Barcelona, lunes, 12 de enero de 2004.
Palau de la Música Catalana. Roby Lakatos & Ensemble: fragmentos de bandas sonoras cinematográficas y música tradicional húngara. Temporada Palau 100. Ocupación: 50%
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Tengo que empezar con una doble explicación en disculpa por el laconismo de los datos del encabezamiento: por de pronto, en el programa de mano del concierto de esta noche no figuran los nombres de los cinco músicos que acompañaban a Roby Lakatos, y aunque el mismo violinista los presentó al público, no fui capaz de retener sus nombres. En todo caso, el plantel lo integraban un segundo violinista, un pianista, un contrabajista, y dos guitarristas, uno de ellos en funciones solistas, el otro, además, repartiendo su sapiencia a los mandos del címbalo. Por otro lado, el programa de las obras que interpretaron se alejó en muchas ocasiones de lo que sí constaba escrito, de modo que fíen ustedes en mis notas, sin perjuicio de que haya alguna laguna.Entre las obras fílmicas sí programadas se pudo escuchar ‘Pobreza’ de Érase una vez en América, de Ennio Morricone; ‘Si yo fuera rico’ de El Violinista en el Tejado, de Jerry Brock; el tema de amor de El Padrino, de Nino Rota; el vals de Madame Bovary de Mikós Rózsa; y ‘As time goes by’ de Casablanca, de Herman Hupfeld; alternando con ellas, y fuera de programa, se ofrecieron la Rapsodia húngara nº 2 de Franz Liszt, la Danza húngara nº 5 de Johannes Brahms, y las Czárdas de Antonio Monti; además de cuatro piezas tradicionales, por supuesto húngaras.De Roby Lakatos, teniendo en cuenta que ésta era su presentación en España, hay que recordar su nacimiento en 1965 en el seno de una familia de gitanos húngaros de remotas tradiciones musicales, de quien aprendió los saberes propios del violín cíngaro; su carrera ‘clásica’ en el conservatorio Bartók de Budapest; y sus comienzos artísticos en un club de jazz de Bruselas, desde donde su nombre corrió de boca en boca por todo el mundo, hasta llegar a colaborar con gente tan ilustre y a la vez tan variopinta como Riccardo Muti o Stéphane Grappelli. De los músicos de su ensemble baste con reseñar que todos estuvieron al mismo nivel de excelencia (tal vez el pianista un tanto por debajo -no en virtuosismo, sino en flexibilidad-), demostrando que las muchas horas de ensayo no están reñidas con la frescura y la espontaneidad de un concierto.En fin, con estos mimbres y con la iluminación del Palau reducida al mínimo imprescindible -al fin y al cabo, no había atriles ni partituras en el escenario-, de lo que se trató fue de olvidarse de disquisiciones más o menos bizantinas sobre qué clase de música se estaba escuchando -allí hubo todas las amalgamas posibles entre lo clásico, lo fílmico, lo cíngaro y lo jazzístico-, y de dejarse llevar por el vértigo de las semigarrapateas, por la suave corriente de los glissandi interminables, por las síncopas de acentos imposibles, por los pizzicatti con la mano izquierda, por el sonido envolvente del címbalo, por la melancolía de melodías nuevas y viejas... es decir, por buena música hecha con tantas ganas como buen gusto y a cargo de intérpretes avezados en estas navegaciones.Lo único que falló fue el público, no en actitud, sino en asistencia: poco importa que a la misma hora se estrenara en el Liceu el Peter Grimes britteniano, y que, a la vez, en el Auditori se librara la batalla de Leningrado con huestes autóctonas, porque en Barcelona hay público de sobra como para llenar el Palau en un espectáculo como éste. Es decir, algo falló en la promoción del concierto.Sea como fuere, los que allí estuvimos disfrutamos de una sesión distinta a lo habitual, y aplaudimos cálidamente a unos músicos que también se salen de lo común. Roby Lakatos y sus muchachos regalaron la canción tradicional rusa Ojos Negros (ésa que castizamente se conoce por achichornia), y luego se atrevieron con una desvergonzada y divertidísima versión de España cañí.
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