Francia
Le echamos a usted de menos
Francisco Leonarte

Programa bonito, de los que siempre funcionan. Tanto es así que el Teatro de los Campos Eliseos aprovecha para hacer un concierto familiar, con animaciones visuales durante una de las obras, Mi madre la oca. Y en efecto, aunque la sala no está llena, entre el público hay bastantes familias con dos o tres nenes. Ya sólo por eso, es un puntazo.
La orquesta, Les
Siècles, especializada en versiones históricamente informadas del repertorio
entre el siglo XVII y principios del XX, es también una garantía de solvencia.
Por desgracia su fundador, el más que excelente director de orquesta
François-Xavier Roth, fue el centro de un pequeño escándalo y desde hace cosa
de un año se ha dado un descanso. Así que Les Siècles sigue cumpliendo sus
compromisos sin su fundador, llamando a otros directores. En este caso tocaba
Pierre Bleuse.
Pierre Bleuse queda en
el recuerdo como aquel que dirigió una catastrófica versión en concierto de Thaïs
de Massenet en esta misma sala hace pocos años, con una ONF totalmente invasiva
que cubría por completo a los cantantes (nada menos que a Ludovic Tézier, que
no se distingue por tener una vocecita). Aunque tal vez no toda la
responsabilidad fuera de Bleuse, lo cierto es que aquello fue un desastre.
En el concierto de este
domingo 30 de marzo, Pierre Bleuse comienza con una versión brutal de la Joyeuse
Marche de Chabrier. Bueno, tal vez pueda ser interpretada esta pieza como
una broma, una broma un poco pesada, con una orquesta que más parece una banda
de tercera división (hay bandas que suenan casi como orquestas de primera
categoría). Vale: la obra es corta y es sabido que Chabrier tenía mucho sentido
del humor. Y los profesores de Les Siècles son tan buenos que la cosa pasa.
Le llega el turno a España,
con mucho la obra más conocida de Chabrier, y su gran éxito en vida (porque
mira que tuvo mala suerte, el pobre Chabrier, a pesar de su enorme talento).
Servidor de ustedes no había escuchado antes una versión tan poco atractiva de
esta obra. Todo ritmos machacones, todo en forte. La sutileza, el esprit
francés -una de las más señeras características del compositor-, la poesía, la
magia o el poder de evocación que por momentos pueden hacer pensar en la futura
Iberia de Debussy, han desaparecido por mor de la interpretación de
Bleuse. Aquello se ha convertido en una de esas charangas de pueblo con
amplificadores en que la música es lo de menos. Lástima. Y Bleuse, entre forte
y forte, baila y se contonea como si de verdad estuviese ante una
charanga. Echamos de menos a François-Xavier Roth, cuyas interpretaciones del
repertorio francés son a menudo memorables ...
Llega el turno del Concierto
para piano de Massenet, la única obra del programa que puede ser
considerada poco usual actualmente en las salas de concierto. En el primer
movimiento, tal vez el más complejo de la obra, se vislumbra el famoso sentido
melódico massenetiano. Digo bien «se vislumbra», porque en este caso nunca
llega realmente a aflorar, ni el piano ni la orquesta consiguen cantar las
melodías, y desde luego falta una visión de conjunto que nos haga entender el
movimiento.
En el segundo, Bleuse
calma a la orquesta (¿o la orquesta calma a Bleuse?) y se escucha algo de
dulzura. Lástima que el piano siga sin matizar, tocando en forte, sin
ninguna delicadeza en la pulsación. Los niños se aburren. Los adultos también.
Echamos de menos a François-Xavier Roth, tan inteligente para (re)descubrirnos
repertorios...
Hay que esperar al
tercer movimiento, con su ritmo algo obsesivo, para que orquesta y piano se
pongan de acuerdo, y dado que el esquema compositivo parece más simple, la cosa
sale mejor. Sale incluso muy bien. Chamayou tiene muchísima soltura y facilidad
con las agilidades -muy exigentes- de la partitura.
Para agradecer los
aplausos, el pianista tocará como bis su propia transcripción del coro Trois
beaux oiseaux du paradis, de Ravel. Y Ravel es el protagonista de la
segunda parte.
Su ballet Ma mère
l'oye (recordemos que con el mismo título y el mismo material, Ravel
compuso una suite para piano a cuatro manos, una suite para orquesta y
finalmente un ballet) es una de las músicas más bonitas de todo el repertorio.
Esta vez sí escuchamos poesía, sí escuchamos ternura, y agilidad también. Hay
un auténtico sentido infantil. No parece el mismo director de la primera parte.
Bravo. No entendemos cómo se ha operado la transformación, pero el caso es que
disfrutamos.
Durante Mi madre la
oca Grégoire Pont, en directo, dibuja al ordenador unos bonitos personajes
que van cobrando vida, proyectados sobre el telón de fondo de la escena. Los
trazos de Pont siguen los movimientos de la música, como si de un ballet se
tratara, en efecto. Todo muy sencillo y muy eficaz.
Para terminar, los Valses
nobles y sentimentales, también de Ravel. ¿La obra parece insulsa después
de las anteriores? ¿O la interpretación no sabe dárnosla a entender?
No le doy más vueltas. Pero
pienso muy fuerte: «Don François-Xavier, le echamos a usted de menos».
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