamos más.
Porque música, en abstracto, es lo único que ofrece. Aunque es fácil deducir qué va a tocar -mantiene prácticamente el mismo programa en toda la gira- no suele anunciar el programa con mucha antelación, casi siempre lo da a conocer cuando las entradas para el concierto ya están agotadas. Y el programa suele tener una coherencia interna, pero no tanto externa. En esta ocasión Byrd y Brahms, separados en el tiempo pero sobre todo en el modo de tocar, una combinación a primera vista algo extraña.
Personalmente me gustó más la parte de Brahms, con ese romanticismo y al mismo tiempo sobriedad que es tan apropiada para Brahms. Y aunque eligió dos obras bastante separadas en el tiempo, las Cuatro baladas op. 10 (1854) y las Dos rapsodias op 79 (1879), su planteamiento dotando de profundidad a las Baladas y de ligereza algo juvenil a las Rapsodias las asemejó o por lo menos las convirtió en un conjunto coherente. Además, y como suele pasar con Sokolov, parecían obras que llevaba interiorizando desde su juventud, de modo que no eran meros descubrimientos sino piezas 'con historia'.
Por su parte, Byrd le permitió a Sokolov mostrar plenamente algunos de los recursos que más impresionan en su técnica: sus trinos, sus vibratos, su jeu perlé, su curioso estilo barroco, que no es HIP -historically informed performance- y lo es al mismo tiempo, porque la interpretación de este tipo de obras al piano tiene ya una historia que supera los dos siglos. Me gusta más el Bach de Sokolov que su Byrd, pero nuevamente fue una experiencia capaz de transfomar la imagen, o más bien el sonido, que a partir de ahora tendré de la música de Byrd.
Al finalizar el concierto de Sokolov se notó claramente una diferencia entre el público que ya era 'experto' en Sokolov y los que acababan de descubrirlo. Porque los 'veteranos' ya sabían que faltaba la tercera parte del concierto, las propinas, que en el caso de Sokolov son un tema serio. Si hace unos años podía ofrecer una docena o más de fragmentos musicales que le apeteciesen en ese momento y que a menudo se hacían muy breves, ahora opta por presentar piezas breves pero completas o por lo menos ampliamente desarrolladas. En Santa Cruz de Tenerife fueron seis propinas entre las que identifiqué tres mazurkas de Chopin, ¿la Chaconne en sol menor ZT 680 de Purcell?, y dos obras que podrían ser de sus amados Byrd o Rameau. Disfruté especialmente de las Mazurkas chopinianas, unas piezas que rara vez se escuchan en concierto y que hasta cierto punto se consideran demasiado fáciles e incluso propias de estudiantes, pero no de concertistas en escena. Sokolov es capaz de sacarle todo el partido a estas piezas que precisamente por menos brillantes que otras series de Chopin resultan más profundas. Y ciertamente Sokolov, sin que pierdan su carácter ingenuo, es capaz de dotarlas de un sentimiento que hacen olvidar otras de sus piezas más populares, como los valses, demasiado 'de salón' en comparación con estas sencillas pero preciosas Mazurkas.
Es ya un tópico decir que salimos del concierto con pocas ganas de charla y muchas de seguir en esa sala convertida en un espacio no sé si de felicidad, pero cuando menos de gozo íntimo.
Comentarios