España - Madrid

Esto sí es un éxito, querida Ildegonda

Xoán M. Carreira
martes, 29 de junio de 2004
--- ---
Madrid, jueves, 17 de junio de 2004. Teatro Real. 'Ildegonda', melodramma serio en dos actos de Emilio Arrieta sobre libreto de Temistocle Solera (Madrid: Teatro Real, 10.10.1849), edición crítica de María Encina Cortizo y Ramón Sobrino. Elenco: Carlos Álvarez (Rolando Gualderano), Ana María Sánchez (Ildegonda), José Bros (Rizzardo Mazzafiore), Ángel Rodríguez (Ermenegildo Falsabiglia), Stefano Palatchi (Roggiero Gualderano) y Mariola Cantarero (Idelbene). Coro (director, Martin Merry) y Orquesta Titular del Teatro Real. Jesús López Cobos, director.
0,000218

Los rumores sobre el entusiasmo que Ildegonda había despertado en López-Cobos y Carlos Álvarez contribuyeron a crear una expectación inusual ante el estreno de una ópera española en el Real. No es poco si tenemos en cuenta que hablamos de un público escaldado tras haber sufrido el sopor inducido por Margarita la Tornera y Los amantes de Teruel, y las desagradables experiencias de La señorita Cristina y Don Quijote. Cuando las cicatrices del público duran más que la efímera vida de una obra musical, es imprescindible revisar los criterios de programación. Algo que entendió perfectamente la StaatsOper de Berlín al rechazar el Don Quijote de Cristóbal Halffter por más que se le ofreciese en unas condiciones económicas más que ventajosas: no basta con que la producción salga barata o regalada incluso, el teatro tiene que estar lleno, porque un público escaldado no siempre es recuperable. ¿Imaginan un museo de primera categoría que aceptase colgar cuadros sólo porque le salieran gratis o insistieran sus patrocinadores?. Pues un teatro es peor, porque un museo también es un recipiente de obras, pero un teatro sólo existe cuando tiene público.

No es el caso de Ildegonda, donde el único error de los programadores del Real fue hacer sólo dos representaciones. Pocas veces había visto al público del teatro disfrutar tan espontáneamente como lo hizo en le estreno de Ildegonda. Esto sí es un éxito, ratificado luego por la crítica madrileña que no escatimó elogios hacia la partitura y no perdió ocasión de maltratar el libreto sin dar el menor argumento. No caeré en la desmesura de un apreciado colega que en el entreacto me dijo entusiasmado: "¡Esto es mejor que Bellini!".

Mejor que Bellini, en su género, no hay nada. Bellini y Chopin fueron únicos e irrepetibles, y nada es comparable con su deslumbrante fulgor. Pero hasta el más mezquino reconocería que Arrieta mereció el premio fin de carrera de composición y que es admirable que un joven compositor exhiba en su primera ópera esa capacidad para absorber tal cantidad de cosas recientes, mezclarlas con fortuna y apropiárselas mostrando una personalidad propia. Ildegonda me recuerda el caso de la Sinfonía de Bizet, que también fue un ejercicio fin de carrera planteado como un puzzle -en Bizet cada movimiento sigue el estilo de un miembro del tribunal examinador- y cuyo resultado es una composición coherente, sólida, personal y, sobre todo, hermosa. Lo maravilloso de Ildegonda es que mezcla Donizetti, Mercadante y Meyerbeer con la espontaneidad y falta de respeto que sólo un joven de 24 años puede tener y el resultado nos "recuerda" a lo que Verdi y Wagner estaban pergeñando en sus escritorios en aquellos momentos.

No puede sorprender que los intérpretes estuviesen encantados. Se podían mover en esa música como peces en el agua -¡es parte del canon!- y además es preciosa y está bien escrita. Tanto que uno -poco dado a aprobar la corrupción política- incluso le perdona a Arrieta la forma en que consiguió estrenarla en el Teatro de Palacio y 'colarla' luego en el Teatro Real.

Ana María Sánchez, siempre irreprochable, lo dio todo y "creó" el personaje de 'Ildegonda', una heroína con todos los ingredientes del primer Romanticismo. Y lo hizo sin necesidad de convertir a 'Ildegonda' en 'Elisabeth' en la escena segunda, con coro, del acto II, o en 'Violeta', en la escena última de su delirio y muerte; a pesar de las obvias similitudes entre las situaciones y resoluciones de una y otras.

No pude escuchar bien a Carlos Álvarez desde mi butaca, quedaba tapado por López-Cobos y los micros que grabaron la función. Mi impresión, un tanto subjetiva, es que efectivamente está encantado con el papel de 'Rolando' y que lo ha estudiado y reflexionado con todo detenimiento. Los elogios unánimes a su interpretación ratifican esta impresión y espero impaciente la publicación del disco para disfrutarlo.

José Bros es uno de esos cantantes que se ponen de puntillas para dar las notas agudas. Cuando canta, su garganta está tan tensa como su espalda y los sonidos tan crispados como sus hombros. En estas condiciones no se puede hacer bel canto, no hay colocación, la emisión es deficiente, la articulación crispada y el sonido sucio. Sinceramente no entiendo la admiración que dicen profesarle algunos críticos madrileños.

Estupendos los comprimarios. La tradicional solidez de Stefano Palatchi y las grandes virtudes vocales de Mariola Cantarero se crecen en papeles como los de 'Roggiero' e 'Idelbene'. Pero sobre todo fue un placer escuchar el 'Ermenegildo' de Ángel Rodríguez.

Formidable López-Cobos. Dirigió Ildegonda con una flexibilidad, finura y sentido direccional admirables. El pulso y el impulso firmes y decididos consiguieron que la Orquesta Titular del Teatro hiciera su papel, que en este caso es acompañar el canto. Como actuaba de concertino Ara Malikián, los arcos tocaban realmente juntos y casi ningún músico se apoyaba indolentemente en el respaldo de la silla. Como siempre algunos atriles desafinaron, pero las entradas fueron siempre seguras, las frases claras y las articulaciones precisas. Como siempre los metales sonaron ásperos y desagradables, pero reconozco satisfecho que la Orquesta está mejorando a ojos vista. El coro entre horrible y espantoso, como de costumbre: ni afina, ni mide, ni frasea, ni articula, pero siempre está dispuesto a machacar a un solista.

Es una pena que el Teatro Real no se hubiera decidido por una producción escénica de Ildegonda. Es de esperar que cuando se conozca la grabación la ópera se programe en otras localidades y que a medio plazo se plantee una reposición escénica en el propio Teatro Real. En cualquier caso se podían haber planteado la posibilidad de una versión de concierto con el respaldo de escenógrafo, tal como hacen algunos grupos de música antigua (y la idea se va extendiendo). No es oneroso y con poco esfuerzo se hubiese potenciado el mágico resultado de la música de Arrieta.

La anécdota de la noche estuvo en el oboísta atascado en el tráfico madrileño de última hora de la tarde. El titular se puso repentinamente enfermo y su suplente estaba "entre Pinto y Valdemoro" metido en un taxi. López-Cobos nos pidió paciencia y la tuvimos. Pero finalmente hubo que empezar sin él, repitiéndose en pequeño formato aquello de Lorin Maazel en el Festival de Santander, con los músicos de refuerzo entrando a la carrera ya iniciado el Don Juan de Strauss (Maazel, más 'impaciente' aun que otras veces, se olvidó del necesario descansito entre obra y obra). Nuestro oboísta fue más silencioso que aquellos bávaros y muchos ni llegaron a percibir su entrada. Gracias a él y mis mejores deseos para su compañero enfermo. El éxito de la función hizo olvidar la ansiedad de la primera media hora y es que salir del Real con una sonrisa en la boca es una experiencia estupenda.

Comentarios
Para escribir un comentario debes identificarte o registrarte.