España - Cantabria
Festival de SantanderKarmen para sordos
Roberto Blanco
Si no lo sobrepasaba, seguro que el número de decibelios rozaba la frecuencia umbral del dolor. La amplificación del sonido era tal vez apta para un lugar abierto, pero a todas luces inadecuada para una sala convencional de conciertos. A no ser que estuviese destinada a camuflar la inconsistencia de un espectáculo rudo, arisco, soez y primitivo, carente de toda articulación dramática y con pretensiones de impresionar o provocar al auditorio. No es de extrañar entonces, que a partir de los diez minutos de función empezase el flujo de deserciones de una sala que comenzó con lleno total y terminó semiaforada y con división de opiniones: Unos aplaudieron y otros abuchearon o patearon.
El espectáculo de Bregovic se articula en dos partes: En la primera, subtitulada ‘La vida real’, interviene Kleopatra –una gitana que predice el futuro en un programa de TV advirtiendo del peligro que supone mezclar negocios con placer- en un escenario desnudo y recurriendo a una técnica teatral que parece deudora de Brecht-Weill, aunque a años-luz del original. Con unos farragosos textos declamados en serbio, italiano y castellano, y subtitulados en nuestro idioma, Kleopatra se lanza con su maleta y su teléfono móvil en busca de su amado Bakia haciéndose pasar por una chica de striptease, de quien éste está a su vez enamorado. Así, consigue reunir a la banda de bodas y funerales para llegar a reconstruir la ópera Karmen que Fuad –tío de Bakia- había compuesto en honor de una prostituta que le había arrebatado el alma, y que terminó con la muerte de ambos.
Se inicia entonces la segunda parte –Ópera: La vida según la imaginó Fuad- ahora sí, musical, donde Bregovic interpreta, o desmonta, o deshace el mito de Carmen a su manera. Para el músico de Sarajevo, Karmen no representa el ansia sin límites de libertad, o la pasión que se extingue tras poseer el objeto deseado, o el castigo que aguarda a quien desafía la ley de los hombres, es decir, cuatro de las constantes de la tragedia inmemorial que se repite desde Edipo hasta Lulú: deseo, libertad, pasión y castigo. Nada de esto hay en la propuesta de Bregovic: sólo asistimos a un cuento con final feliz deficientemente narrado mediante un desarrollo difuso e indefinido, que acude a la técnica de las películas mudas de poner subtítulos para describir las situaciones.
Vaska Jankovska canta con voz amplificadísima construyendo una Karmen que sorprende por su falta de erotismo y de provocación. El coro de prostitutas recurre a golpear las tapas de contenedores de basura a guisa de percusión. Alen Ademovic, además de lacerarnos los oídos con su incesante tambor, canta y baila con dudosa y atrevida voz y reminiscencias de samba. El resto es la explosión continua de la banda de trompetas, trombones, saxos y tubas que, mediante un ritmo progresivo de charanga, nos versiona algunas de las melodías de Bizet como la habanera y el pasodoble, encontrándonos también ecos de melodías caribeñas y de folklore balcánico. Todo este batiburrillo, con momentos de furibundo brío musical, desemboca en la página más aplaudida de la obra: el dúo trompetístico entre los dos hombres enamorados de Karmen: Emilio y Fuad; el primero a lo Bizet y el segundo más jazzístico, con la banda acoplándose a uno y a otro alternativamente.
Tras el final feliz -¿la boda?- con descenso incluído de dos angelotes bigotudos, el sonido no acaba nunca; justo cuando pensábamos que se desvanecía, vuelve a renacer en forma de incesante bis…
Comentarios