Francia
Vivan las cosas bien hechas
Francisco Leonarte

Semele es una obra maestra tal vez y sobre todo porque es obra singular y con múltiples niveles de interpretación. A comenzar por su libreto. De Congreve pero con añadidos de Pope y muy posiblemente retocado por Hamilton, como muchos otros textos de su época, el libreto de Semele puede ser considerado como una fábula mágica, con su lote de tormentas, transformaciones, vuelos, y otros recursos fantásticos que hacen las delicias del público.
Pero es también una advertencia muy clara
sobre el ascenso y caída de las cortesanas, y en ese sentido podríamos casi
hablar de «preocupaciones sociales avant l'heure». Es también uno de los
raros libretos en que no sólo se habla del deseo masculino, sino también del
femenino (la cosa es lo suficientemente infrecuente como para señalarla). Con
verdaderos personajes en carne y hueso, por muy príncipes y dioses que sean.
En cuanto a la música, después de haber
disfrutado de la libertad de la forma oratorio, con la posibilidad de incluir
apostillas, reprises, y otras intervenciones corales, con el trabajo sobre los
recitativos acompañados, de los raconti, con la inclusión de números a
dos y a tres solistas, Haendel, en la última étapa de su vida, acomete la
composición de Semele. Siendo Cuaresma, presenta su obra casi podríamos
decir «de rondón» como oratorio, aunque en realidad, por estructura, por
teatralidad, por la temática, estamos claramente ante una ópera.
De hecho en su estreno la obra no gustó ni a
los que esperaban un oratorio basado en historias bíblicas ni a los que
hubiesen deseado una ópera de toda la vida, en italiano y con su
riguroso esquema napolitano a base de recitativos secos y arias individuales y
punto pelota.
Pero esta astucia permitió a Haendel
sentirse libre para crear una obra híbrida y singular, con varios números de
conjunto a dos y a cuatro voces, con una importante participación del coro que
viene a menudo a terminar las arias empezadas por los solistas, con varios raconti
y otros recitativos acompañados magistralmente trabajados, incluso con
formas entre el aria y el recitativo como ese último monólogo de Giove , o con
arias interrumpidas -como la deliciosa aria de Iris a la que pone fin
bruscamente Juno-, con largas introducciones orquestales ...
Puesta en escena oportunista pero
inteligente
Oliver Mears, el director de escena, concentra
la acción en las diferencias de clase. Ante la poderosa pareja Júpiter-Juno,
una retahila de servidores, entre los cuales la propia Semele, su padre Cadmus,
su frustrado novio Athamas, su hermana Ino. Con ello queda traspuesta la
diferencia del libreto entre dioses y mortales. A partir de ahí, todo es tirar
del hilo. Y funciona.
Funciona porque, a pesar del maniqueísmo de
enfrentar buenos (los pobres) contra malos (los ricos), a pesar de transformar
a Júpiter en un personaje sin matices y fundamentalmente perverso (el magnífico
libreto es mucho más sutil que eso, presentando a Júpiter como un esclavo de la
situación, pero en tiempos post #metoo queda mejor presentar a la figura
principal masculina como un cínico acosador y seductor), a pesar de utilizar la
obertura para contarnos cosas (¡¿cuándo nos dejarán escuchar tranquilamente los
momentos orquestales sin ponerles acciones escénicas?!), a pesar de todo eso la
transposición está hecha con inteligencia.
Respeta en lo esencial música y libreto, sin
trufar de acciones paralelas las arias, con una buena dirección de actores que
toma en cuenta lo que se canta y cómo se canta, partiendo del texto para
establecer los movimientos de los personajes, reflejando visualmente tanto los
momentos de humor (divertida escena del Sueño) como los momentos de sensualidad
(y Semele es de las óperas más sensuales del repertorio) como los
momentos de tragedia, sin renunciar ni a la espectacularidad ni a la
diversidad, moderando cierta tendencia al decorado único.
Trajes que cumplen con esta visión, luces
inteligentes, sin videos innecesarios (¡Menos mal ! -en ciertos ambientes
seguro que tachan esta puesta en escena de reaccionaria: no tiene ni vídeos, ni
palabras escritas ni camastro en escena: ¡un escándalo en Regietheatreland!),
con unas coreografías sencillas pero eficaces, fundamentalmente para dar
movimiento interno al coro...
Esta adecuación de la puesta en escena al
libreto redunda en una mejor escucha de una música que -es perogrullo- en la
ópera es siempre teatral.
Festival musical
La producción cuenta con una serie de bazas
mayores a nivel musical. A empezar por Emmanuelle Haïm y su Concert d'Astrée. Tanto
coral como orquestalmente, esta agrupación forma parte de la crème de la
crème barroca. Un coro pequeño (de nuevo menos es más) con un
extraordinario empaste, con bonito sonido, con estupendo juego escénico, con
facilidad en toda la extensión y con inteligibilidad imponente. Chapeau. Una
orquesta de sonido muy cuidado, que responde con mucha precisión, con un
continuo sensible y atento, con solistas más que notables, como el muy
expresivo violonchelo. Hubo fragmentos puramente orquestales para guardar en el
recuerdo, como esa letargia de Semele que se aburre medioadormilada, o como esa
preciosa introducción a la escena de Somnus...
Y es que Emmanuelle Haïm es directora de mucha
inteligencia, que no sólo ha sabido forjar un conjunto valiosísimo, sino que
además siempre sabe entender las situaciones teatrales, dando diversidad al
conjunto, y sobre todo da sentido a cada frase musical, de suerte que las
melodías se hacen fáciles a las escucha. Brava.
Entre los solistas vocales, el reclamo era
Pretty Yende, más que estimable soprano coloratura que ya se ha ilustrado con
mucho éxito en grandes papeles belcantistas (Amina de Sonnambula, Lucia,
Rosina de Barbiere, …) y que aborda aquí por primera vez el repertorio
barroco. Voz con cuerpo, con volumen, con facilidad para la coloratura -aunque
puntualmente pueda haber habido algún ligero desajuste en las agilidades de
trapecio sin red que Haendel le exige-, cantante con inteligencia dramática,
bien dirigida actoralmente, Yende triunfa en el rol.
Alicia Coote tiene ya tras de sí una buena
carrera, su voz tal vez ya no esté en plenitud de facultades, pero sigue
teniendo -tal vez más ahora que antes- una fuerte vis teatral, tanto cómica
como trágica, y compone un personaje perfectamente creíble en su sed de
venganza, algo así como Mercedes McCambridge en Johnny Guitar. Así que
se le perdonan todos los posibles borrones aquí o allá, se le perdona que tenga
que apianar para lanzar sus coloraturas, porque hace una Juno de rompe-y-rasga
que nos convence a todos.
Su maridito en la ficción, Júpiter, es encarnado por Ben Bliss, a quien hace poco aplaudíamos como Tom Rakewell de Stravinsky/Auden en Ópera Garnier. Muy creíble actoralmente, se le nota la tradición británica de trabajo del oratorio barroco. La voz no es necesariamente bonita, pero el canto es inteligente, la emisión fácil, las agilidades naturales, la inteligibilidad de aúpa, la comodidad en el registro grande. Un estupendo Giove. Por imperativos de la puesta en escena, su bonita aria «Wher'er you walk» no tiene ni la dulzura ni la poesía que podemos escuchar en otras interpretaciones (como decíamos, Mears lo presenta como un cínico abusador, incapaz de reales sentimientos), pero su magnífico monólogo «Tis Past recall» sí posee la necesaria profundidad.
Carlo Vistoli resulta epatante en su última
aria, por dominio absoluto de la coloratura, por plenitud de voz, por fiato,
por control de sus recursos.
Y epatante es la voz de Brindley Sherratt como
Cadmus y como Somnus, una verdadera voz de bajo, con graves sonoros, con
armónicos a tutiplén, y aunque ya no esté en su primera juventud (o tal vez gracias
a que no esté en su primera juventud), sus dos papeles resultan
perfectamente resueltos y perfectamente creíbles.
Bonita sorpresa la de Marianna Hovanisyan en
su linda aria como Iris, y estupenda Ino la de Niamh O'Sullivan, de voz
carnosa, fraseo muy musical y pronunciación nítida.
Así que, a pesar de protestas puntuales, la puesta en escena recibió parabienes del público, y los intérpretes musicales, ovaciones. Y es que cuando hay teatro y música bien avenidos, todo el mundo sale ganando. Tanto los intérpretes como el propio público e incluso los mismísimos Congreve y Haendel.
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