Reino Unido

Una valiente indagación

Agustín Blanco Bazán
viernes, 28 de febrero de 2025
Dimitri Shostakovich © DM Dimitri Shostakovich © DM
Londres, lunes, 24 de febrero de 2025. Wigmore Hall. Cuarteto de Jerusalén. Violines: Alexander Pavlovsky y Sergei Bresler. Viola: Ori Kam. Cello: Kyril Zlotnikov. Dmitry Shostakovich. Cuartetos números 1(op. 69), 2 (op. 68), 3 (op.73), 4 (op. 83), 5 (op. 92) y 6 (op. 101).
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En celebración de su 30 aniversario, el Cuarteto de Jerusalén ha incluido la versión integral de los cuartetos de Shostakovich en Zürich, Amsterdam, Colonia, Portland (OR), Cleveland (OH), St. Paul (MN), São Paulo (Brasil) y Londres entre 2025 y 2026. En Londres, estas fueron las dos primeras veladas en el Wigmore Hall, una sala europea única por la calidad de su acústica, sus dimensión capaz de combinar sin lejanías o amontonamientos veladas de solistas, grupos de cámara y pequeñas orquestas. Una maravillosa arquitectura de mármoles y frescos inaugurada en1901 y restaurada en el 2004, asegura una atmósfera íntimamente acogedora. El Cuarteto completará el ciclo en el Wigmore el 1, 2 y 4 de junio.

Hablar de “milagros” es más apropiado para religiones o esoterismos que en reseñas de recitales de cámara. Por ello, mejor digamos que en el ‘Moderato’ final del Cuarteto nº 3 de Shostakovich el Cuarteto de Jerusalén nos llevó a una dimensión sensorial intransitada. Y asertiva, precisamente en lo que está más allá de cualquier aserción, ese interrogante postrero que a la vez nos abruma y eleva: un morendo desarrollado en tres acordes en Fa mayor, discretamente contrapunteado por tres notas en pizzicato. El cuarteto comenzó con una despreocupada pero inquietante exposición del ‘Allegretto’ inicial y progresó a las sombras cromáticas de la lacerante ‘Passacaglia’ que precede el ‘Moderato’ con segura combinación de texturas.

Y también en los Cuartetos nº 1 y 2 desarrollaron los ejecutantes un virtuosismo intenso, pero moderado y al grano, sin exhibicionismos. Sin querer desmerecer un ejecutante en pro de otro, quiero destacar aquí que, junto a la admirable exploración sonora del primer violín (Pavlovsky) en el final del tercer cuarteto, me impresionaron particularmente los intensos y claros ataques de viola de Ori Kam en el ‘Adagio’ final del segundo. Nunca había oído una viola expandirse con semejante expansión acústica. Pero también el segundo violín de Sergei Bresler y el cello de Kyril Zlotnikov contribuyeron a definir una rara virtud de conjunto, la de proyectar un sonido luminoso y abierto, para (colijo que suena paradojal) penetrar las oscuridades de Shostakovich. Una luminosidad de afirmación a lo Bach dominó el comienzo de la Overture del Cuarteto nº 2 ¡Qué equilibrada mezcla de densidad y transparencia la del primer violín y el cello en el desarrollo del primer tema en la mayor!, ¡Y qué expresividad beethoveniana, expansiva pero también cargada de hesitación y ánimo exploratorio de dimensiones trágicas la del ‘Recitative’ y ‘Romance’ del segundo movimiento! Imposible sustraerse, al menos en mi caso, a la idea que los últimos cuartetos de Beethoven abren un mundo de belleza e incertidumbre que Shostakovich profundizará para precipitarnos a una existencialidad más y más inabarcable cuanto más queremos penetrar en ella.

En la segunda velada, el 24 de febrero, el ‘Allegretto’ y Andantino’ de los dos primeros movimientos del Cuarteto nº 4 fueron interpretados con poética y efusiva vitalidad. Pero en el tercero hubo que repetir dos veces una sección del moto perpetuo porque, justo en medio de este, falló dos veces una cuerda del cello. La mejor exposición fue sin duda la primera, con magistrales diminuendo al mezzopiano del cello y la viola hasta el primer accidente. Comprensiblemente el encanto disminuyó en la segunda y tercera exposición, sobre todo en ésta última cuando los instrumentistas tuvieron que poner todo su oficio para completar el movimiento de una buena vez, y terminar el cuarteto, con un ‘Allegretto’ de vibrante vena trágica en los cambiantes contrastes de esos tiempos de danza en que algunos creen ver una macabra evocación de la liberación de Treblinka.

Siguió una excelente versión del Cuarteto nº 5 en el cual las danzas y vivaces diálogos entre los instrumentistas contrastaron admirablemente con esos momentos espectrales, tan comunes y recurrentes en este compositor, en los cuales sonido y ritmo se reducen a la más mínima expresión en busca de una atmosfera extremadamente tensa y meditativa.

Supongo que no soy el único en sentir que explorar estos cuartetos en dos días consecutivos abruma el segundo de estos con una cierta fatiga, saludable, pero fatiga al fin, por agregarse a la atención y las emociones catapultadas por el primero. En mi caso, fue precisamente esta fatiga la que me permitió bajar cualquier defensa para entregarme a los abismos y cimas de este gran compositor en la pieza final.

La decisión de atenerse a la cronología de los opus implicó confrontarnos al final de la segunda velada con el Cuarteto nº 6, el más enigmático de todos, según las excelentes notas de programa de Daniel Elphick. Enigmático por la variedad casi deconstructiva de la forma plasmada a través de distorsiones contrapuntísticas, irregularidades rítmicas, alteraciones en tiempos de vals, marchas, y cambiantes agresividades e introspecciones cromáticas.

Y, fundamentalmente, enigmática y genial en la valiente indagación, de ilusiones y desesperanzas del gran ruso que triunfó con sus dudas y sus angustias.

Porque en una actualidad tan frecuentemente simplificada como de “ganadores” o “perdedores”, no queda menos que afirmar: ¡qué gran “perdedor” fue Shostakovich! Y qué engañosos son los lugares comunes que asocian exageradamente su obra con percances políticos y personales, como si lo inexplicable se pudiera explicar como una receta de cocina.

Porque no tiene sentido pensar qué hubiera hecho este artista tan lastimosamente frustrado en un mundo sin censura, guerras y genocidios. Es precisamente frente a estos crímenes que Shostakovich afirma el existencialismo valiente en una desesperanza unida a la comprensión de la belleza de una humanidad ideal, inalcanzable como cualquier “esencia” (filosóficamente hablando) pero finalmente apreciable a través de un arte sin hipocresía. Como Moisés contemplando antes de su muerte la Tierra Prometida que nunca llegaría a alcanzar, Shostakovich insiste en interrogarnos sobre nuestros propios ideales, precisamente en los momentos en que la desesperanza atenta contra la nitidez de los mismos. 

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