España - Cantabria
Festival de SantanderDiva Fleming
Roberto Blanco
Ante un público entregado y rendido que no cesó de ovacionar y bravear a la diva norteamericana, se presentó ésta en el festival santanderino en lo que ha sido una de sus noches memorables en lo que va de edición. Escucharla en vivo ya es un magnífico espectáculo vocal, y constatar sus facultades de emisión y la musicalidad de sus interpretaciones, un auténtico placer. Fleming tiene una voz de soprano lírica de registro homogéneo, con un timbre y un dominio del fiato increíble, con lo que consigue mantener las notas y regular el volumen con una apariencia de facilidad que asombra.
Tras la obertura de Rodelinda de Händel, comenzó Fleming con dos arias de esta misma ópera, “Ritorna, oh caro e dolce mio tesoro”, una siciliana en la que expresó el amor de forma tan tierna como sencilla, y la luminosa y sonriente “Mio caro bene”. Siguió la obertura mozartiana de Las bodas de Figaro para atacar a Schubert con tres de sus más famosas canciones arregladas orquestalmente por Britten y Reger: Die forelle, quizás el lied más famoso del compositor, dicho con voz lírica y fluida, graduando magistralmente las dinámicas; la impresionante Nacht und Träume, trazando sabiamente los meandros de la pieza mediante un fluido legato, y Gretchen am Spinnrade, la primera obra maestra de Schubert en su género, una canción de fuste con la que Fleming no consiguió esa carnosidad y temperatura expresiva que se esperaba.
Para concluir la primera parte, dedicada ahora a Massenet, la orquesta marcó el tono con la bella interpretación de la Méditation de Thaïs y Fleming nos dio su versión de dos arias de Manon, 'Adieu notre petite table', un aria admirable por su sencillez y economía de medios, y la ‘Gavotte’ en la que la cantante norteamericana acusó su debilidad en el sobreagudo.
Ya en la segunda parte, sonó Rossini con su obertura para L’italiana in Algeri, precediendo al belcantismo belliniano con ‘Casta diva’ de Norma, repertorio que no parece irle muy bien a sus cualidades, al no resolver con claridad y precisión los difíciles pasajes de agilidad que la celebérrima aria requiere. Una magnífica ‘Danza de las horas’ de La Gioconda de Ponchielli, y el ‘tour de force’ final: Primero Verdi con el bolero ‘Mercè dilette amiche’ de I Vespri siciliani, expuesto con sentido virtuosismo; la irremediable ‘O mio babbino caro’, para llegar a la apoteosis final con la ‘Canción de la luna’ de Rusalka, cantada con incomparable sensualidad y voz acariciante, y contribuyendo la orquesta con su mejor y satinado sonido.
Y por último los bises: Con voz esplendorosa, destacando las escalas cromáticas hacia el registro grave, un ‘Summertime’ antológico, para acabar dejando arrebatado al público después, con una maravilla de R. Strauss: ‘Cäcilie’ de las Cuatro canciones op. 27; aquí Fleming dio perfecta muestra de porqué está considerada como una de las pocas divas del momento.
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