España - Cantabria

Festival de Santander

Hemianillo del nibelungo. El Oro del Rhin (I)

Roberto Blanco
lunes, 8 de agosto de 2005
Santander, domingo, 31 de julio de 2005. Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria. Richard Wagner: Das Rheingold. Prólogo de El anillo del nibelungo (1869). Libreto de R. Wagner. Gustav Kuhn, dirección escénica. Joerg Neumann/Folko Winter, escenografía. Lenka Radecky-Kupfer, vestuario. Peppi Hopo, iluminación. Duccio dal Monte (Wotan), Martina Tomcic (Fricka), Susanne Geb (Freia), Francisco Araiza (Loge), Stephan Zelck (Froh), Michael Kupfer (Donner), Christian Brüggemann (Mime), Svetlana Sidorova (Erda), Thomas Gazheli (Alberich), Xiaoliang Li (Fasolt), Michael Doumas (Fafner), Akiko Hayashida (Woglinde), Junko Saito (Wellgunde), Taeka Hino (Flosshilde). Orquesta del Tiroler Festspiele Erl. Dirección musical: Gustav Kuhn. Producción del Tiroler Festspiele Erl. Jornada inaugural del 54 Festival Internacional de Santander. Aforo: 1800 localidades. Ocupación: 100%
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La semi-Tetralogía de Gustav Kuhn era, como jornada inaugural, uno de los puntos fuertes del LIV Festival Internacional de Santander por dos razones de peso. Primera, porque nunca se había visto representada en la sala Argenta ninguna ópera del ciclo El anillo del nibelungo, y segunda, porque había expectación por conocer a Gustav Kuhn, un artista popular y experto wagneriano que ya registró para el disco su propia versión de La tetralogía (Arte Nova). Ello se tradujo rápidamente en el cartel de “localidades agotadas” varios días antes de la representación.

Extremadamente sencillo en su concepción y realización, Kuhn sitúa a la orquesta en el fondo del escenario, con la voluminosa sección de viento, percusión y arpas ubicada en una plataforma superior a la de la cuerda, dejando que el desarrollo escénico se lleve a cabo en el primer plano del escenario, que se prolonga hacia la sala al cubrirse el foso.

Tres altas pirámides móviles con escaleras como apotemas sirven para que desde allí encaramadas evolucionen las hijas del Rhin y ‘Alberich’ choque, resbale, caiga e intente acceder a la cima en busca de satisfacer sus libidinosos deseos, sugiriéndonos con acierto el medio acuático. Las tres ondinas mueven sus vistosos vestidos mareando y rechazando al nibelungo hasta que éste queda intrigado con el oro, simbolizado por una áurea esfera que desciende de lo alto: apoderándose de ella sale corriendo de escena.

Flosshilde (Taeka Hino), Woglinde (Hiroko Kouda), Wellgunde (Junko Saito) y Alberich (Ivan Konsulov). Fotografía © 1998 by Oswin Kleinhans

La escena siguiente nos introduce en lo que bien puede ser el porche de un cottage británico de los años veinte: sillas y mesas de jardín que ocuparán los dioses ataviados con distintos vestuarios: frac y traje de noche para ‘Wotan’ y ‘Fricka’; vestido rojo rabioso para ‘Freia’, mientras ‘Froh’ es un golfista y ‘Donner’, enfundado en un horroroso chándal, esgrime, en efecto, su martillo… de atletismo. Los gigantes también son deportistas: ‘Fasolt’ es un bateador de béisbol con hombreras de fútbol americano y botas de drag-queen, y ‘Fafner’ un jugador de hockey con casco, protectores y stick incluidos. ‘Loge’ aparece con un traje contemporáneo y corbata rojo-fuego. Después de que los gigantes derriben mesas y sillas a golpe de bate, ‘Wotan’ y ‘Loge’ descienden al reino de los nibelungos, con la batería de yunques situadas en los pasillos laterales de la sala, obteniendo un bello efecto sonoro. Allí ‘Alberich’ esclaviza y sacude a 'Mime', su hermano y asistente que ya ha forjado el Tarnhelm o yelmo mágico que permite a ‘Alberich’ hacerse invisible o cambiar de apariencia.

Fasolt (Peteris Eglitis), Freia (Michela Sburlati), Fafner (Thomas Hay), Fricka (Stefany Goretzko). Fotografía © 1998 by Oswin Kleinhans

Sirviéndose de las pirámides de la primera escena para llevar a cabo sus mutaciones, ‘Alberich’ se pone el yelmo, engañado por ‘Loge’, y se oculta en una de las pirámides. Para transformarse en serpiente y en sapo, se nos muestran unos coloristas paneles pintados con dichas figuras que consiguen un bello efecto adornando eficazmente la escena, versión wagneriana de El gato con botas de Perrault. De nuevo en casa de los dioses, ‘Loge’ ata sin miramientos al codicioso nibelungo a una de las sillas. Después de que ‘Fafner’ mate a ‘Fasolt’ (mediante traicionera colleja), los dioses suben al Walhalla: el fondo del escenario donde está la orquesta.

Este planteamiento escénico sencillísimo y apenas sin atrezzo, pero con buenas dosis de sentido del humor, queda quizás un poco descompensado por una dirección teatral no demasiado original: nada se nos dice sobre las relaciones de los personajes entre sí, sobre sus motivaciones profundas o sobre sus sentimientos…Mañana veremos como enfoca Kuhn La Valquiria, una obra más difícil de montar y de mucha mayor duración.

En estas condiciones, todo el peso recae en las prestaciones individuales de cada uno de los cantantes que integran el reparto, aunque ciertamente, inmejorablemente arropados por la orquesta.

‘Wotan’ es un papel importante y difícil que interpretó con corrección el bajo florentino Duccio dal Monte; un personaje tan complejo tiene que madurarse a lo largo de muchas representaciones, y vocalmente, el cantante no desfallece, y no cae en la trampa de sacrificar los matices en provecho de la potencia. Atento siempre al texto, proyecta las frases con inteligencia, y ayudado por su físico, domina el escenario con la autoridad de quien es el jefe de los dioses, aunque eso si, un jefe indolente y gandulón.

Thomas Gazheli encarnó con mucha autoridad a un ‘Alberich’ hiperactivo y detestable: miserable y viscoso con las hijas del Rhin, y tirano y sin escrúpulos con ‘Mime’, ‘Loge’ y ‘Wotan’. En posesión de una potentísima voz supo cantar sin sacrificar la expresividad que requiere su papel.

Francisco Araiza dio vida a un ‘Loge’ al que dotó con sus talentos vocales y actorales de los que ha dado muestras a lo largo de su experimentada y dilatada carrera: sin aportar al personaje un carácter inquietante, creó un dios menor extraño y travieso con estupendo resultado vocal.

Hay que citar también, sin detenernos excesivamente en cada uno de los intérpretes del espectáculo, a la ‘Fricka’ de Martina Tomcic, una mezzo con clase; los gigantes de Michael Doumas y Xiaoliang Li, muy eficaces, y con magnífica voz el chino; en cuanto a Stephan Zelck, mostró buenos medios vocales en sus cortas intervenciones como ‘Froh’; muy poco refinado el ‘Donner’ de Michael Kupfer y un poco oscurecidas la ‘Freia’ de Susanne Geb y la ‘Erda’ de Svetlana Sidorova. Hayashida, Saito e Hino fueron las voluptuosas primero y plañideras después, descuidadas guardianas del oro.

Pero sin duda lo mejor estuvo en los músicos de la Orquesta del Festival del Tirol, con una interpretación magnífica y un empaste y estilo irreprochables, permanentemente galvanizados por la personalidad y dominio del experimentado wagneriano que ha demostrado ser Gustav Kuhn.

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