Madrid, sábado, 15 de febrero de 2025.
Teatro Real. La vida breve. Drama lírico en dos actos. Música: Manuel de Falla. Libreto: Carlos Fernández-Shaw. / Tejas verdes. Ópera. Música: Jesús Torres. Libreto: Fermín Cabal, basado en su obra homónima con poemas intercalados procedentes del Cancionero y romancero de ausencias de Miguel Hernández. Obra encargo del Teatro Real. Estreno absoluto. Dirección musical: Jordi Francés. Dirección de escena: Rafael F. Villalobos. Escenografía: Emanuele Sinisi. Asesora plástica: Soledad Sevilla. Iluminación: Felipe Ramos. Coreografía: Estévez / Paños y Compañía. Reparto La vida breve: Adriana González (Salud), Eduardo Aladrén (Paco), Ana Ibarra (La Abuela), Rubén Amoretti (Tío Sarvaor), Gerardo Bullón (Manuel –juez-), Carmen Mateo (Carmela / Vendedora I), Alejandro del Cerro (una voz en la fragua / Vendedor), María Marín (cantaora), Laura Vila (Vendedora II), Sara Jiménez (La Madre). / Reparto Tejas verdes: Natalia Labourdette (Colorina), Ana Ibarra (Doctora), Alicia Amo (Delatora), María Miró (Hermana), Sandra Ferrández (Madre), Laura Vila (Enterradora), Alejandro del Cerro (Miguel), Raúl Benítez / Edu Rodríguez (Niño), Gloria Muñoz (voz en off). Bailarines y actores. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
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En ocasiones puede parecer que en nuestro país la creación contemporánea
toma al espectador por menor de edad, por no decir otra cosa más grave. Se
evidencia que, o bien el público se deja engañar fácilmente, o aparenta que no
ha superado los fantasmas del pasado, los cuales una y otra vierten creadores
actuales sobre sus obras escénicas para evocar monstruos y espantajos.
Bajo un pretendido alegato contra las violencias que oprimen
y aprisionan en jaulas o cárceles a sus víctimas se enhebra este programa doble
en el Teatro Real con el retorno a su escenario de La vida breve, el emblema operístico de Manuel de Falla que combina
el lenguaje verista y un estilizado folclore andaluz, ópera concebida para el
concurso de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, que estaba ausente del
coliseo de la Plaza de Oriente desde 1997, fecha del estreno en sus tablas –se
ha visto hasta dos veces en las del Teatro de la Zarzuela en un lapso de 10
años-, y que se ha programado junto al estreno absoluto de Tejas verdes del compositor zaragozano Jesús Torres (1965), ópera encargada
por el Real, cuyo título remite a la prisión chilena en plena represión política
del régimen de Augusto Pinochet.
El nexo de unión ha sido el clima opresivo y sórdido que el
compositor Jesús Torres y su colaborador, el director de escena Rafael R.
Villalobos, entienden que comparten ambas obras, con sufrientes protagonistas,
víctimas del mundo hostil que las rodea, y más concretamente, de los hombres
–cómo no- para justificar la alegoría contra la violencia y la opresión machista
que nos quieren vender con el engarce de dos obras que no tienen nada que ver
entre sí, ni en espíritu musical ni en línea argumental.
Es como juntar el agua
y el aceite, dos cosas que no pegan ni con cola pero que nos quieren meter con
calzador, cuyo ánimo solidario y reivindicativo en plena época del revisionismo
histórico queda muy bonito de cara a la galería del esnobismo, que es en lo que
se convierte esta función, con tintes de panfleto propagandista fuertemente
ideologizado.
Envuelto en una escenografía de Emanuele Sinisi lúgubre y
minimalista que prescinde de cualquier atisbo de luz y alegría de la feria
popular a excepción de una plataforma giratoria que nos muestra una pared que
simula claveles rojos en la estética explícita de Soledad Sevilla, el inmortal título
operístico de Falla se ve abiertamente contaminado de un concepto ideológico, mostrando
una violenta escena de violación sexual durante la ejecución de la Danza nº 2
contra el personaje bailado de la Madre (Sara Jiménez) de la protagonista
Salud, una invención dramatúrgica que Villalobos se saca de la manga para
situar en contexto el acoso sexual de los cinco forzudos machos alfa que
pueblan la escena.
Mucha coreografía masculina pero sin rastro de esencias
gitanas, de yunque ni martillo, con una voz en la fragua de carne y hueso en
escena –trasunto de Miguel Hernández que luego reaparecerá en la ópera estrenada-
que se ve intimidado por la exhibición de testosterona de los citados
violadores, que exhiben su brutalidad hacia la mujer con pases de baile y
embestidas taurinas lanzando oles
impúdicos, como si la fémina fuera el miura.
Junto a la agresión sexual, poses
militares y falangistas que remiten a la España de la Guerra Civil denigran y
dinamitan la esencia folclórica de La
vida breve y vierten ideología a la escena, un sustrato popular al menos
respetado en la escena del cante flamenco y la subsiguiente Danza nº 1, aquí
con una cantaora-guitarrista (María Marín) por otro lado excepcional en todos
los sentidos de este arte inigualable, con adaptación propia de la copla
original de Falla.
Una visión aún más denigrante –la de la tortura y la prisión
femenina- se vierte en el título de Torres. Los desgarradores versos de Miguel
Hernández vertebran Tejas verdes, poesías
fuertemente evocadoras y extremadamente simbólicas, que son válidas en la
recitación inicial en off, pero no llegan a funcionar a la hora de trasladarlos
a un texto cantado, sirviendo a una narrativa ya de por sí críptica e
incomprensible extraída de un relato original de Fermín Cabal, que gira en
torno a una desaparición y un supuesto cadáver que ha sido torturado y
asesinado, el de Colorina, delatada por su compañera de celda, y la búsqueda por
parte de la protagonista de su amado Miguel –una especie de alter ego del
poeta-. No hallamos más que escenas yuxtapuestas hilvanadas en un incoherente continuum que hereda la técnica multi temporal
y de tiempos teatrales indeterminados de Die
Soldatende Bernd Alois Zimmermann, en lo que adivinamos una ineludible influencia
o poco disimulado tributo.
Las poesías insertadas durante todo el canto de los
personajes y del coro las convierte Torres junto al texto de Cabal en ininterrumpidas
peroratas, muchas veces mecánicas e instaladas en el grito, que no se esfuerzan
en buscar un mínimo atisbo de melodía, pese a momentos de relajación y trance
de la protagonista. Verdaderamente, la escucha se hace angustiosa por la
experimental música, alguna pregrabada, muy florida rítmicamente y con un
despliegue inusitado de variopinta percusión que convierten a la composición en
su conjunto en un exabrupto maquinista alejado de todo tipo de lirismo, en gran
medida estridente y monocorde en lo vocal. Unos personajes merodeadores y sin
alma contrastan con la entidad vocal y la categoría escénica de los diseñados
por Carlos Fernández-Shaw y por Falla.
Algo digno de alabar es que el tour de force agónico para la protagonista de Tejas verdes encuentre aguante y resistencia en la soprano Natalia
Labourdette, de mérito nada desdeñable pese a lo ingrato de su parte, y a la
que el compositor somete a una inclemencia vocal importante, secundada por
todas sus compañeras, con una Alicia Amo y una María Miró que juntas en técnica
canon hacen lucir sus instrumentos no por lo que están cantando, sino por los
respectivos atributos vocales que poseen, la primera monologando a su vez. A
destacar asimismo la gravedad vocal de la mezzo Laura Vila como la enterradora.
Aun así, es desalentador que cantantes españoles de enorme valía como los
convocados se presten a participar en peripecias musico-teatrales de este
calibre que no tendrán ningún recorrido y pasarán sin pena ni gloria, pero a la
vez comprendemos que hay que llenar la nevera.
En lo que respecta a La
vida breve, la soprano Adriana González, de generosos medios vocales, cumple
con fuerte empeño y vehemencia su cometido como Salud, pese a unos primeros
minutos más gritados y no tan refinados, y una dicción no ideal, aunque con un
canto más medido y cuidado en la segunda mitad de la ópera de Falla. La
cantante guatemalteca es una artista sensible y entregada que está comenzando a
despuntar en nuestro repertorio lírico, y es por ello que hay que seguirla muy
de cerca. El tenor Eduardo Aladrén le dio el contrapunto como un indeseable
Paco de amplias hechuras vocales en el breve y apasionado dúo.
La mezzosoprano Ana Ibarra, estupenda cantante y actriz,
alternó el papel de la Abuela, siempre expresiva y dramática, con el de la
Doctora en la obra de Torres, una especie de versión femenina de la ópera Wozzeck, el tenor Alejandro del Cerro
regala su grato timbre en la voz en la fragua, el bajo Rubén Amoretti como Tío
Sarvaor exhibe su característica reciedumbre vocal, y el barítono Gerardo
Bullón muestra su elegancia actoral y vocal dando vida una vez más al personaje
de Manuel, convertido en juez de la violencia exhibida en la fiesta de bodas de
la que él es maestro de ceremonias.
La excepcional dirección de Jordi Francés
extrae de la orquesta una sonoridad compacta y oscura, atenta al detalle y
demoledora en ocasiones, muy colorista y de dibujo muy marcado en los contornos
melódicos de La vida breve, y
desentraña el collage instrumental en
la ópera de Torres.
La crítica interesada y el público más esnob han aplaudido
con las orejas esta producción sin darse cuenta de que el gancho comercial para
el espectador era la ópera de Falla, con lo que se percibe que ha existido
cierto aprovechamiento de la obra del compositor gaditano para colar la obra
encargada y hacer caja. Aunque nos hayan querido vender la moto con este
programa doble, nosotros ya somos mayorcitos y no nos dejamos engañar, pero, ay,
amigos lectores, como amantes de la lírica que somos y por nuestra admiración
por La vida breve en sí misma
-citando las palabras de la Doctora de Tejas
verdes-, pagamos justos por pecadores.
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