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Nuevamente Córdoba se convirtió durante el mes de julio en el referente mundial en lo que al mundo guitarrístico se refiere. El Festival Internacional de Guitarra, que alcanza ya su vigésimotercera edición, se ha desarrollado en esta ocasión con el grado de madurez y éxito que viene siendo habitual en las últimos años; no en vano, los ingredientes y aspectos generales del mismo son prácticamente los mismos salvo excepciones.El programa de conciertos y el programa formativo son los dos cimientos básicos en torno a los cuales se desarrolla el festival, como no podría ser de otra manera. En el apartado educativo se han dado cita figuras de la talla de Francisco Santiago Marín, Manolo Sanlúcar, Angelo Gilardino, Manuel Barrueco, Costas Cotsiolis, Roland Dyens, Javier Latorre, Calixto Sánchez, etc... Y en lo que respecta al capítulo concertístico, asistimos a la heterogeneidad característica de este festival en donde el pop, el flamenco, el jazz, lo clásico o lo étnico se dan la mano. Para unos un rasgo de identidad irrenunciable, para otros un “todo vale” en donde la guitarra es mera excusa para todo tipo de espectáculo. Así, hemos visto y escuchado a artistas como Carmen Linares, Serranito, Costas Cotsiolis, El Cabrero, Rosendo, Mariza, Milton Nascimiento, Rodrigo Leao, John Williams, Amaral, Manuel Barrueco o Stanley Jordan entre otros. Todo ello “adobado” con la habitual serie de actividades complementarias (centradas en las figuras de Andrés Segovia y Francisco Tárrega), exposiciones, publicaciones y el “primer certamen flamenco de guitarra joven de acompañamiento”.Como señalábamos, el éxito de público ha sido una vez más indiscutible y el nivel de aforo ha resultado bastante aceptable. No obstante, hay elementos en el “debe” que consideramos de suma importancia destacar. Es el caso de la ya casi anecdótica presencia de la Orquesta de Córdoba que durante años ha tenido un papel protagónico en el festival dando a conocer numerosísimas obras concertísticas para guitarra que de otra manera hubiesen quedado en el limbo. No sabemos si esto está relacionado con el abandono de la dirección titular de la orquesta cordobesa por parte del maestro Leo Brouwer, quien hace pocos años puso de manifiesto su visión crítica del festival y a quien ya siquiera vemos pasearse por los recitales de guitarra como solía ser su costumbre, pero lo cierto es que el festival ha perdido bastantes enteros con esta pérdida: los resultados artísticos del único concierto ofrecido este año en este sentido, como veremos más adelante, no hacen sino agravar esta opinión. Por otra parte, también situamos en el “déficit” de esta edición la total ausencia de conciertos públicos (capitaneados curiosamente por la Orquesta de Córdoba en otras ocasiones) que a pesar de contar con las indiscutibles carencias de eventos de este tipo (acústica deficiente, dificultades para situar al público, etc...) contribuían de modo significativo a acercar el mundo de la guitarra a un público no usual en las restantes citas del festival.Roland Dyens: un artista como la copa de un pinoEn cuanto al apartado clásico, empezó mal la cosa con el aburrido concierto de la Orquesta de Córdoba que contaba con la ya tradicional presencia de Manuel Barrueco, fiel a su cita anual, bajo la dirección de la Gloria Isabel Ramos. Ante un aforo bastante reducido, ni el guitarrista cubano - siempre elegante y musical - ofreció lo mejor de sí mismo, ni la maestra tuvo un día inspirado, ni la orquesta cordobesa estuvo a la altura; para colmo, el programa elegido rozaba el absurdo (se abría y cerraba con obras meramente orquestales, alguna de muy discutible entidad). Un concierto, pues, para olvidar. Por otra parte, era cuestión de tiempo que antes o después el espectáculo con el cual el John Williams está visitando numerosas ciudades de todo el mundo recalara en el festival cordobés. A pesar del título (John Williams & Friends), el guitarrista australiano cedía casi todo el protagonismo a sus compañeros de viaje ofreciendo un variado y atractivo programa de melodías, ritmos e instrumentación de procedencia africana. Nada que ver, en cualquier caso, con el John Williams que ha hecho las delicias de aficionados al más puro estilo clásico en anteriores ocasiones; un conocido profesor de guitarra nos comentaba con gran sentido del humor cómo, a pesar de que había disfrutado con el espectáculo, no dejaba de parecerle como beber un refresco en una copa de cava.Parecía que nada realmente extraordinario estaba llamado a quedar en nuestra memoria este año de no ser por impresionante recital del francés Roland Dyens. Es curioso, pero hemos escuchado a guitarristas con un sonido más redondo y una técnica más depurada. Sin embargo, Dyens posee un talento interpretativo único y una soberbia musicalidad que comunica de inmediato con el espectador. Las citas a la creación contemporánea, al jazz, y a composiciones propias fueron la constante del particular y espontáneo programa de Dyens. Los asistentes disfrutaron como pocas veces con la música de este inmenso artista que agradeció con numerosos bises las contínuas aclamaciones de un público puesto en pie. Desgraciadamente los dos restantes recitales quedaron muy lejos de este primero. El de Costas Cotsiolis parecía ser un perfecto negativo del ofrecido por Roland Dyens: técnica impoluta, virtuosismo a raudales, efectismo sonoro, dedos y escalas a velocidad de la luz … Virtudes que no lograron romper en ningún momento el hielo de una velada en la que increíblemente no hubo un solo bis ante la estampida del público (hecho insólito en este tipo de recitales). Y Ralf Towner parecía haberse equivocado de festival o de sala pues son inconcebibles las razones que le llevaron a enchufar semejante voltaje en una amplificación absolutamente innecesaria en la coqueta Sala de Telares. Todo ello sin hablar de sus bastas maneras para con la guitarra y un programa igualmente equivocado para un presunto recital de corte clásico.
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