Estados Unidos
Recordando viejos tiempos
Alberto Rosas
Algunos años después, en 1961, dos cantantes que a la postre se convertirían en legendarios, se reunirían sobre este escenario en una producción de Lucia di Lammermoor. Ambos pisaban por primera vez en su carrera un escenario estadounidense. El primero de ellos, quien cantó el papel estelar, era una soprano australiana de nombre Joan Sutherland, y el segundo, que cantó el papel de Arturo, era un tenor mexicano de escasos diecinueve años de edad, que Nicola Rescigno había escuchado algunos meses antes en el Palacio de Bellas Artes de México D.F, de nombre Placido Domingo.
Durante 52 años de historia, la compañía tuvo debuts importantes, y veladas memorables de destacados cantantes de la talla de María Callas, Jan Vickers, Alfredo Kraus, José Carreras, Renata Scotto, Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, Gwyneth Jones, Waltraud Meier, Renee Fleming, Ruth Ann Swenson, Cecilia Bartoli, y tantos otros que pisaron este escenario.
La Opera de Dallas programó para concluir su presente ciclo lírico, el mismo dramma gioccoso de Rossini con el que todo comenzó en 1957, y a manera de despedida del mítico teatro Music Hall at Fair Park, que en algún momento fue conocido como la ‘Scala West,’ ya que a partir de la próxima temporada, la compañía se mudará a su nuevo teatro, el Windspear Opera House, que a pesar de que será un teatro moderno, su concepto y diseño respetarán la forma de herradura tan común en los teatros operísticos europeos.
Para esta función, la opera se montó con una sencilla, colorida pero funcional realización escénica firmada por Robert Innes Hopkins, que fue creada para la Opera de Santa Fe, y que ya ha recorrido ya diversos teatros del país. Las escenografías, y vestuarios, son austeras en su concepción, y representan el palacio de Mustafá, durante un día y una noche, efectos logrados con adecuada iluminación. La escena mejor lograda se apreció al inicio de la función, cuando la italiana hace su entrada en un aeroplano antiguo y vestuario de aviadora, en una escena que seguramente tomo su inspiración del cuento del Principito de Saint-Exupéry.
La dirección escénica fue encomendada a Chris Alexander, quien tuvo gratos y divertidos momentos y ocurrencias, aunque con el transcurso de la función, su humor comenzó a cargarse de exageradas bromas e innecesaria comicidad. La orquesta fue dirigida por su titular, el director ingles Graeme Jenkins, quien inició con una lectura visiblemente lenta en los tiempos, pero que con el transcurso de los minutos logró recomponer encontrando y manteniendo un correcto y justo orden musical, con balance y dinámica entre los cantantes y los instrumentos de la orquesta.
El papel principal de Isabella fue encomendado a la mezzosoprano italiana Manuela Custer, quien tuvo una prestación sobresaliente, por su gracia particular para actuar, su elegancia y su refinada expresividad. Manuela es una conocedora del estilo belcantista y las cualidades de su voz se adhieren perfectamente a ese estilo, que conoce y domina con amplia seguridad. Su línea de canto es impecable, y en su voz y timbre posee una amplia gama de ricos colores, y armonía para emitir un sonido muy parejo y homogéneo, y una destreza y agilidad en el manejo de la coloratura y la voz. Por su parte, el bajo italiano Paolo Pecchioli, bordó un divertido y ameno, pero arrogante Mustafá, papel que cantó con una penetrante tonalidad oscura, muy lírica, de elegante fraseo y amplia proyección.
El exigente papel de Lindoro, fue interpretado por el tenor William Burden, quien mostró atractivo timbre, pero tuvo notables dificultades para sacar adelante la exigente aria. El resto del elenco y el coro, con el baritono Patrick Carfizzi como Taddeo, cumplieron de manera adecuada en cada una de sus intervenciones.
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