Córdoba, miércoles, 15 de octubre de 2003.
Gran Teatro. Obertura de ‘Los esclavos felices’ de Juan Crisóstomo Arriaga, Concierto para piano y orquesta nº 23 en La mayor K. 488 de Wolfang Amadeus Mozart, Sinfonía nº 7 en La mayor Op. 92 de Ludwig van Beethoven. Antonio Ortiz, piano. Orquesta Presjoven. Pablo Mielgo, director musical. Ocupación: 60%
7,06E-05
Con un atractivo concierto, que sin embargo no logró la audiencia que en un principio cabría esperar, se presentó en la capital cordobesa la Orquesta Presjoven. Un proyecto realmente interesante que, a juzgar por los resultados de esta velada, merece nuestras felicitaciones y el deseo de que con el tiempo esta iniciativa se consolide. La propuesta de crear esta formación musical surge de la necesidad de aunar a todas las jóvenes generaciones que desde el año 1991 han venido participando en la Escuela de Verano para Jóvenes Músicos 'Ciudad de Lucena', creada con el objetivo de desarrollar y completar la educación de jóvenes músicos hasta los dieciocho años de edad. Así todos los instrumentos de la orquesta, junto con el piano, se ven reflejados en esta orquesta que, de esta manera, brinda la oportunidad a antiguos y nuevos alumnos de hacer música concertante en vivo, al mismo tiempo que la posibilidad de un punto de encuentro más allá de la habitual cita veraniega. Desde su presentación en julio de este año en Frankfurt (Alemania) y en agosto en la jornada inaugural del Festival Internacional de Piano 'Ciudad de Lucena', la Orquesta Presjoven ha desarrollado una importante actividad que ha tenido su punto culminante en la presente gira de conciertos que comenzó en el Auditorio Nacional de Madrid y ha continuado por los principales auditorios andaluces. Partiendo de la habitual cautela con la que uno se atreve a valorar los resultados de este tipo de iniciativas, sorprendió la calidad general ofrecida en un programa trabajado a conciencia y sabiamente escogido para las condiciones del recién nacido conjunto orquestal. Esto último no tanto para la sinfonía beethoveniana, que evidentemente les quedaba un poco grande, particularmente en el último movimiento donde los metales hicieron vanos intentos hacerse escuchar; además debían de luchar contra el recuerdo implacable de la versión que, de la misma obra, ofreció ese musicazo llamado Howard Griffiths no hará año y medio en el mismo escenario. Sin embargo, fue una delicia disfrutar de la frescura y vitalidad que derrochaban estos chicos al interpretar; virtudes que se nos antojaron ideales para el espíritu de obras como la de Mozart -con Antonio Ortiz como fantástico solista- y sobre todo la deliciosa Obertura de Arriaga.
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