Discos
El hombre que inventó Schubert
Pablo-L. Rodríguez
Cuando adquirimos una nueva versión de una obra clásica del repertorio en CD solemos procurarnos por principio la mayor calidad al mejor precio. Sin embargo, los criterios de calidad se circunscriben normalmente al intérprete que normalmente aparece retratado en la portada del mismo (este CD no es una excepción) o también a la casa editora cuyo sello y diseño suelen determinar la estética del producto (en este caso ese toque rojo tan habitual de los discos de EMI).
Rara vez reparamos, sin embargo, en que una grabación no es otra cosa que lo que un productor ayudado por un ingeniero de sonido ha registrado de la interpretación de un músico, en este caso del gran pianista austriaco nacionalizado americano Arthur Schnabel (1882-1951). Es más, lo que realmente contienen los numerosos bytes de este CD que comentamos es una reciente remasterización digital de unas grabaciones analógicas publicadas originalmente en discos de pizarra y realizadas en 1939 y 1950 por dos míticos productores británicos: Fred Gaisberg y Walter Legge.
Si tenemos en cuenta lo dicho, no es comprensible que se excluya el nombre del productor, al menos de la contraportada de un CD. Así, para conocer quien fue el productor de cada grabación debemos recurrir a consultar la libreta del interior. Y es que no hablamos de dos productores cualesquiera, sino de dos artistas (pues como bien determinan los franceses en su idioma, un productor es el directeur artistique de una grabación) que marcaron una época en la historia de la fonografía. De hecho, Gaisberg y Legge conforman dos acercamientos estéticos muy distintos al sonido grabado.
Gaisberg desarrolló su labor en las cuatro primeras décadas del siglo XX para la Gramophone Company y partía del convencimiento de que las grabaciones sonoras eran fotografías todo lo desenfocadas y borrosas que queramos de una interpretación musical. Por su parte, Legge, que trabajó desde 1929 como ayudante de Gaisberg y desarrolló su labor como productor principalmente entre 1945 y 1960 para el grupo EMI (siglas de Electronic and Musical Industries), tenía un punto de vista muy diferente y pretendía “hacer grabaciones que sonasen en los hogares exactamente como si se escuchase un concierto en el mejor asiento de una sala acústicamente perfecta”. De hecho, era partidario de una gran exactitud técnica y artística que pasaba por registrar las mejores interpretaciones con los mejores artistas posibles, para lo cual no desdeñaba las posibilidades técnicas de edición y supresión de las notas falsas que no molestaban en un concierto en directo, pero que resultaban muy molestas tras varias escuchas.
Otro aspecto por el que Legge pasaría a la historia de la fonografía fue por su proyecto de ampliar el repertorio grabado a través de las llamadas ediciones “Society”. Se trataba de grabaciones que se vendían por suscripción y que no se comenzaban a realizar hasta no haber cubierto gastos y proporcionar por tanto un beneficio neto a la compañía. Este nuevo sistema comercial de hacer grabaciones lo puso en marcha la Gramophone Company en los años treinta y gracias a él se realizaron grabaciones hoy míticas de Bach (El clave bien temperado por Edwin Fischer, las Suites para violonchelo por Pau Casals, las Variaciones Goldberg por Wanda Landowska o los preludios y fugas para órgano por Albert Schweitzer), Haydn (los cuartetos por el Cuarteto Pro Arte), Mozart (las tres de óperas con libretos de Da Ponte bajo la dirección de Fritz Busch en Glyndebourne) o Beethoven (las sonatas para violín de piano por Fritz Kreisler y Franz Rupp).
Precisamente gracias a estas ediciones “Society” hoy Schnabel disfruta de un lugar destacado dentro del pianismo del novecientos. Para este proyecto realizaría sus grabaciones más famosas hoy, como la primera integral de las sonatas para piano de Beethoven, que fue realizada entre 1932 y 1935 a la par que la integral de los conciertos para piano bajo la dirección de Malcolm Sargent. Esta grabación contribuiría a difundir una forma de hacer Beethoven claramente alejada de las virtudes de un pianismo virtuoso y más apegada a una determinación musical muy seria y personal. No por casualidad, Theodor Leschetizky, su profesor en Viena, ya le vaticinó su destino cuando todavía era un estudiante: “Tú nunca serás un pianista porque eres un músico”. Ese acercamiento nuevo a Beethoven le ha valido el apelativo de “el hombre que inventó Beethoven” que le diera Harold Schonberg en su famosa monografía sobre los grandes pianistas, pero si hay un compositor que realmente fue inventado por Schnabel, ese fue Schubert.
La evolución de Schnabel como intérprete le hizo obviar desde su juventud las piezas de moda entre los pianistas del momento (Liszt y Chopin, principalmente) para concentrarse en la “música”, es decir, en obras “que eran mejores que su eventual interpretación”. Por ello, a finales del siglo XIX al construir su repertorio volvió la vista hacia Schubert, un compositor cuya obra pianística estaba por entonces prácticamente olvidada (especialmente sus sonatas), al ser considerado un buen melodista carente de capacidad arquitectónica. Schnabel ve a Schubert desde el siglo XIX pero consigue superar la idealización romántica a la que había estado sometido, descubriendo un compositor de estructuras claras y racionales, con un desarrollo temático lógico y unas tensiones internas perfectamente equilibradas. En suma, consigue sanar y renovar lo que parecía enfermo y gastado.
Esta novedosa y moderna visión de Schubert se construye además desde la cabeza de un creador, pues no debemos olvidar que Schnabel fue un compositor de estética completamente vanguardista lo que contrasta con su talante decididamente decimonónico como intérprete. De hecho, concentró su repertorio en Mozart, Beethoven, Schubert y Brahms, y apenas estuvo interesado en el repertorio contemporáneo. Esta contradicción entre Schnabel intérprete y Schnabel compositor fue advertida por un estudiante de la universidad de Chicago durante una de las lecciones que dio el gran pianista al final de su vida. Schnabel respondió al inquieto joven con una anécdota que le sucedió con Toscanini, quien no entendía cómo un compositor vanguardista podía tocar así el piano. Entre voces y gesticulaciones exageradas, y en presencia de toda la orquesta, el temperamental director italiano preguntó sin paliativos al pianista cuándo mentía realmente si al componer o al tocar, a lo que Schnabel respondió: “no se preocupe, miento las dos veces”. Sin embargo, para Schnabel la modernidad de una obra musical era algo intemporal y así, tras contar esta anécdota, preguntó al estudiante “¿piensas que la música del pasado no fue moderna alguna vez?”.
Hoy la forma de tocar Schubert ha cambiado notablemente tras las grabaciones de Serkin, Curzon, Richter, Brendel, Pollini, Perahia, Lupu o Pires. Sin embargo, algo del enfoque moderno de Schnabel ha permanecido y prueba de ello es que algunas de sus grabaciones de Schubert siguen siendo consideradas clásicos y figuran entre las principales grabaciones del siglo XX, como es el caso de su grabación de 1937 de la Sonata D959 o de la Sonata D960 realizada dos años después. La grabación de los Impromptus D899 y D935 pertenece también al olimpo de los registros clásicos de estas piezas. Realizados en un rudimentario sistema de cinta en junio de 1950, es decir, cuando Schnabel contaba 68 años, estos registros fueron editados inicialmente en disco de pizarra ese mismo año, para aparecer poco tiempo después en el moderno LP.
La grabación que ahora aparece en la nueva serie Historical de EMI combina una buena producción con una deficiente toma de sonido. Legge consigue seleccionar aquí las tomas más perfectas técnicamente sin perder un ápice de continuidad y musicalidad, algo no siempre fácil con el viejo Schnabel, que solía colar en sus grabaciones habitualmente algún pasaje técnicamente discutible pero irreprochable desde el punto de vista musical. Sin duda, la frase que dijo a Gaisberg (un productor más comprensivo técnicamente que Legge) durante la grabación del Segundo Concierto de Brahms resume su punto de vista: “puedo tocar mejor pero no sé si mi interpretación será así de buena”. En cuanto a la toma de sonido la deficiencias que padece están relacionadas con lo rudimentario de las primitivas cintas y que se manifiesta tanto en lo opaco y seco del sonido del piano como en el ruido de fondo y el carraspeo que produce la cinta al registrar algunas dinámicas fuertes. No obstante, hay que reconocer que la remasterización de Andrew Walter con la famosa tecnología de Abbey Road (ART) ha mejorado levemente la antigua edición de este CD de 1989 en la serie Références del sello EMI.
Lo mejor de este disco, no obstante, es la interpretación de Schnabel, que hace que nos olvidemos de cualquier deficiencia tecnológica de la grabación. Sin renunciar a sus orígenes decimonónicos, el pianista de origen austriaco hace que la música camine hacia adelante con una frescura y sencillez pasmosa. Mezcla una actitud respetuosa con las indicaciones de la partitura con una elegancia vienesa formidable al esculpir cada frase que redondea habitualmente con deliciosos y minúsculos rubati o con accelerandi al final. Nada suena exagerado en esta grabación y tanto las tensiones armónicas como los contrastes dinámicos están dentro de una justa proporción que denota una gran simplicidad. Sin embargo, esa simplicidad al ejecutar los sencillos ritmos y melodías cantables de Schubert no esconde la experiencia, contenido y reflexión que hay tras las notas tocadas por Schnabel.
En el Allegretto D915 damos marcha atrás en el tiempo, pues volvemos a los años treinta en lo que un Schnabel algo más joven hizo sus grabaciones más famosas con Gaisberg como productor. En este caso, pasamos tecnológicamente hablando del sonido primitivo de la cinta de 1950 al leve crujir de una aguja sobre una matriz de los años treinta. La toma de sonido es lógicamente más rudimentaria que la anterior y sufre de pequeñas distorsiones en los fortissimi. Se trata de una pieza que se registró de un tirón y como relleno para la edición de la inspirada grabación de la Sonata D960 de Schubert, lo hace que gane en espontaneidad, encanto y musicalidad.
Por último, la carpetilla del CD recoge las viejas notas tan sólo en inglés del pianista británico Denis Matthews (1919-1988) que escribió precisamente en el año de su muerte para la antigua edición de la serie Références de este disco. Un texto estupendo en donde se cuenta, entre otras muchas cosas, la actitud de Schnabel hacia la grabaciones que definía como una “autodestrucción para la conservación”. En suma, un un disco verdaderamente formidable y a un precio realmente asequible.
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